Representaciones del otro en los Naufragios de Álvar Nuñez



El choque con el otro diferente y desconocido lleva a que se construya una idea de éste, a partir de aquello que se tiene. En primera instancia, un ideario acerca de lo que se esperaba encontrar; en segundo lugar, una serie de caracterizaciones de otros diferentes; en tercer lugar, una autorepresentación, a partir de la cual, básicamente por diferencia pero también veremos que por identificación, se construirá la imagen del otro. Si aceptamos la idea de que el yo se define por oposición al otro, y viceversa, debemos reconocer que a lo largo del texto estos términos tendrán una movilidad notable. Quienes se encuentran incluidos dentro de la idea de otros en un comienzo, luego pasaran a formar parte de un nosotros, y viceversa. Así, al mismo tiempo que se define y se representa al otro, se caracteriza y delimita un yo, y un nosotros como extensión de este. Analizaremos entonces las representaciones del otro que aparecen en Naufragios, de Álvar Nuñez cabeza de Vaca, teniendo en cuenta este doble movimiento que representa definir y definirse, construir una representación y al mismo tiempo autorepresentarse.
Ante el choque con lo diferente surge la necesidad de definirlo. Esto se aplica tanto al nuevo espacio como a los seres que en él habitan, sus prácticas y costumbres. Se construye así una representación de esto nuevo. Pero, ¿Cómo definir aquello tan diferente? En primer lugar, podemos rastrear una serie de descripciones que se hacen a partir de la diferenciación. En una primera instancia, a partir del aspecto:
“Tienen los hombres la una teta horada de una parte a otra, y algunos hay que las tienen ambas, y por el agujero que hacen, traen una caña atravesada, tan larga como dos palmos y medio, y tan gruesa como dos dedos; traen también horado el labio de abajo, y puesto en el un pedazo de la caña delgada como medio dedo”[1]
De este modo, se los representa a partir de estas características que llaman la atención por no ser compartidas, por resultar extrañas. Otra de las características a partir de la cual se los representa es la desnudez.
“Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solas las mujeres traen en sus cuerpos algo cubierto con una lana que en los árboles se cría. Las mozas se cubren con unos cueros de venados”[2]

