¿Qué podría ser peor?: la democracia “post dictadura” en las letras del Indio Solari

 


La década del ’70 en la Argentina está marcada, entre otras cosas, por la violencia, tanto la que llevó adelante la Triple A como la que se profundizaría a partir del golpe de 1976 con las prácticas de tortura, desaparición y muerte que se llevaron a cabo de forma sistemática desde el propio Estado y sus aparatos, y que se extendería incluso en los primeros años de la década siguiente. A eso se suma una situación económica que perjudica los intereses nacionales, que endeuda al país, que lleva a muchísimos ciudadanos a la pobreza y que cala tan hondo que sus consecuencias se sienten hasta nuestros días. En 1983 la llegada de Raúl Alfonsín marca el fin del gobierno militar y el comienzo de la democracia.

En la segunda mitad de la década del ’70, también, surge en La Plata una banda que desafía las definiciones aplicables al rock y los itinerarios de toda la escena musical del momento: “Patricio Rey y sus redonditos de ricota”. Con un comienzo under y un crecimiento gradual, y manteniéndose alejados de las presiones del mercado y las discográficas, para el año 1985 editan su primer disco, Gulp!, que marca un antes y un después en la historia discográfica argentina.

La historia y el recorrido de la banda, que coincide con el período que va de un derrumbe social y económico (el de los ’70) a otro (el de 2001), expresa la inevitable conexión entre el arte y la historia. Con un primer disco que se abre paso poco después de que se abriera paso la democracia, ¿qué tiene para decir esta banda sobre el contexto histórico, político, económico y social en el que está inmersa? Pues mucho.

 

La salida de la dictadura

Los primeros años post dictadura representaron en muchos aspectos una apertura. Sin embargo, las consecuencias que dejaron esos años de terror en la Argentina no se iban a borrar tan fácilmente. El quiebre social era profundo: faltaban los que habían muerto en manos de las fuerzas del Estado, faltaban los desaparecidos, los hijos y los nietos; había una generación marcada por la tortura y el horror en el cuerpo; había una sociedad a la cual se le había inculcado el silencio (mediante la censura o como resguardo para no recibir una reprimenda) y en la cual se había intentado inocular la disciplinación de los cuerpos y se había roto la experiencia de lo colectivo.

En este contexto el rock nacional comienza a encontrar un espacio en el cual crecer, ampliarse, expandirse. Las propuestas que la música le ofrecía a los jóvenes, tal vez el sector más diezmado en la medida en la que se había trabajado para sofocar su espíritu revolucionario, era variada. Algunas bandas capitalizaron la experiencia de los años anteriores y la trasladaron a su música. Otras propusieron un espacio de escape a una realidad que seguía siendo trágica. Los redondos, para entonces, ya se caracterizaban por una singularidad que los corría de todas las categorizaciones posibles. Desde sus primeros años de gestión absolutamente independiente, la construcción de un vínculo único con sus seguidores, que seguiría creciendo, pero fundamentalmente –y en línea con lo anterior, porque se trata de un conjunto de elementos entrelazados que conforman la mítica alrededor suyo- desde la propuesta artística de cada uno de sus discos y desde la combinación y el diálogo entre una música que convocaba y unas letras que decían mucho.

Incluso en esos primeros años posteriores a la dictadura Los redondos tenían una lectura de la realidad que los diferenciaba de los discursos hegemónicos. Frente a la celebración de la democracia y la clausura discursiva de la dictadura se animan a uno de los actos más revolucionarios: convocar en los cuerpos la resistencia. Tal como lo dice Figueras en “Chanchitos y elegantes”, frente a los cuerpos muertos, torturados, desaparecidos, Los redondos intentan recuperar los cuerpos que todavía eran recuperables para la vida, los cuerpos propios, porque entienden que sin cuerpo no hay discurso posible pero además porque reconocen que en esos cuerpos jóvenes radicaba la mayor amenaza al poder de la dictadura. La búsqueda del placer, siempre expansiva, se levantaba contra un régimen esencialmente carcelario y absolutamente represor. Se trataba, entonces, de devolverle a esos jóvenes su capacidad revolucionaria, su elemento de resistencia, pero además la noción de vitalidad frente a la muerte impuesta.

