Realidad y ficción en el relato del Capitán Cautivo


Consideraciones iniciales
Dentro de los relatos intercalados en la trama del Quijote, uno de los que más logró llamar la atención de la crítica fue la historia del capitán cautivo, ya sea por la inclusión de una temática contemporánea, como es la guerra contra los moros, como por la posibilidad de leer en él la reformulación de una serie de datos de la biografía del autor. La inserción de este relato resulta significativa, tanto en el contexto general de la obra como en el contexto particular en el que aparece. En ambos casos, opera en conjunto con una serie de elementos con los que se relaciona para producir significado. Uno de los más llamativos, que aparece tanto en la relación del relato con el contexto más inmediato como con la totalidad de la obra, es aquel que aporta a la disyuntiva entre realidad y ficción que se tematiza a lo largo de todo el Quijote. Este trabajo se propone analizar de qué modo el relato de Rui Pérez de Viedma se introduce en la dicotomía realidad-ficción que atraviesa toda la obra.

El relato del capitán cautivo: contexto de inserción
El capitán irrumpe en escena en el capítulo XXXVII, cuando apenas ha terminado la resolución del conflicto entre los amantes y éstos han decidido seguir con la ficción montada para hacer que don Quijote vuelva a su hogar. Luego de reforzar ante él la historia de la princesa Micomicona aparecen en la venta el capitán y Zoraida, quien rápidamente llama la atención de los presentes. Este ingreso traerá consigo al texto una problemática relacionada con un contexto conocido, cercano tanto para los personajes como para los lectores de la época: el enfrentamiento bélico entre moros y cristianos, con todas las consecuencias que de él se derivan.
La historia ingresa al texto de una manera bastante significativa: en medio de toda una serie de episodios y relatos intercalados donde los niveles de lo ficticio y lo real se mezclan, la historia del cautivo plantea la novedad de una temática rápidamente asociable al exterior del texto, a lo que podríamos colocar en el punto más extremo de la escala de lo real en relación a la obra, pero inserta en el contexto de una confluencia de niveles de ficción. Accedemos a una porción de contemporaneidad histórica[1] directamente presentada en un marco, a distintos niveles, ficcional.
El primer punto a tener en cuenta al respecto es el contexto de la venta en el que el capitán contará su historia. Resulta por lo menos interesante que la inclusión del material más plausible de ser asociado a la realidad[2] se haga en medio de una situación ficcional como la que están atravesando quienes están en la venta: todos, excepto don Quijote, están fingiendo ser algo distinto a lo que son[3]. Éste puede considerarse el primer cruce paradójico entre realidad y ficción, donde lo que ingresa como realidad es puesto en juego con un espacio complejo de irrealidad.
El segundo elemento que altera esta noción de realidad, de una forma mucho más interna, se vincula con la figura del enunciador de este relato: este capitán cautivo, figura que la crítica ha destacado como oximorónica en tanto no se puede ser capitán y cautivo al mismo tiempo, es el portador, en la obra, del discurso de lo real. Y este es tal vez el punto central, en tanto la validez de un discurso, como la misma obra ha mostrado, reside en la competencia de su enunciador para pronunciarlo. Así como el ritual de armazón de caballería es inválido, entre otras cosas, en tanto quien realiza el nombramiento no tiene autoridad para hacerlo, y en tanto los dichos de don Quijote son recibidos como falacias por cuanto llegan como discursos de un loco, así la historia del capitán cautivo nos llega como un relato donde el lugar de quien enuncia está colocado en una figura paradójica y contradictoria. En primer lugar, se trata de un capitán que ha estado cautivo por los moros, con lo cual o bien es capitán, o bien es cautivo, pero no ambos. La conjunción de estas dos facetas es un imposible lógico, ya que siendo cautivo pierde automáticamente su rango de capitán; pero, aún más, son el primer indicio de una identidad compleja, paradójica, marcada sin duda, como veremos, por la experiencia de la cautividad. El capitán contará su historia partiendo de su decisión de ser militar, es decir que se contará a sí mismo como capitán; sin embargo, su relato está atravesado completamente por esa otra faceta, la de cautivo, que parece llegar para resignificar todo lo anterior.
