Festejos de los Centenarios en Argentina, Perú y México

Durante las décadas de 1910 y 1920 se desarrollan los festejos de los Centenarios de México, Perú y Argentina. Los modos de gobierno instaurados en estos países hacen de estos hechos la oportunidad propicia para reivindicarse. ¿Qué lugar cumple, en este contexto, la literatura?

Argentina: Los cantos a la patria grande
Para 1910, año del Centenario argentino, el país vivía un importante crecimiento. Desde 1880 se implementó un modelo político, económico, social y cultural que propició su impulso y modificó su colocación en el mundo. La modernización ubicó a Buenos Aires dentro de las capitales más importantes de América Latina, incluso a nivel intelectual, convirtiéndose en escenario de la renovación de las prácticas literarias y las corrientes estéticas. La numerosa inmigración que llega al país se convierte en la promesa de desarrollo: debe poblarse el territorio con manos que puedan producir y abastecer al mercado. Hay grandes avances en urbanización y alfabetización como principales cambios culturales propiciados por los gobiernos del período; un hito importante es la sanción de la Ley de Educación, que la convierte en laica, obligatoria y gratuita. Se impulsa, en el aspecto económico, el modelo agroexportador, que convierte a la Argentina en una de las principales proveedoras de materias primas para los países industrializados. Los cambios son drásticos, profundos, y sobrepasan lo esperado. La población debe adaptarse a la inmigración masiva, que genera un gran cambio en la cultura pero también en otros factores como la infraestructura de la ciudad. La mayor parte de los inmigrantes provienen de España e Italia y traen consigo ideologías socialistas y anarquistas, lo cual impacta fuertemente en un sistema político conservador, que no está dispuesto a permitir el avance de estos nuevos modelos. Las medidas elegidas para generar este cambio tienen consecuencias no previstas. Los inmigrantes se instalan en las ciudades, que no están preparadas para recibirlos. Se suceden huelgas y protestas, y la situación en las fábricas se torna compleja. Comienzan a implementarse, entonces, medidas para frenar estos cambios no previstos: ejemplo de esto son las leyes de Residencia y de Control Social. El Centenario llega en una época de indudable desarrollo, pero de fuertes tensiones también. Hay una Argentina para celebrar, la del crecimiento prometedor; hay, por lo tanto, un modelo de país que merece una celebración y que necesita, al mismo tiempo, terminar de consolidarse.
La Argentina del crisol de razas, la Argentina abierta a recibir en su seno a nuevos habitantes es festejada por Rubén Darío en su “Canto a la Argentina” .

La Argentina de fuertes pechos
confía en su seno fecundo
y ofrece hogares y derechos
a los ciudadanos del mundo.
(…)
Dad a todas las almas abrigo,
sed nación de naciones hermana,
convidad a la fiesta del trigo,
al domingo del lino y la lana.


Estas imágenes presentan a un país abierto a la llegada de habitantes de todo el mundo, un lugar donde serían bien recibidos y tendrían posibilidades laborales. La tierra ofrecida, sin embargo, solo existió en las promesas y los cantos:

Al forastero, el pampeano
ofreció la tierra feraz;
el gaucho de broncínea faz
encendió su fogón de hermano,
y fue el mate de mano en mano
como el calumet de la paz
.

Si, incluso, la tierra no fue del gaucho, menos aún llegó a los inmigrantes. Este fue el motivo por el cual se produjeron altas concentraciones demográficas en la Capital y sus alrededores: ante la imposibilidad de emplearse como mano de obra agraria la posibilidad más cercana era emplearse en las fábricas. La ciudad recibió, de este modo, un aluvión para el cual no estaba preparada: cambió forzosamente su infraestructura, surgieron nuevos modos de organización de las viviendas (data de este período la numerosa aparición de los conventillos, casas abandonadas por la fiebre amarilla en cuyas habitaciones se alojaban familias enteras, generando graves problemas de hacinamiento e incluso de salubridad). La ciudad del poema, sin embargo, sigue siendo la bella ciudad moderna:


Oíd el grito que va por la floresta
de mástiles que cubre el ancho estuario,
e invade el mar; sobre la enorme fiesta
de las fábricas trémulas, de vida;
sobre las torres de la urbe henchida;
sobre el extraordinario
tumulto de metales y de lumbres
activos; sobre el cósmico portento
de obra y de pensamiento
que arde en las poliglotas muchedumbres.


No hay tensiones en el país cantado . El elogio borra todos los conflictos de la época. No existen las familias hacinadas, las manifestaciones obreras ni las reacciones xenófobas por parte de la población.


He aquí el país de la armonía,
el campo abierto a la energía
de todos los hombres. ¡Llegad!