Conocían la clave para resistir al horror de la dictadura. Sabían que parte del horror que habían sembrado iba a persistir en el destrozo del  ánimo. Hablamos de una juventud a la cual se la había intentado disciplinar para quitarle su potencial revolucionario. Se había trabajado no solo para castigar y eliminar a quienes tenían ese espíritu revolucionario sino también para borrar la fuerza de la participación política en el resto. Por eso no solo le brindaron a su público una experiencia de goce, de encuentro con otros, de roce de cuerpos, de sublimación del deseo, que les recordara que estaban vivos, sino también un contenido que lejos de la despolitización y el goce vacío venía a decir que todavía había mucho para cuestionarle a esa sociedad.

 

Si esta cárcel sigue así…

La denuncia es clara y tal vez por eso mismo tiene tanta fuerza: la democracia no fue el punto final de la dictadura. Esta democracia celebrada como fin absoluto de las prácticas del horror no logró terminar con muchas de las cosas que esa dictadura había instalado.

¿Qué libertad se había abierto a partir de 1983? Una mucho menos libre que la que podía presumirse. En parte esto se debía a la permanencia de muchos de los temores y hábitos con los que la dictadura había marcado a los ciudadanos. Ese espíritu al que Los Redondos deseaban despertar con sus sonidos convocantes al movimiento y que luego seguirían potenciando con los rituales de cada recital, con el pogo que invitaba a desatarse, a experienciar lo colectivo, a rozar los cuerpos unos con otros.

Había una libertad ficticia, una apertura que recaía únicamente en imágenes vacías de sentido político. Las masas estaban imbecilizadas por la divina TV führer que invitaba a consumir contenidos poco profundos pero que era también la que construía discursivamente la idea de fin de las represiones y libertad absoluta mientras la realidad para muchos era muy diferente.

Esa farsa actual que denuncian tiene sus responsables en los medios de comunicación hegemónicos pero también en las múltiples partes que componen al gobierno y a las instituciones estatales. No solo la libertad no es tal sino que la realidad de muchos no cambió. Los sectores excluidos, empobrecidos, invisibilizados, no habían visto mejoras en su vida cotidiana. El futuro ya llegó sentencian como parte de su disco de 1988, “Un baión para el ojo idiota”. El futuro llegó pero no es mejor que el pasado. No llegó como sueño sino como pesadilla. La pobreza no pudo contenerse y causó estragos en gran parte de la población, para quienes ese futuro es igual de terrible que el pasado y el presente.

Pero el padecimiento no era solo por el resultado de las malas decisiones económicas. Parte de esa farsa tenía que ver con la continuidad en democracia de los mismos agentes que habían operado en la dictadura. Seguía haciendo negocios el FMI, seguía tomando decisiones y beneficiándose la misma oligarquía local, continuaban operando los mismos medios de comunicación hegemónicos, con su efecto estupidizador y despolitizador. Pero tal vez la crítica más emblemática para la banda se vincula con la continuidad de las mismas Fuerzas de Seguridad, el mismo aparato represor, con prácticas que no habían cambiado en democracia.

El vínculo entre Los redondos y la policía merece sin dudas un análisis aparte ya que el repudio hacia el accionar de esta se convirtió en una de las características más destacadas tanto de la banda como de sus seguidores. La denuncia de las prácticas de tortura y de los abusos policiales sobre todo sobre los jóvenes, y aún más sobre aquellos de los sectores populares, ponía luz sobre algo que se había querido tapar: tanto en dictadura como en democracia hay prácticas inhumanas y repudiables avaladas por el aparato estatal y dentro de sus mismas instituciones. Cómo no sentirme así/ si ese perro sigue allí, dirán, ante la certeza de que gran parte del horror aún no se terminó.