La condición de capitán se nos figura en el texto de manera referida, principalmente a partir de ese comienzo del relato en el que cuenta el origen de esa aventura. Todo lo que nos llega directamente lo vincula, por el contrario, con la condición de cautivo. En primer lugar la ropa que trae (“el cual en su traje mostraba ser cristiano recién venido de tierra de moros”, I, p.240)[4]. No se trata de un hombre vestido de militar sino que trae sobre sí las marcas de la cultura musulmana. Si Zoraida, antes de revelar su rostro, ya puede ser caracterizada como mora, Ruiz Pérez, de quien sí puede verse el rostro cristiano, va a ser reconocido como esta figura de pasaje, este personaje que ha cruzado la frontera y ha sufrido la marca de la cultura del otro. Zoraida también será representada como una figura de pasaje, y es significativo, en este sentido, que sea el nombre el elemento que esté jugando estas identidades. Porque Zoraida es completamente mora, ante los ojos de los demás, hasta que se nombra ella misma como María, de lo que se despliega la explicación de su deseo de conversión; y en el caso del capitán, que se presenta como Rui Pérez de Viedma, nombre que lo identifica en su vida como cristiano, va a ser nombrado constantemente por su condición de cautivo[5].
A esto se suma que aquello que trae de la batalla, aquello que puede ofrecer, no es una victoria heroica, no son hechos, sino un relato. Esto, en primer lugar, plantea que el capitán no trae las marcas de una batalla sino el relato de una experiencia. En segundo lugar, no cuenta sus hazañas militares sino su aventura como prisionero en tierra de moros.
Ha llamado la atención de la crítica que Rui Pérez no traiga consigo marcas que den cuenta de sus enfrentamientos militares. Sus marcas no son cicatrices, marcas físicas, sino marcas discursivas: es en ese discurso, en esa vida/autobiografía tan paradójica, que vemos que es más cautivo que capitán, porque el centro está puesto en esa condición. Es Zoraida la que lleva las marcas físicas, y ella misma se constituye como una marca para el capitán. Esto resulta sumamente interesante si lo pensamos en relación con ese binomio que forman, en el que se acercan y se oponen constantemente. Más allá de lo mencionado acerca de la vestimenta, Zoraida lleva su marca en la propia fisionomía mora. Más allá del ropaje y los adornos, más allá de ese cuerpo cubierto, tiene la marca imborrable de lo que es en su propia constitución. Y, a su vez, Zoraida aparece como marca para el capitán, porque es aquello que dará fe, en última instancia, de ese cruce: con ese futuro matrimonio terminará de erigirse como figura intermedia y se alejará finalmente de ese comienzo relatado, a pesar del retorno a la patria y de la intención, en parte, de volver a esos comienzos.
Así como ella se esfuerza en construirse como María, que es lo único que dice, él también hace un esfuerzo discursivo por construir su identidad. Y en relación a esta idea de la identidad como constructo es que vemos una primera alteración de la división tajante entre realidad y ficción, actualizada en este caso como verdad y discurso, porque se opone el concepto de identidad como algo dado con la posibilidad de una identidad construida por el propio sujeto, hecho que pone en tela de juicio todo el discurso, porque si es posible construirse contándose, entonces lo más real, lo que uno es, también puede ser una ficción. Y en este sentido hay una conexión directa con el tercer aspecto a tener en cuenta en relación al modo en el que ingresa esta porción de realidad, porque esta historia que construye la identidad de Rui Pérez, que cuenta España, que se ancla en la historia, es presentada desde el comienzo como un relato vinculado a los modos de la ficción.
Desde antes de comenzar el relato nos encontramos con la primera marca que nos permite asociarlo a la ficción: el relato se enmarca como cuento para entretener, de esos que solían contarse en sobremesas para divertir a los presentes[6]. La situación particular en la que se inserta es tal que permite esta asociación con una función de entretenimiento, que va a desplegarse como inquietud por parte del capitán[7]. Constantemente se exterioriza su preocupación en relación al modo en que los oyentes recibirán su relato. Y es interesante, en este punto, pensar que lo que más parece importarle al capitán no es que le crean, sino que su relato no aburra. Por eso ese planteo inicial, y por eso también la justificación respecto de la supresión de ciertos datos[8], que significativamente son aquellos en los que podría explayarse más dada su condición de militar[9]. Lo que ofrece el capitán es un relato novelado que se centra mucho más en la historia de su experiencia como cautivo y en su vínculo con Zoraida que en sus hazañas militares.