Argentina se convierte en una oportunidad feliz para aquellos oprimidos, aquellos que sufren penurias, aquellos que anhelan progreso. Argentina es la tierra prometida. En palabras de Gerchunoff: “Sión está allí donde reina la alegría y la paz. A la Argentina iremos todos y volveremos a trabajar la tierra, a cuidar nuestro ganado, que el altísimo bendecirá” . Como lo explica Luis Emilio Soto en el prólogo a Los gauchos judíos : “Al salir del cautiverio quedaban atrás las amenazas y se abría una perspectiva de paz y de dicha (…) Todos comparten el optimismo de afincarse en nuestro país, ávidos de paz, justicia y trabajo” . Esa prosperidad la darían las posibilidades que abría un sistema basado en la producción agropecuaria. La utopía agraria indicaba que si algo había en la Argentina era tierra, y si algo necesitarían esas tierras eran hombres dispuestos a trabajarlas.
El sistema agroexportador también tuvo su aclamación. La “Oda a los ganados y a las mieses” de Leopoldo Lugones festeja al campo, a la producción, al espacio rural. Si hay que cantarle a la patria grande o a aquello que hace grande a la patria la elección es el sector productivo.


Alcemos cantos en loor del trigo
Que la pampeana inmensidad desborda,
(…)
Cantemos al maíz cuyo tesoro
Es lingote cabal en la mazorca
(…)
Alabemos al lino que florece
(…)
Y al tórrido maní cuyo estuchito
Como una oruga en el mantillo engorda
(…)
Celebremos la caña del ingenio
(…)
Cantemos a la carne brava y fuerte,
Que enciende el fuego de la vida heroica


La Argentina agroexportadora es la Argentina del gran desarrollo y del crecimiento económico. Este crecimiento, sin embargo, no fue igual para todos. Los inmigrantes a los que se les había abierto las puertas, junto a otros sectores de la población, continuaban viviendo en malas condiciones. El beneficio del modelo lo era solo para algunos: La fiel solidez del pan seguro , la riqueza espigadora que se amontona , la riqueza fácil del maíz y el bienestar equitativo no eran para todos. Se canta, sin embargo, al progreso general del país, un progreso que se traduce en cantidad de materia prima exportada:


Ayer, en el diario, le han leído
Las cantidades que el país exporta;
Con nueve toneladas en un año,
Va a hacer cuarenta que iniciaron la obra.
Más de cuatro millones en un día,
Buenos Aires tan solo embarca ahora.


Si estos textos, que comparten la condición de haber sido escritos por encargo del gobierno para los festejos del Centenario, construyen una imagen de la Argentina que otros discursos niegan, surge la pregunta acerca de qué función están cumpliendo. Como dijimos al comienzo, los Centenarios se convirtieron en una oportunidad propicia para reivindicar a los gobiernos de estos países y destacar su cara positiva. La literatura colabora construyendo una imagen limpia, donde se elimina todo aquello que pueda generar tensión. Si la literatura de los hombres de 900 se convirtió en “una propaganda insidiosa, mala, pérfida y solapada contra todo lo que no es nativo, indígena, estrechamente nacional” , es decir, se convirtió en el reflejo de las sensaciones percibidas por aquello que sentían amenazada su “argentinidad” frente a los inmigrantes, la literatura escrita para el Centenario tuvo una función diferente. David Viñas señala respecto de las postulaciones nacionalistas y xenófobas que “si para el ’80 se presintieron, hacia el Centenario ya se empiezan a ejecutar” . Los ataques a extranjeros, que pasan de motivos estéticos o culturales a motivos sociales e intentan justificarse con una defensa de la República o se mezclan con las represiones obreras, ejecutan aquello que la literatura anterior prefiguró. Para el Centenario, cuando el Estado se ocupa de los extranjeros en la práctica directa, la literatura, y en este caso principalmente la literatura por encargo, intenta reconstruir las imágenes previas de la Argentina, donde el inmigrante no es un problema sino que se prefigura como una solución. La Argentina que ataca al elemento extranjero en la praxis construye en la literatura una imagen de paz.
Mireya Camurati intenta responder a esta pregunta valiéndose de otro instrumento de análisis. En su artículo “Dos cantos al centenario en el marco histórico-social del Modernismo en Argentina” busca en la configuración misma de este movimiento literario las causas de la funcionalidad de la literatura al gobierno vigente durante el Centenario. Citando a Françoise Perus, Gutiérrez Girardot y Ángel Rama, considera al modernismo en relación con el modo de producción capitalista y la expansión de la sociedad burguesa. Uno de los elementos que destaca, a partir de los aportes de Rama, es el periodismo como parte de la empresa histórica de la burguesía. Estos dispositivos funcionarían como instrumento de acción intelectual de este sector. Para la época del Centenario, existían relaciones de paternalismo por parte del diario La Nación, periódico donde se publicaron los textos analizados, hacia los escritores. Esto, según la autora, se leería como una cadena en la cual el escritor sirve al diario y éste a su vez al sector burgués . Sea éste el motivo por el cual se solicitaron obras de estos autores, sea por el auge que había tenido para esos años el modernismo, puede concluirse que estas obras por encargo colaboraron con la construcción de una imagen de la Argentina que correspondía con aquella de los valores y las obras que deseaban exaltarse. La literatura en el Centenario argentino colaboró con la celebración de una, y solo una, de las caras, desprovista de tensiones y desacuerdos, de lo que ocurría entonces en el país.