Frente a esto, la escena nacional mostraba rockeros bonitos, educaditos y una posición muy Shangai. Teniendo las herramientas del arte y pudiendo usarlas para dar otro mensaje elegían, por la razón que fuera, alimentar esas posturas y esas lecturas de la realidad. Mientras, Los Redondos combinaban en su arte la necesidad de recuperar el cuerpo y la fe en algo y la angustia de la conciencia permanente de lo ya vivido, de lo que aún se vivía y de lo que vendría más adelante si eso no cambiaba.

El teatro antidisturbios era efectivo. El esfuerzo despolitizador que empezó la dictadura de 1976 continuaba, por otros medios, con la democracia. La propuesta de Los Redondos frente a eso está tanto en su idea artística como en el contenido de denuncia de sus letras. A la experiencia desindividualizante, al llamado a los cuerpos a recordar que están vivos, se suman las consignas que visibilizan otras realidades que estaban ocultas para la opinión pública y la propuesta de salir de ese cerco informativo y consumir algo distinto. ¿Dónde están esas lecturas de la realidad que faltan en los grandes medios? En la gente común, en los barrios, escritas en las paredes.

Me voy corriendo a ver que escribe en mi pared la tribu de mi calle, sentencian, y establecen así otro tipo de comunicación posible y otro espacio de legitimidad de la verdad. Y en este sentido Los Redondos tienen un gran mérito, que puede en parte explicar su éxito a lo largo de los años pero sobre todo la fidelidad de un público que ve en ellos mucho más que a una banda musical. La banda decidió hablarle a un público al que nadie miraba, no solo desde el rock sino desde muchísimos otros espacios de la sociedad y del Estado; les habló a los jóvenes que no encontraban en otros lugares una idea viable del futuro pero que tampoco veían reflejada una idea verosímil del presente. Nombraron aquello que nadie nombraba al mismo tiempo que les mostraron que algo diferente era posible.

 

Vencedores vencidos

El impacto de Los Redondos es inmenso. No solo lo es por lo que representaron y representan aún hoy en el imaginario de varias generaciones y en el mundo de la música nacional. Su fuerza reside en gran parte porque frente al mismo escenario hicieron algo completamente diferente. Apostaron a un público marginado de otros discursos y les hablaron sin subestimarlos. Les permitieron encontrar en sus letras un espejo donde mirarse y mirar a la Argentina pero también una experiencia desde la cual recuperar algo de lo que se les había quitado.

Mostrar esto, sin embargo, tiene un impacto muy grande. La masividad que consiguieron poco a poco no podría haber sido compatible con los modos de difusión y los recorridos que siguieron otras bandas. El golpe que representaba en su momento, frente al clima de festejo democrático, de apertura y de goce desprovisto de compromiso político, denunciar aquello que no se decía, y el que siguió representando mostrar a cada paso cómo las instituciones estatales y los medios pueden estar completamente viciados, no era compatible con las políticas del mercado. Decir de un modo tan contundente que no somos más que Vencedores vencidos, que hemos puesto fin a una dictadura sangrienta pero que no le hemos ganado al horror y a la represión, que no les hemos ganado a quienes se beneficiaron en esos años oscuros porque siguen ahí en sus lugares de siempre, tiene sus consecuencias. Hablarle a un público que había quedado marginado, denunciar lo que para ellos era cotidiano pero para muchos ajeno, afortunadamente, también las tiene, y el éxito de Los Redondos se mide no solo en la cantidad de discos editados y la cantidad de shows que realizaron durante toda su existencia sino en el impacto profundo que dejaron no solo en el rock nacional sino en toda nuestra cultura.

“Un lugar en el mapa”: Literatura y compromiso social

 

Si lo leemos hoy, después de todo el recorrido que ha hecho, no dudaríamos en considerar a Rodolfo Walsh como un escritor comprometido con la realidad que lo rodeó. Su punto cúlmine es, sin dudas, la “Carta de un escritor a la Junta Militar”, redactada al conmemorarse un año del golpe de estado de 1976. Sin embargo, el camino que lo llevó hasta allí atravesó diferentes momentos en la relación entre escritura y realidad.