Además, encontramos marcas en la estructura del relato que atentan contra la idea de realidad. Si, inmersos en el relato, aceptamos que se nos están mostrando los hechos, la interrupción de don Fernando nos obliga a volver a la trama de la venta. El juego de volver a este ámbito, interrumpiendo el relato, nos lleva a la obligada consciencia de que lo que se tiene es un relato y no los hechos mismos. No se trata de una realidad a la que podamos acceder sino de un constructo, algo que un narrador crea. Y esto es interesante para pensar en todos los niveles en los cuales está operando esta oposición entre realidad y ficción, porque esta marca nos llega como lectores, pero no ocurre lo mismo con los personajes, mientras que otras operan en el ámbito de la venta y no en el vínculo obra-lector.
Finalmente, y esto resulta sumamente significativo, fundamentalmente si pensamos que Rui Pérez es un cristiano cautivo que quiere reinsertarse en su patria y que debe construir, en consecuencia, un relato de sí mismo que funcione como probanza, el modo en el que construye ese relato, la selección de los hechos narrados y el modo de la narración es por lo menos interesante. Frente a las autobiografías que buscan enaltecer la propia figura construyéndose como una sucesión de hechos ennoblecedores, y también frente a aquellas que, desde la picaresca, cuentan la vida como una sucesión de actos innobles o penurias, el relato de Ruiz Pérez es un relato desplazado. No se va a contar la vida de un hombre glorioso ni la de un pícaro, aunque puedan flotar en esa construcción elementos que nos permiten trazar líneas vinculatorias con ambas[10]; se va a contar la experiencia de un cristiano cautivo por los moros, es decir, un sujeto que cruzó una frontera en una ida y una vuelta en la que trajo consigo una marca: la de la identidad alterada. Ya no es el primogénito de un hombre noble pero empobrecido que opta por la vida militar, sino que ahora es esta figura de frontera, esta figura intermedia que lleva la marca del cruce y del contacto con el otro. Ahora es un sujeto híbrido: un capitán que cae en cautiverio, y que solo puede contar su vida como cautivo; un cristiano que va a casarse con una mora, que a su vez va a convertirse al cristianismo.
Esa unión, además, muestra la continuidad de esa posición intermedia, ya que la única proyección a futuro es ese matrimonio. Lo que hay hacia atrás, como comienzo, es ese padre cristiano con tres hijos. Lo que hay hacia adelante es ese cruce. Se construyen discursivamente ambas instancias, tanto el pasado, en tanto relato referido, como el futuro, en tanto promesa o plan. Pero el pasaje de una instancia a la otra se da, y lo hace en relación con la identidad. Ya no puede pensarse a sí mismo desde esa imagen inicial, libre de toda contaminación, sino que solo puede proyectarse a partir de ese cruce. Al margen de que suceda o no ese matrimonio, la construcción que se hace del capitán como sujeto que proyecta ese futuro está presente.

Las armas y las letras: don Quijote y Ruiz Pérez de Viedma
Como señalamos desde el comienzo, el relato del capitán cautivo se inserta en un contexto en el que las nociones de realidad y ficción se mezclan de modo tal que se pone en duda la entidad de esta dicotomía. Muchos son los elementos que confluyen para dar como resultado este efecto. Tal vez uno de los más significativos, que merece una mención aparte, es la relación directa de este relato con otro de los discursos que se incluyen en esta obra: el discurso que enuncia don Quijote sobre las armas y las letras.
Lo primero que llama la atención es el modo en el que este discurso produce un corte en la expectativa por el relato de Rui Pérez. Se ubica exactamente entre la aparición de éste y Zoraida en la venta y el “discurso de su vida” (I, p.246) que don Fernando y luego los demás le pedirán que comparta. Y no es casual sino muy pertinente que el relato del capitán suceda directamente al discurso de don Quijote, ya que están sumamente vinculados entre sí.