México: entre la celebración del Centenario y el estallido de la revolución
El Centenario mexicano encuentra sumidos sus festejos en un clima particular. Para 1910, Porfirio Díaz llevaba alrededor de 30 años en el poder , sumando siete reelecciones , la última de ellas en octubre de ese año. Su régimen, conocido como Porfiriato, había fortalecido a los grandes terratenientes y a los industriales y se había convertido en un espacio de preservación de la estructura económico-social heredada del régimen virreinal español. Se trató de una época de estabilidad y progreso económico, calificada como el período de la “paz porfiriana”, pero que tuvo como contracara severas desigualdades sociales.
Durante este período, la élite intelectual se situó en el llamado “Partido Científico”. En palabras de Pedro Ángel Palou, “Los Científicos se convertirían en los grandes teóricos del régimen del general Díaz, atrayendo la inversión y la influencia ideológica europea (particularmente la francesa) hacia el país. Los Científicos adoptaron como política el positivismo evolucionista de Comte y Spencer, mientras que en el espacio económico se definieron cercanos a las teorías de Adam Smith” . Esto se traduce en la utilización de la idea de superioridad de clase para justificar el régimen de Porfirio Díaz.
Sin embargo, al mismo tiempo que se festejaba el Centenario mexicano comenzaba a gestarse la Revolución. La represión a las protestas y las terribles condiciones de trabajo en los campos fueron detonantes del descontento. Los intelectuales pasaron a ocupar entonces otro lugar. Parte de la oposición al régimen de Porfirio Díaz la conformó el grupo llamado “El Ateneo de la Juventud”, del que participaron José Vasconcellos, Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, entre los más destacados. Estos intelectuales realizaron una revisión crítica del positivismo en el cual habían sido educados. Esta nueva generación de intelectuales tendría una importante participación en el nuevo México revolucionario:

“Con el advenimiento de la generación del Ateneo, la destrucción del positivismo encarnado por los Científicos y la caída del liberalismo ante la inconformidad social, se presentan las condiciones para la conformación de una ley fundamental para el país que implicase un balance entre los sistemas económicos provenientes del siglo XIX con la noción de redistribución de la riqueza en todos sus órdenes que fue la bandera popular de la lucha de 1910”

La mayor parte de los caudillos revolucionarios construyeron su ideología y principios de lucha influenciados por miembros de esta intelectualidad. Fueron estos, de algún modo, los encargados de construir, ya sobre la misma marcha de la Revolución, el campo ideológico que la sustentaría; un campo, por otra parte, no completamente definido sino en constante construcción.
Tanto en la época del Porfiriato como en la posterior revolución los intelectuales tuvieron un papel importante. En el México de esos años opera la postura Gramsciana que vincula en una relación necesaria a los intelectuales/la cultura y el poder. Los intelectuales mexicanos no solo se han constituido como opositores a un sistema (en el caso de la juventud del Ateneo) sino que se han visto en la difícil tarea de fundar las bases teóricas de un proceso revolucionario y de las medidas que se tomarían para constituir una nueva sociedad.