Desde esa escena inaugural de su compromiso, aquella referida en Operación Masacre, en la que un tiroteo lo saca de su juego de ajedrez y su café y lo coloca frente a la realidad, hasta la Carta en la que denuncia el horror del primer año de la Junta en el gobierno, Walsh recorre diferentes encuentros entre material “literario” y “extraliterario” en sus obras. En el camino entre el periodista que planea una “novela seria” y quiere volver a su juego de ajedrez y el que apenas un poco más de 20 años después denuncia al gobierno militar, firma con su nombre y su oficio una carta que hoy es emblema de su lucha y entrega su vida ante quienes lo emboscaron para secuestrarlo, hay un trabajo gradual que va combinando elementos ficcionales y no ficcionales y que va acompañando el desarrollo de su rol como escritor comprometido.

En el medio de este recorrido aparece en Los oficios terrestres un cuento emblemático: “Esa mujer”. El siguiente trabajo intenta mostrar las ideas sobre el rol del escritor que aparecen en este cuento y, en relación con esto, el lugar de la ficción como herramienta para contar la realidad.

 

“Yo busco una muerta, un lugar en el mapa”

En “Esa mujer” el protagonista mantiene un diálogo con un Coronel. Tiene muy claro qué busca: el Coronel sabe dónde está el cuerpo de Eva Perón, que había sido robado de la sede de la CGT. Del otro lado, el militar busca un nombre, tal vez unos papeles que él podría tener. El clima es el de una negociación, y si bien quien dispone las reglas (por su localía, por el peso de su cargo, porque es quien tiene ese dato clave) es el Coronel, hay algo que este escritor tiene para ofrecer a cambio. Muy rápidamente se deja de lado ese nombre buscado y el escritor le ofrece lo que verdaderamente solo él le puede dar: la posibilidad de escribir su historia.

Esto le da una función: es quien puede hacer algo con todos esos hechos, quien puede tomar esos materiales y darles un sentido. Pero, ¿desde qué lugar hace esto?

El escritor se coloca a sí mismo por fuera de las dicotomías. No pertenece al mismo sector al que pertenece el Coronel, no ha participado de las acciones que este y otros pares han llevado a cabo, no formó parte del poder ni del gobierno ni desempeñó cargo alguno en ese ámbito. Al mismo tiempo, tampoco se encuentra del otro lado, del de los seguidores de Eva, de quienes la han llorado, ni del peronismo en general. Se ocupa de insistir todo el tiempo en que no hay nada que lo involucre con ese cuerpo más que su interés por contar esa historia.

Frente a ambos sectores, involucrados a favor o en contra, desde el amor o desde el odio, este escritor ostenta un saber. Sabe cómo hablar con el Coronel, cómo negociar con él, qué ofrecerle, qué estrategias utilizar para que vaya contando su historia. Sabe también todo lo que Eva simboliza para quienes la aman y quienes la odian; conoce las pasiones que despierta en los otros.

 

El rol del escritor aquí es todavía el de cierta neutralidad. Está por fuera de las dicotomías de la política. No es el escritor militante sino el hombre que ya comenzó a cuestionar qué tanta distancia puede haber entre literatura y sociedad. Es quien está involucrado con lo que pasa fuera de la escritura porque esto lo interpela, pero aún tiene una función muy abocada a esta. Lo que le interesa de Eva y de su cuerpo es escribir su historia.

El narrador nos dice desde el comienzo que lo que busca es un lugar. Podemos pensar, entonces, que además de buscar el lugar en el que se encuentra este cuerpo deambulante también busca un lugar para él, un lugar desde donde mirar la realidad, una función en su ejercicio de escritura. Hay de fondo una tensión entre ser parte de la sociedad y mirar desde afuera.