La dicotomía de las armas y las letras, que el caballero trae a cuenta para inclinarse por la opción de las armas (“Quítenseme de adelante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas; que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen” I, p.242 ), es determinante para pensar el vínculo entre realidad y ficción, tanto para la obra en general como para el relato de Rui Pérez. En primer lugar, porque esta dicotomía entre armas y letras puede actualizarse en una dicotomía entre hechos y relatos, o bien entre realidad y ficción en términos más amplios. En segundo lugar, porque la historia de base, la de las aventuras de Alonso Quijano convertido en caballero, se estructuran en una disputa entre estas dos categorías. Don Quijote se cree caballero porque confunde, en primera instancia, realidad con ficción; pero también se construye a sí mismo como un caballero andante porque realiza una elección entre el mundo de las letras, de los discursos y los relatos, y el mundo de las armas y los hechos. La inclinación de don Quijote por las armas en su discurso, que deja conformes a todos y permite que se le adjudique cierta lucidez[11], no es distinta de esa primera inclinación, la que funda el relato, en la que ese lector se convierte en caballero y sale al mundo a vivir las aventuras que ya consumió en la literatura. La diferencia clave reside en que, lo que en un primer momento fue el símbolo de la mayor locura, se presenta ahora como discurso coherente, como momento de lucidez. Y no es casual que esto esté en boca de un loco, como se ha señalado, porque las nociones de realidad y fantasía se cruzan y se anulan constantemente en la obra, pero además porque esa misma elección en un contexto y otro tiene un significado diferente. El contexto del discurso de don Quijote es el del ingreso de un personaje con un fuerte anclaje en lo real (a pesar de que, como vimos, eso vaya matizándose), con lo cual la opción de las armas o las letras se lee como una reflexión actualizada, acorde a un presente que aparentemente estaba negado para un don Quijote que vivía en el pasado; por el contrario, la primera elección se lee como una dificultad por separar categorías y por distinguir qué es lo real. Los personajes lo aprueban en su discurso pero no observan que es la misma elección la que lo convierte en un loco o lo vuelve un hombre cuya palabra tiene valor.
Y en este sentido, es paradójico que salga a buscar la experiencia más “real” y solo pueda vincularse con el mundo a través de la fantasía en la que está sumergido. Porque lo que ocurre con don Quijote, en última instancia, más allá de que confunda realidad y ficción, es que ambas categorías se superponen, se contradicen y se modifican en su figura. No se trata solo de leer la ficción en clave de realidad de manera constante y sin restos, sino de demostrar con su misma experiencia que lo real y lo no real no son categorías tan fácilmente discernibles. Realidad y ficción se tocan, se chocan y se cruzan todo el tiempo, en distintos niveles intercalados y superpuestos, y es el mismo hombre el que vende todo para comprar libros que el que realiza un elogio de las armas, insertándose en una polémica contemporánea.
La figura del capitán, en este sentido, aparece en cierto modo como antítesis de la de don Quijote. Mientras que éste opta decididamente por las armas, y sabemos que lo hace efectivo, a su modo, con la decisión de convertirse en caballero y salir al mundo a enderezar tuertos, el capitán, que por su condición de militar, por la elección que en su momento hizo, debería quedar alineado también bajo ese polo de la dicotomía, queda recluido al ámbito de las letras. El capitán se inserta a sí mismo del lado de las armas, pero lo hace a través de un discurso: lo que tiene para dar es eso, un relato de su experiencia, y no como capitán sino como cautivo. Porque, como se indicó en un comienzo, es imposible ser al mismo tiempo capitán y cautivo, y en este caso prevalece la segunda noción.
Don Quijote sale a la aventura guiado por las ficciones que lee, y es entonces cuando choca contra la realidad: los conflictos ya no se resuelven entre caballeros andantes sino a través de guerras. Es significativo que el relato en el que se va a tematizar esa situación contemporánea, esa guerra en la frontera con el moro, sea el que está precedido (en realidad, cortado y atravesado) por el discurso de las armas y las letras. El capitán cautivo representa ese presente que choca contra la fábula en la que vive don Quijote. Dentro de su relato aparece la problemática de construir una figura individual en ese contexto, plasmada de algún modo en la dificultad para contarse que tiene Ruiz Pérez. Cuando deberían chocar tajantemente realidad y ficción, encarnadas en el capitán y don Quijote respectivamente, este último encarna un discurso completamente actualizado y el primero construye una ficción con su vida; es decir que realidad y ficción van a estar cruzándose constantemente, van a estar contaminándose una a la otra a lo largo de toda la obra. Y es interesante pensar cómo, en este momento en el que todo es una gran ficción, don Quijote se hace portavoz de las palabras más ancladas en lo contemporáneo y, por ende, en el plano de lo real..

