Transformaciones y pasajes entre La Ida y La Vuelta de Martín Fierro


Las dos partes que conforman el Martín Fierro son, entre otras cosas pero tal vez ante todo, el relato de un doble pasaje a través de la frontera. Dentro de ese marco se producen, incluso, otros movimientos y pasajes que van conformando la compleja trama de hechos que posibilitan la segunda etapa del cruce, es decir la vuelta. Si decidimos pensar esta obra teniendo en cuenta estas dos fases, encontramos en ellas no solo una relación estrecha en la que una completa la otra y ambas cierran así la circularidad (no sin pérdidas) del viaje de Fierro, sino también una serie de transformaciones de distinto orden que reescriben algunos de los ejes centrales de La Ida.

Pasajes

El gran pasaje de Martín Fierro es el que marca el final de La Ida y que luego se retoma al comienzo de la segunda parte: la salida completa del plano de la ley para internarse en el desierto, y su posterior retorno. Sin embargo, para que este doble cruce sea posible deben darse movimientos menores que son aquellos que se narran en la primera parte, para ingresar al desierto, y los que se evocan en la segunda, para que pueda ser posible un retorno al otro lado de la frontera.
El poema comienza con una presentación del gaucho que hace el mismo Fierro, a la que inmediatamente le sigue, en el canto II, una evocación a un pasado en cuya descripción algo idealizada aparecen las ideas de libertad y de cierta armonía[1]. Esa situación es interrumpida y allí comienzan las penas y sufrimientos que se denuncian a partir de que comienza a perseguirse al gaucho, que se convierte en el blanco de la autoridad. El lugar idealizado, ese pasado que se evoca al comienzo, es aquel donde no había injerencia de la ley. Ahora el gaucho se convierte en un bandido que se ve obligado a huir de la justicia.[2]
Hay un momento destacado en un abrupto cambio de escenificación: el gaucho es llevado a pelear en la frontera. Hay aquí un primer movimiento: se abandona la vida tranquila y comienza la serie de padecimientos que da sentido al poema. Comienzan también las denuncias que se dirigen principalmente a las malas condiciones que allí había (“Y andábamos de mugrientos/ que el mirarnos daba horror;/(…)en mi perra vida he visto/ una miseria mayor.// Yo no tenía camisa/ ni cosa que se parezca/ (…) no hay plaga como un fortín/ para que el hombre padezca”[3]) y a la falta de pago (“Nos tenían apuntaos a todos/ con más cuentas que un rosario, /cuando se anunció un salario/ que iban a dar, o un socorro;/ pero sabe Dios qué zorro/ se lo comió al comisario”[4]). Aparece, también, la denuncia directa al gobierno: como cuestionamiento de su accionar en “¡Quién aguanta aquel infierno!/ Si eso es servir al gobierno/ a mí no me gusta el cómo”, en el Canto II, y como cuestionamiento de su tarea de protección en el Canto VI, “Pero también los que mandan/ debieran cuidarnos algo”.
Al paso a la vida de frontera le sigue otro movimiento: Fierro decide escapar del servicio y se convierte así en un desertor. Si en el pasaje anterior la frontera (al menos la mayor) no se había cruzado porque el gaucho cumplía con lo determinado “de este lado”, aquí se cruza la barrera de la ley al dar un primer paso fuera de ella. Convertirse en gaucho matrero es la alternativa para culminar los padecimientos a los que fue llevado por la autoridad. Aunque a partir del Canto V comienza a plantearse la posibilidad de la huída, es en el Canto VI donde abandona finalmente el servicio e intenta volver a su vida anterior, lo cual resulta imposible porque ya no queda nada de ella.
Es como gaucho matrero que cargará a su historia una muerte que será decisiva para el poema: la del moreno en el baile, que difiere completamente de la del hijo del Cacique en la frontera y de las aludidas al comienzo, cuando dice que “nunca peleo ni mato/ sino por necesidá”. La muerte del moreno es inmotivada y buscada por Fierro por diversión. Es por aquel delito que van a buscarlo hombres de la justicia y es en el enfrentamiento con ellos donde conoce a Cruz, con quien tomará la decisión de cruzar la frontera mayor, la que dividía el territorio de la ley del desierto.
La imagen final del poema, donde un narrador de “este lado” de la frontera describe el ingreso al desierto, cierra la primera parte del poema. La segunda parte comenzará con el regreso de Martín Fierro y sus evocaciones al tiempo en que vivió entre los indios. La división entre La Ida y La Vuelta se convierte en una bisagra que articula las dos etapas del movimiento de Fierro. La muerte del moreno, que lo lleva a refugiarse en el desierto, es contrarrestada con otra muerte: la del indio que había matado al hijo de la cautiva. A partir de ese hecho Fierro se acerca nuevamente al territorio de la ley y se coloca una vez más de su lado, así sea simplemente para que recaiga sobre él.[5] Mata al indio cruel e invoca a Dios y a la Divina Providencia: está nuevamente “de este lado” de la frontera.