 

“Yo escribo la historia”: La ficción como herramienta para contar la realidad

Una de las características que más se ha señalado del cuento “Esa mujer” es la forma en la que logra colocar en el centro absoluto a quien en ningún momento se nombra en el texto. Eva falta, igual que falta su cuerpo. Y, como su cuerpo también, es desde esa falta desde donde logra una presencia absoluta.

El centro de este texto es un lugar vacío, una falta. Hay un cuerpo que no está y hay algo que no se nombra. Y es esa falta la que posibilita la producción de sentido. La falta funda alrededor del cuerpo de Eva las ficciones mágicas que ahora la rodean, la maldición a quienes la profanaron, los milagros de Eva santa. Y funda, además, la ficción de este relato, que se sostiene en la búsqueda de un dato que dé el paradero de ese cuerpo.

El secuestro de Eva se plantea como enigma, como incógnita, tanto en la realidad como en la ficción que se nos presenta. Esto permite, al menos, dos modos de vincular la realidad externa del hecho y el propio relato que estamos leyendo.

La primera es que se pone el énfasis en esa falta. El cuerpo no se encontró y tampoco se escribió ese relato. Aquí ambas cosas, de algún modo, se equiparan. Cuerpo y relato se encuentran presentes desde la ausencia.

La segunda es que ese enigma da un motivo para la escritura, tanto de este cuento como de la historia argentina. Este escritor que protagoniza el cuento quiere escribir la historia de un hecho de la realidad, y además uno de los hechos centrales tanto de la historia argentina de esos años como del propio peronismo. Pero, al mismo tiempo, esa historia se nos está contando mediante el cuento mismo. Sin hablar de Eva trae igualmente la historia del robo de su cuerpo.

Es decir que aparece aquí en el centro la ficción. Nuestra historia es materia narrable, y narrable dentro de la literatura. De este modo, la forma en la que realidad y ficción se vinculan es mediante este cruce. No solo la literatura puede valerse de la realidad como tema, incluso como disparador, sino que es desde allí desde donde él elige contarla. El cuento ocupa simbólicamente el lugar de ese cuerpo que falta, trayendo a Eva, recuperándola en la materialidad del texto escrito, colocándola en el centro de la historia nuevamente a través de colocarla en el centro de la historia narrada.

Además de mostrar a la historia como algo posible de ser narrado en nuestras ficciones, pone en un lugar central tanto de la historia como de la literatura al peronismo. El enigma que hace ficcionalizable la historia (la historia del robo del cuerpo pero también la historia argentina) es también uno de los enigmas centrales dentro del peronismo.

El peronismo ya había sido leído en clave de ficción por determinados sectores políticos. Tanto desde los sectores más conservadores de la derecha como desde ciertas facciones de la izquierda. Basta nombrar al Borges de “El simulacro”, en el que el velorio de Eva, su figura, la de Perón, y el peronismo todo, aparecen como una puesta en escena, un montaje. O al Ghioldi que recurre a las figuras de Hitler y de Juan Manuel de Rosas para colocarlo en el lugar de copia al no poder explicar ni explicarse la fuerza del fenómeno peronista en la sociedad, y sobre todo en la clase obrera.

Pero el trabajo de Rodolfo Walsh es otro. Incluso sin ser en el momento de escritura de este cuento el militante que sería después, y no colocándose a sí mismo en la misma vereda política, la relación que establece entre peronismo y ficción es completamente diferente. Como dijimos, es del peronismo de donde sale el enigma que hace posible la escritura de esta ficción, el ingreso de la historia a la literatura, la conexión entre escritura ficcional y realidad. Walsh no pone el centro en el peronismo como un fenómeno ficcional o como algo que no puede explicarse desde la realidad sino que lo pone en el lugar de cosa narrable, esto es, no solo posible de ser narrada sino también relevante.

Eva está, además, en el cruce entre realidad y fantasía. El mismo cuento nos muestra que no es solo esa ficción la que esta posibilitando ese cuerpo ausente sino que también existen esos otros relatos que rodean su cuerpo robado: los milagros y maldiciones que circulan en la cultura popular, que el escritor menciona y el Coronel descarta de forma burlona, aunque inmediatamente se nos presentan hechos que podrían validarlos.