Conclusiones provisorias
El presente trabajo no pretende agotar el análisis sobre los modos en que realidad y ficción se cruzan en esta obra, sino que se presenta como un esbozo de algunos de los niveles en los que estas categorías se vinculan. La dicotomía realidad-ficción está presente de manera constante en la totalidad de la obra, y es también a lo largo de los diferentes capítulos que da cuenta de la imposibilidad de establecer una distinción absoluta entre ambas. En este contexto, el relato del capitán cautivo se presenta como un momento particular de ingreso de lo real al texto y de comprobación de la insuficiencia de esta dicotomía, reforzado por el vínculo con un discurso central para pensar esta problemática como es el de las armas y las letras. Más allá del análisis en clave autobiográfica o en clave histórica que puede hacerse del pasaje de Rui Pérez, en él opera también esta problemática: qué es real y qué no lo es, y más aún, si es posible separar de manera terminante aquello que correspondería al mundo real de aquello que formaría parte del mundo de la ficción.

BIBLIOGRAFÍA

Cervantes, Miguel de. 1979, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Madrid, Espasa-Calpe.

Vila, Juan Diego. “Tráfico de higos, regalados garzones y contracultura: en torno a los silencios y mentiras del Capitán Cautivo”, en Alicia Villar Lecumberri (ed.) Actas del V Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, Lisboa, Asociación de Cervantistas, Tomo II, pp. 1833-1864.


[1] La historia del capitán es también la historia de su patria, en tanto se cuenta a sí mismo a partir de la experiencia de la guerra entre moros y cristianos que afecta a España en esos años. En su relato ingresan, como veremos, una serie de datos históricos intrínsecamente vinculados al relato de su vida, donde tal vez el más significativo sea la batalla de Lepanto, por ser una victoria tan celebrada para España. Quedará ver, entonces, de qué modo este hecho glorioso ingresa en el relato de un hombre que está construyendo discursivamente su identidad, que se está contando a sí mismo en el contexto de un regreso a la patria –en el que, por otra parte, debe buscarse una aceptación-, pero que ha vivido esta batalla desde el lugar de la otredad.
[2] Son dos, por lo menos, los factores que llevan a asociar este relato a la categoría de “lo más real”, dejando de lado la discusión alrededor de este término y entendiéndolo como aquello que forma parte de la vida de los hombres como hecho concreto: el primero es la ya mencionada inclusión de datos de la historia de España que remiten a un contexto muy próximo; el segundo, la posibilidad que ha visto la crítica de leer en el relato del cautivo la reformulación de elementos de la vida del autor, en especial de su cautiverio en Argel.
[3] Resulta significativa esta momentánea inversión en la que la ficción se asocia a todos excepto a don Quijote, quien por excelencia está colocado en las antípodas de lo real.
[4] Las citas corresponden a la edición de Espasa-Calpe, 1979.
[5] Son muchas las referencias en este sentido, pero puede tomarse, a modo de ejemplo significativo, el modo de referirse a él en los títulos de los capítulos XXXIX-XLI, en los que cuenta su historia: “Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos”, “Donde se prosigue la historia del cautivo” y “Donde todavía prosigue el cautivo su suceso”.
[6] Es interesante tener en cuenta, también, la elección de ese comienzo, que no solo es el inició habitual de una autobiografía sino que plantea, además del linaje, el tópico del padre y los tres hijos, recurrente en la tradición del cuento popular.
[7] “No tengo más, señores, que deciros de mi historia; la cual si es agradable y peregrina júzguenlo vuestros buenos entendimientos; que de mí sé decir que quisiera habérosla contado más brevemente, puesto que el temor de enfadaros más de cuatro circunstancias me ha quitado de la lengua” (I, p.271) El subrayado es mío.
[8] Ver nota 7
[9] “Resulta extraño que un personaje que se define como militar silencie, casualmente, las estrategemas adoptadas en territorio enemigo para reunirse con los suyos, independientemente de que éstas no hubiesen dado sus frutos. Máxime, por otra parte, en un contexto narrativo en el cual Ruy Pérez puede prodigar detalles de acciones bélicas en las que no intervino y que no venían a cuento de su propia vida” (Vila)
[10] En relación a lo primero, podemos mencionar como ejemplo ese comienzo del relato con la mención de un linaje noble. En relación al segundo, las marcas que podrían vincularlo a la picaresca pueden ejemplificarse con la mención al paso de un amo a otro, significativa también por ese término, amo, tan ligado a este género, y por la narración de parte de su relato de cautiverio como una sucesión de penurias.
[11] “En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima, de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente en tratándole de su negra y pizmienta caballería” (I, p.246)