Transformaciones

Ambas partes del Martín Fierro, que corresponden a las dos etapas de este doble pasaje (a uno y otro lado de la frontera con el desierto, a uno y otro lado del Estado y de la ley), conforman una historia acerca de este viaje de ida y vuelta. Si bien cada una responde a una parte de este cruce y forman una unidad, podemos encontrar transformaciones significativas de una parte a la otra. Para desarrollar esta comparación podemos analizar dos momentos significativos: la escena de la muerte del moreno, en la Ida, y la de la payada con su hermano, en La Vuelta.
La muerte del moreno es la primera muerte inmotivada del poema. Fierro rompió con ella su declaración anterior, en la que aseguraba que no peleaba ni mataba “sino por necesidá”. No se trata tampoco de las “muertes obligadas” en la frontera. A partir de este episodio Fierro queda marcado (doblemente marcado, por la cicatriz en el rostro y por la falta con la ley) y debe huir. La justicia lo busca y debe volver a matar. No tiene otra opción más que cruzar al desierto, donde la ley no puede alcanzarlo. La vuelta comienza con las evocaciones de Martín Fierro del tiempo en que vivió con los indios.
Si hacia el final de la primera parte el desierto se presentaba como la mejor opción para un gaucho que vivía padeciendo las penas que le ocasionó un Estado que lo convirtió en bandido, aquí se muestra una imagen opuesta. El desierto es el lugar del padecimiento mayor y el indio la representación de todos los males. Para que haya una “Vuelta”, en primer lugar, el gaucho debe volver a elegir el otro lado de la frontera. Las descripciones de esos años entre malones son tan crueles y terribles que Fierro reconoce que incluso prefiere los sufrimientos del otro lado. Sin embargo, aquello no alcanza para que el regreso sea posible. Fierro debe realizar otra hazaña de magnitud tal que le permita volver al ámbito de la ley. El rescate de la cautiva y la muerte del indio que había asesinado a su criatura es el acto que permitirá este pasaje; ahora Fierro no puede permanecer del lado de los indios, pues ha cometido un acto que lo acerca al servicio que cumplía en la frontera. Si además a ese indio se lo asocia al mal (“Me parece estarlas viendo/ más fieras que Satanás”) y su final a la obra de la Providencia (“Para esplicar el misterio/ es muy escasa mi cencia:/ lo castigó, en mi concencia,/ Su Divina Majestá:/ donde no hay casualidá/ suele estar la Providencia”[6]), aquella muerte termina de colocar a Fierro nuevamente del otro lado de la frontera.
Hasta aquí, la transformación responde a los actos narrados para permitir el pasaje. Se trata de un cruce espejado que la segunda parte retoma e invierte. A eso debe sumársele la revisión de momentos de “La Ida”. La escena en la que pelea con el moreno es asumidamente inmotivada (“Como nunca, en la ocasión/ por pelear me dio la tranca,/ y la emprendí con un negro/ que trujo una negra en ancas”) y es él quien mediante burlas lo provoca. Ese momento es revisado por Fierro, quien se justifica y corre el centro del conflicto a una cuestión de honor: “Aunque si yo lo maté/ mucha culpa tuvo el negro./ Estuve un poco imprudente,/ puede ser, yo lo confieso,/ pero él me precipitó/ porque me cortó primero:/ y a más me cortó en la cara,/ que es un asunto muy serio”[7].
Otro elemento que es revisado, aunque con ciertas particularidades, es el lugar que ocupa la denuncia. Si la primera parte plantea una denuncia de la situación social del gaucho, de la que son responsables el gobierno y sus medidas, la segunda relativiza este aspecto y lo traslada del tono cuestionador a un tono de marcada resignación. Se produce un desplazamiento: las penas que antes eran responsabilidad del gobierno ahora son fruto de que el gaucho se haya convertido en un bandido; si bien parece referirse a lo mismo, la diferencia radica en que en esta segunda parte la denuncia no aparece de forma tan directa. Las penas que sufre el gaucho, además, ya no sirven tanto como denuncias sino que favorecen a la construcción de un tono a lo largo del poema y resultan sumamente importantes a la hora de pensar el lugar que ocupa la experiencia y la función didáctica que tiene el texto. La denuncia está presente en ambas partes; la transformación se da en la función que esa denuncia tiene en el marco del texto.
La experiencia aparece en La Vuelta como producto de la acumulación de vivencias. Fierro ha hecho el cruce al otro lado de la frontera y ha regresado; trae consigo diez años de enseñanzas que compartirá con sus hijos y con el de Cruz. Estos, además, traen consigo una experiencia personal que comparten, que se sostiene en lo que han tenido que atravesar en sus vidas. De estas narraciones de la experiencia, de estos consejos, se extraen algunas modificaciones importantes respecto de La Ida. En primer lugar, el valor del trabajo. La imagen del desierto al final de la primera parte está asociada al ocio idealizado: “Allá no hay que trabajar,/ vive uno como un señor,/ de cuando en cuando, un malón,/ y si de él sale con vida,/ lo pasa echao panza arriba/ mirando dar güelta el sol”[8]. En la segunda esto cambia y el consejo es optar por el trabajo: “El trabajar es la ley”, dice Fierro entre los consejos que da a sus hijos y al de Cruz; “Debe trabajar el hombre/ para ganarse su pan;/ pues la miseria en su afán/ de perseguir de mil modos,/ llama en la puerta de todos/ y entra en la del haragán”[9]. Otro de los tópicos en los que se produce una transformación de la primera a la segunda parte es la aparición en ésta de un lugar mucho mayor destinado al poder divino. Si el gaucho de La Ida debía valerse por sí mismo del modo que fuera, pues solo estaba él para protegerse, en La Vuelta aparece una esperanza en Dios, a quien se evoca con suma frecuencia (“En el mayor infortunio/ pongan su confianza en Dios”[10]). Resulta importante destacar un tercer tópico cuya aparición en la segunda parte representa una transformación importante respecto de la primera: la mesura, la prudencia. “Bien lo pasa hasta entre pampas/ el que respeta a la gente”[11], aconseja Fierro casi al final.
Finalmente, se aleja de la resolución violenta: “Para vencer un peligro,/ salvar de cualquier abismo,/ por esperiencia lo afirmo./ Más que el sable y que la lanza/ suele servir la confianza/ que el hombre tiene en sí mismo”[12]. Y más adelante: ”El hombre no mate al hombre/ ni pelee por fantasía./ Tiene en la desgracia mía/ un espejo en que mirarse:/ saber el hombre guardarse/ es la gran sabiduría.// La sangre que se redama/ no se olvida hasta la muerte./ La impresión es de tal suerte,/ que a mi pesar, no lo niego,/ cai como gotas de fuego/ en la alma del que la vierte”[13]. No deja de resonar aquí la escena de la muerte del moreno y la particular revisión que se hace de ella en la segunda parte. La payada con el hermano del moreno reemplaza el duelo de La Ida, convirtiendo el enfrentamiento a cuchillo en una prueba de destreza y saberes. A pesar de que el moreno confiesa el deber que tiene que cumplir allí (la venganza de su hermano) no llegan a un enfrentamiento a muerte ya que Martín Fierro y los muchachos se van para evitar la contienda. De este modo, se retoma la muerte que termina llevando a Fierro a adentrarse en el desierto y se la resuelve de un modo distinto, evitando el duelo.