 

Notas finales

 

En “Esa mujer” aparece, entonces, el contacto entre la historia argentina y la ficción literaria. Esto es solo en parte algo nuevo: ya lo había hecho Walsh con Operación Masacre. Sin embargo, allí Walsh tomó un hecho que ocurrió en la realidad, con relevancia para la sociedad, realizó una investigación periodística y aplicó procedimientos ficcionales en la forma de contar (podemos pensar, por ejemplo, en las personas convertidas en personajes, en la organización de los datos, en la cantidad de recursos estilísticos que pueden rastrearse en el texto). “Esa mujer” nos trae una relación diferente. El texto es una construcción absolutamente ficcional, desde la construcción de los personajes, el desdoble en la voz narradora, el enigma colocado en el centro, la forma dialogal, los recursos narrativos, la estructura. No se aplican procedimientos ficcionales a la realidad sino que se construye una ficción que funciona como tal, que se asume como cuento, que no pretende ser leída en otra clave, pero que solo resulta posible a partir de que deja ingresar a la realidad, a ese enigma que sostiene el relato y permite la significación. Desde ese lugar vacío en el texto, que se corresponde con un hueco en la realidad, es desde donde surge la posibilidad significante del relato. Aquello que no se nombra le da sentido a todo aquello que sí.

Se narra una ficción que está atravesada por un hecho extraliterario (el cual se toma como “excusa” para escribir el relato), con lo cual este termina siendo su disparador inicial y su condición de posibilidad: solo es posible ese relato porque hubo un hecho previo que fue el robo de ese cuerpo, pero además porque, en el interior del relato, la motivación del personaje central es conseguir la historia de ese cuerpo.

En esta búsqueda del lugar del escritor o del intelectual ante la realidad la práctica de escritura aparece en el centro. La ficción, ya sea desde algunos procedimientos como en Operación Masacre o colocada totalmente en el centro como en el cuento que analizamos, se constituye como herramienta fundamental de ese vínculo. En la búsqueda de ese lugar, de qué espacio se puede ocupar frente a la realidad, este cuento nos permite pensar mejor el nexo entre realidad y literatura y, aún muy lejos del intelectual comprometido en el que se convertiría después, nos permite revisar desde que otros lugares Walsh pudo pensar este vínculo.

Intercambio sobre una organización: una mirada sobre la militancia

El período que se abre en Argentina en el año 2003 trae consigo una serie de cambios que impactan significativamente en la sociedad, tanto a nivel político y económico como cultural y social. La salida de una grave crisis y la reestructuración de todo un sistema productivo vienen acompañadas por una nueva lectura sobre una serie de tópicos, de agentes y de prácticas sociales que va a desarrollarse a lo largo de los siguientes años. Aunque se trata de una transformación con múltiples aspectos que funcionan juntos vale la pena destacar uno de forma aislada para poder aproximarnos a dimensionar el impacto que este tiene en la sociedad. Uno de los grandes cambios que ocurren a partir de 2003 es la centralidad de la dimensión política.

Después del “que se vayan todos” que marcó los años anteriores, con un claro descreimiento respecto de la clase política y de la política como herramienta de cambio en amplios sectores, y las visiones puestas en tensión desde los años setenta respecto del rol de la militancia, comenzó un proceso a partir del cual la política volvió a colocarse en el centro de las discusiones.

En Intercambio sobre una organización, de Violeta Kesselman, la política se coloca en el centro de todo. No solo se cuenta cómo es el funcionamiento de una organización desde adentro, y cómo es en este contexto en particular, sino que previo a eso ya se instala como el aspecto más relevante de la serie de textos que componen este libro.

En ese sentido, los espacios colectivos de organización aparecen como los grandes protagonistas. No se trata de que funcionen como un telón de fondo para que se desarrolle una historia. Esta es la primera gran novedad que ofrece este libro: la militancia y la organización política son el centro de la narración.