La vestimenta juega aquí un papel definitorio a la hora de construir la imagen del otro, así como la de sí mismo.
“Y llegados a nosotros, se espantaron mucho de vernos de la manera que estábamos, y recibieron muy gran pena por no tener qué darnos; que ninguna otra ropa traían sino la que tenían vestida” [3].
Otro de los aspectos a partir de los que se construye la representación del otro son sus costumbres. Nuevamente, primero desde cierta extrañeza y luego ya desde la familiaridad, se define a ese otro a partir de sus prácticas. Un primer caso que podemos tomar es la descripción que se realiza de ellos respecto del modo en que toman la muerte:
“Es la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor tratamiento les hacen; y cuando acaece que a alguno se le muere el hijo, llóranle los padres y los parientes, y todo el pueblo, y el llanto dura un año cumplido” [4]
Puede observarse aquí una humanización del indio. La imagen de estos se aleja de la visión extraña; toma distancia de la imagen salvaje y se acerca a la humana. Es de gran importancia el llanto, al cual se alude también en otras descripciones de este estilo, que acerca al otro a la imagen misma del yo. Otro tópico que resulta significativo a la hora de analizar las representaciones del otro que aparecen en este texto es el del alimento. Las costumbres alimenticias presentan una importancia significativa en dos niveles: tanto para alejarse de ese otro, es decir, definir (en este doble movimiento que mencionamos, de definir y definirse) por oposición, como para, como veremos luego, rastrear esta inclusión del yo en este grupo provocando un cambio de perspectiva: el otro ya no será el indio, sino el español. En un primer momento se narran las costumbres del otro como completamente extrañas. En una alusión a la ingesta de caballos[5] se muestra ésta como una transgresión. Sin embargo, luego se relatan hechos de características similares con mucha naturalidad. En el Capítulo XXII, puede observarse esto en el título: “Cómo nos partimos después de haber comido los perros”. Dentro de la narración, se toma este hecho sin ninguna extrañeza, lo cual muestra una adaptación al grupo que antes había sido caracterizado como extraño y diferente. La alimentación, que es en un comienzo un rasgo que los diferencia, a lo largo del texto será signo de la adopción de una nueva identidad intermedia. Ya no resulta atroz la ingesta de estos animales que para los españoles son domésticos; el sujeto se aleja de la identidad española y adopta costumbres de los indios. Esto resultará significativa hacia el final del texto: el sujeto ya no se identifica totalmente con el español, pero al mismo tiempo tampoco lo hace con los indios. Comparte con estos últimos algunas prácticas y las marcas que le dejó esa experiencia, pero no es uno de ellos; del mismo modo, comparte con los españoles la lengua, pero existe entre ambos una mirada extraña en la que no pueden reconocerse como iguales.
“ Mas todo esto los indios lo tenían en muy poco o nada de lo que les decían; antes, unos con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristianos mentían, porque nosotros veníamos de donde salía el Sol, y ellos donde se pone; y que nosotros sanábamos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sanos; y que nosotros veníamos desnudos y descalzos, y ellos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros no teníamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo cuanto nos daban tornábamos luego a dar, y con nada nos quedábamos, y los otros no tenían otro fin sino robar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada a nadie”[6] 
Se pone aquí en boca de los indios el reconocimiento de las diferencias. Se encuentra así el sujeto entre dos identidades con las que no puede identificarse completamente.
Como dijimos anteriormente, la representación del indio a partir de sus costumbres comienza por la oposición con las costumbres del español. Convive una primera mirada desde los valores europeos con una segunda mirada, la de la adaptación. Es aquí donde la representación del otro cambia, y lo hace al mismo tiempo en que cambia la representación que tiene de sí mismo el sujeto. Comienzan a aparecer, entonces, como ya adelantamos, aquellas representaciones que parten de una visión desde esta posición intermedia, donde no se identifica el sujeto ni con unos ni con otros. Además de la escena donde se naturaliza la ingesta de perros, tenemos otro momento donde se construye una representación de aquel que es otro, ya no del indio, sino del español. Se trata de la escena de la antropofagia, donde son los españoles los que la practican:
“ y cinco cristianos que estaban en rancho en la costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno solo, que por ser solo no hubo quien lo comiese (…) De este caso se alteraron tanto los indios, y hobo entre ellos tan gran escándalo, que sin duda si al principio ellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéramos en grande trabajo”.[7] 
Aquí el otro que construye el sujeto no es el indio; aquí el otro, el diferente, es el español. Al reprobar esta práctica, el sujeto se delimita y dentro de lo que no forma parte de su autorepresentación está el español; por el contrario, se acerca al indio, con el cual comparte la visión sobre esta práctica.
Hasta aquí analizamos las diferentes formas en que el sujeto construyó la representación del otro, distinguiendo dos momentos: una instancia donde el otro, es decir, el diferente, es el indio, al que se describe desde cierta extrañeza y desde una mirada europea; y una segunda instancia, donde el diferente, el otro, es el español. En ambos casos, la construcción del otro se encuentra ligada indisolublemente a la manera en que el sujeto se concibe y se representa a sí mismo. A partir de la delimitación del yo delimita otro, y a medida que los límites identitarios del yo cambian cambia también la extensión de la idea de otro. La particular característica que presenta este texto en relación a las representaciones del otro es que esta se construye a partir de un yo cambiante, con lo que constantemente recorre el texto esta doble definición, al mismo tiempo, del yo y el otro.


[1] Capítulo XIV, pág. 83 - Todas las citas corresponden a Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, “Naufragios”, Losada, 2007
[2] Capítulo XV, pág. 87
[3] Capítulo XIII, pág. 80
[4] Capítulo XIV, pág. 83
[5] Capítulo XII, pág. 77
[6] Capítulo XXXIV, pág. 163
[7] Capítulo XIV, pág. 82

Parcial presentado para Literatura Latinoamericana I, Cátedra Colombi, 2º cuatrimestre de 2008