Perú

El Centenario de Perú, a diferencia del de México y Argentina, es posterior. En 1921 se celebran los cien años de independencia y en 1924 la centuria de la Batalla de Ayacucho. El contexto histórico, así como el literario, presentan notables diferencias.
El Perú de esos años es el del Oncenio. Augusto B. Leguía, a través de un golpe de estado, toma el poder en 1919. Su gobierno se caracteriza, entre otras cosas, por un notable culto personalista y una gran apertura económica. En un contexto en el que ya han comenzado a plantearse discusiones acerca del lugar de los indígenas en la sociedad peruana, una de las medidas tomadas a partir de la Constitución de 1920 es el reconocimiento de las comunidades indígenas y la protección de las tierras comunales. Sin embargo, otra serie de medidas sancionadas modifican esta consideración: La Ley de Conscripción Vial, por ejemplo, que determina que todos los hombres entre 16 y 80 años deben trabajar gratuitamente en la construcción de caminos durante determinada cantidad de días al año, termina siendo aplicada únicamente sobre los indígenas. Durante este período de la historia peruana, que abarca desde 1919 a 1930, se cerraron imprentas y se acalló a la oposición, atentando contra la libertad de expresión de los ciudadanos. Las medidas prometidas al comienzo finalmente no se cumplieron y la República que diseñó la clase dirigente olvidó nuevamente los derechos de gran parte de la población para poder sustentarse. Para cantarle a ese país que se está delineando se convoca al ya consagrado José Santos Chocano. Poeta de la exaltación vinculado con los preceptos de la estética modernista, le canta a los Andes y a la gloria de Ayacucho.
Sin embargo, el modernismo ya no estaba en su auge y debía compartir escena en su forma tardía con la incipiente y novedosa vanguardia. César Vallejo, figura destacada de la vanguardia peruana, en 1922 está escribiendo Trilce, un libro absolutamente innovador, ícono de la renovación literaria del momento. También en ese contexto está actuando José Carlos Mariátegui y ya están discutiéndose entre los intelectuales cuestiones vinculadas al lugar del indio. El festejo de los cien años de la independencia amerita una reflexión sobre el lugar que se le ha dado a los indígenas en Perú: se ha construido el país sobre las ruinas de su imperio y sobre la ruina y la destrucción de estos grupos; sin embargo, son excluidos de la peruanidad y su pasado es borrado como pasado del país.
En este contexto, la elección de Santos Chocano para cantarle a la patria es significativa. Mariátegui dirá que

“Chocano no pertenece a la plutocracia capitalina. Este hecho lo diferencia de los literatos específicamente colonialistas. No consiente, por ejemplo, identificarlo con Riva Agüero. En su espíritu se reconoce al descendiente de la Conquista más bien que al descendiente del Virreinato (Y Conquista y Virreinato social y económicamente constituyen dos fases de un mismo fenómeno, pero espiritualmente no tienen idéntica categoría. La Conquista fue una aventura heroica; el Virreinato fue una empresa burocrática. Los conquistadores eran, como diría Blaise Cendrars, de la fuerte raza de los aventureros; los virreyes y los oidores eran blandos hidalgos y mediocres bachilleres)”

Vallejo, sin embargo,

“Es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado”

Por un lado, entonces, el poeta que le canta al heroísmo y que remite al pasado idealizado de la Conquista; por el otro, un acercamiento y una revalorización del elemento indígena del país. El Oncenio festeja la República; sin embargo, como expresará Sebastián Salazar Bondy casi cincuenta años después, esa República pudo sustentarse a partir de la idealización del pasado colonial y la anulación del pasado incaico. El festejo de la República necesita un canto que revalorice ese pasado heroico, que Mariátegui asocia a la Conquista, porque es esa idealización, operada sobre la sociedad, la que la sustenta, la que provoca que los mismos dominados (ya independientes pero aún dominados) se encuentren fascinados con el pasado que impone el conquistador. Santos Chocano pone en Los Andes el heroísmo de la Batalla de Ayacucho; Vallejo y Mariátegui miran otros Andes, los Andes indígenas, y al pensar lo propio eligen al indio. Dos gestos diferentes y opuestos que conviven en el contexto del festejo del Centenario y responden a dos maneras distintas de mirar lo que es o lo que se quiere que sea el Perú.

Caras y contracaras de los Centenarios

La Argentina del crisol de razas, de la tierra prometida, de la utopía agraria frente a la Ley de Residencia, la Ley de Control Social, los asaltos a las redacciones de diarios anarquistas y el estado de sitio; el México de la paz y el control, del crecimento económico frente a la nación de las tiendas de raya, el Cuerpo de Rurales, la leva, las represiones a las huelgas de Cananea y Río Blanco; el Perú de la heroica victoria en Ayacucho y de las promesas de recuperación de la tierra frente a la nación del territorio mutilado y las fuertes represiones a las protestas indígenas. Los Centenarios de estos tres países se desarrollaron entre dos facetas de la situación política y social: una celebrada y enaltecida, existente mucho más en los discursos que en la vida cotidiana de los habitantes; otra ocultada, tapada por los ruidos de los festejos. A cien años del fin de la dominación las nociones de libertad e igualdad no parecen haber llegado a todos. Queda por preguntarse, entonces, qué festejan los Centenarios, qué país celebran los cantos y las odas y qué otro país se oculta detrás. Queda por preguntarse cuánto ha cambiado una centuria después de las revoluciones. Queda por preguntarse cómo es que la celebración de revoluciones independentistas necesita para su desarrollo el acallamiento de las voces declamatorias, la censura de los levantamientos, el silencio obligado de la población y la exclusión de parte de la misma.