Aparece algo que podemos notar a lo largo de la lectura, que es la presencia de un protagonista colectivo, frente a los protagonistas individuales que podemos encontrar en casi la totalidad de la literatura. Así, los personajes particulares solo son engranajes de algo mayor. Sirven para construir los relatos, pero están siempre corridos de lo central que es, una vez más, la dimensión política y la organización colectiva. Esto plantea un gran desafío que reconoce la autora: cómo narrar de la forma más despersonalizada posible, cómo construir un relato que no se centre en la historia particular de ninguno de los sujetos que aparecen sin prescindir tampoco de que estos formen parte del relato.

¿En qué lugar quedan los sujetos individuales? Lo que nos muestran estos textos es que lo colectivo está formado por personas, que pueden dudar, plantear diferencias, sugerir inquietudes. Es desde esta pluralidad que se construye lo colectivo. Esto permite, además, mostrar desde adentro ciertas características de la militancia que no son necesariamente las que circulan por la opinión pública: se ve homogéneo algo variado, se ve bajada de línea en algo que tiene discusión previa, se ve un modo de acceso a privilegios cuando lo que hay detrás es un trabajo concienzudo, una serie de ideales y la empatía por los otros.

Aparece acá la idea de intercambio que ya nos plantea el título: hay unión pero no homogeneidad. Es parte constitutiva del quehacer de la organización el cruce de opiniones, el debate. La voluntad es individual, sin dudas, pero solo se puede llevar adelante en el contacto, en el intercambio, con los otros.

La serie de elecciones que realizan estos textos apunta siempre a este alejamiento de la experiencia individual y única y el acercamiento a lo múltiple y colectivo. No se busca en ningún momento contar un día excepcional con rasgos excepcionales y hechos excepcionales sino la cotidianidad de la vida de una organización militante, lo que pasa todos los días. Esto suma un efecto de naturalidad, de fluidez, de hábito. El trabajo de una organización es constante –nos dice el texto- y se construye en la suma de un montón de días.

Este libro nos plantea que las organizaciones sociales son una clave para entender la política argentina y la historia de los últimos años. Podemos conocer a través de ellas el efecto de las distintas políticas públicas sobre la población. Se detectan desde allí las falencias, las necesidades, lo urgente, la deuda que se tiene y que es consecuencia de lo que desde el Estado se hizo y lo que no se hizo, las decisiones que se tomaron y hacia qué sectores estuvieron dirigidas (y hacia cuáles no). Y en este contexto histórico particular se suma un elemento fundamental: su vínculo con el Estado.

El cambio social solo es posible desde la construcción conjunta. El Estado dispone de los medios, es quien brinda los materiales, pero las organizaciones son las que llegan directamente a las personas, las que saben qué se necesita y las que pueden funcionar como puente, como nexo entre el Estado y la población.

El Estado que aparece de fondo, el que surge en Argentina en esos años pero que también forma parte de una tendencia hacia la que se dirigen varios países de América Latina, es un Estado que permite esta conexión y por eso el cambio social es posible. Hay un reconocimiento de la centralidad de la política en la vida de los ciudadanos y una validación desde ese mismo lugar hacia los militantes y hacia la militancia como práctica no solo válida sino fundamental. Ahí radica lo particular de ese tiempo que se narra.

Previamente, ni las organizaciones ni la militancia encontraban en la literatura el correlato de importancia que adquirieron en la realidad. Tampoco lo encontraban los grandes cambios que estaban ocurriendo. Por eso, uno de los mayores méritos que tiene este libro es la búsqueda de una literatura que contenga estos cambios y un lenguaje que logre expresarlos. Intercambio sobre una organización logra encontrar una literatura que está en línea con el ejercicio de la militancia y con la mirada militante de esos años. No se trata solo de describir los años que se vivieron a partir del 2003 sino de expresar una serie de ideas, una visión sobre la centralidad de la política y sobre la posibilidad de realizar verdaderos cambios en la sociedad.