[1] Tanto el uso del término “armonía” como de “tranquilidad” deben entenderse como relativizaciones. Dado que es discutible qué puede entenderse por tales vocablos, los utilizamos aquí fundamentalmente como contraste con las descripciones de la vida posterior del gaucho, sobre la que se harán las denuncias del poema.
[2] “Estaba el gaucho en su pago/ con toda siguridá;/ pero aura… ¡barbaridá!,/ la cosa anda tan fruncida,/ que gasta el pobre la vida/ en juir de la autoridá”. (Canto II) Todas las citas refieren a José Hernández, “Martín Fierro”. Espasa Calpe, Madrid, 2003.
Vale la pena prestar atención en estos versos a la referencia a la seguridad, que no llega con la ley sino que es con ella que se pierde.
[3] Canto IV
[4] Canto IV
[5] Recordemos que aquello finalmente no ocurre ya que el juez que lo perseguía murió antes de su regreso.
[6] I, Canto IX
[7] II, Canto XI
[8] I, Canto XIII
[9] II, Canto XXXII
[10] II, Canto XXXII
[11] II, Canto XXXII
[12] II, Canto XXXII
[13] II, Canto XXXII


Monografía presentada para Literatura Argentina I, Cátedra Iglesia, 2º cuatrimestre de 2009