La figura del trapero en los artículos de costumbres de Larra y en La busca, de Pío Baroja

Larra se ha destacado por plasmar en sus artículos los nuevos tipos sociales de la ciudad moderna. Pío Baroja, en La busca, realiza una descripción de personajes que también se vinculan con la ciudad, pero desde otro lugar: el de la periferia. Se trata de sujetos que viven de la ciudad, que la necesitan, pero que son expulsados de ella y deben conformarse con los restos de lo que esta ciudad genera. Entre los personajes de ambos, a pesar de los diferentes procedimientos constitutivos, los estilos y los diferentes roles que cumplen estos personajes, hay mucho en común. Para analizar esto, en los párrafos que siguen compararemos la figura del trapero en La busca, de Pío Baroja, y la de la trapera que describe Larra en “Modos de vivir que no dan de vivir”.
El trapero es el último jefe con el que vemos a Manuel. Frente al resto de los personajes, la valoración que se hace de él es notoriamente positiva. En primer lugar, se destacan sus valores. Desde el comienzo se dice que era una buena persona. Está caracterizado como alguien ordenado y pulcro:

“En el camino, el señor Custodio no veía nada sin examinar al pasar lo que fuera, y recogerlo si valía la pena; las hojas de verdura iban a los serones; el trapo, el papel y los huesos, a los sacos; el cok medio quemado y el carbón, a un cubo, y el estiércol, al fondo del carro”[1]

Además, se destaca su inteligencia para lo que respecta a su trabajo:

“Entre unas cosas y otras, el señor Custodio sacaba para vivir con cierta holgura; tenía su negocio perfectamente estudiado, y como el vender su género no le apremiaba, solía esperar las ocasiones más convenientes para hacerlo con alguna ventaja”[2]

Se menciona su deseo de instruirse, y el hecho de que, a pesar de no saber leer ni escribir, hubiera ideado un sistema para registrar, a partir de sus garabatos.
Se le atribuye la virtud del honor:

“Manuel, que solía hablar mucho con el señor Custodio, pudo notar pronto que el trapero era, aunque comprendiendo lo ínfimo de su condición, de orgullo extraordinario, y que tenía acerca del honor y de la virtud las ideas de un señor noble de la Edad Media”[3]

Pero la que tal vez sea la virtud que más llame la atención, por el efecto que producirá en Manuel, es el valor que le atribuye del trabajo. Desde el comienzo, en el primer intercambio entre Manuel y el trapero, éste le aconseja trabajar, y le ofrece él mismo un empleo. De esta manera, Manuel ingresa al mundo del trabajo y, de este modo, comienza a considerarlo de otra manera. Esto se relaciona, principalmente, con la idea de progreso: la casa del trapero –nos dice su primera descripción- era la mayor de todas las que había ahí. Pero no debió serlo siempre; por el contrario, esa casa evidenciaba el crecimiento:

“Como el caparazón de una tortuga aumenta a medida del desarrollo del animal, así la casucha del trapero debió ir agrandándose poco a poco”[4]

Es entonces cuando vemos asociada la noción de progreso a la de trabajo. Manuel puede ver en el trapero una figura con cierto crecimiento, dentro de límites sumamente acotados, pero que ha conseguido determinado progreso, y que, además, se asocia a valores positivos. Trabajando para él será que comenzará a conocer esa vida y a desear algo así para él.

“Toda aquella tierra negra daba a Manuel una impresión de fealdad, pero al mismo tiempo de algo tranquilizador, abrigado; le parecía un medio propio para él”[5]

Manuel se siente cómodo en el ambiente en el que está. Ese lugar, repleto de los desperdicios provenientes de Madrid, contiene algo que le brinda la sensación de un lugar agradable.

“Atraía a Manuel, sin saber por qué, aquella negra hondonada con sus escombreras, sus casuchas tristes, su cómico y destartalado Tío Vivo, su caballete de columpio y su suelo, lleno de sorpresas, pues lo mismo brotaba de sus entrañas negruzcas el pucherote tosco y ordinario, que el elegante frasco de esencias de la dama; lo mismo el émbolo de una prosaica jeringa, que el papel satinado y perfumado de una carta de amor”[6]

En ese lugar conviven los opuestos. Allí se reúne lo que de otro modo no se hubiera juntado.

“Aquella vida tosca y humilde, sustentada con los detritus del vivir refinado y vicioso; aquella existencia casi salvaje en el suburbio de una capital, entusiasmaba a Manuel. Le parecía que todo lo arrojado allí de la urbe, con desprecio, escombros y barreños rotos, tiestos viejos y peines sin púas, botones y latas de sardinas, todo lo desechado y menospreciado por la ciudad, se dignificaba y se purificaba al contacto de la tierra”[7]

El suburbio estaba construido con los desechos de la capital, con lo que allí sobraba, con lo que no tenía uso. El trapero, tal vez cómo otros personajes, sustentaba su vida en las sobras de Madrid, en lo que la ciudad expulsaba. Allí, sin embargo, esa basura cobraba otro significado. Adquiría un valor nuevo. La tarea asignada al trapero era la del reciclaje, la del aprovechamiento:

“Otra de las ideas fijas del trapero era la de regenerar los materiales usados. Creía que se debía de poder sacar la cal y la arena de los cascotes de mortero, el yeso vivo del ya viejo y apagado, y suponía que esta regeneración daría una gran cantidad de dinero (…) Los desperdicios de pan, hojas de verdura, restos de frutas, se reservaban para la comida de los cerdos y gallinas, y lo que no servía para nada se echaba al pudridero y, convertido en fiemo, se vendía en las huertas próximas al río”[8]

En el suburbio queda eliminada la idea de sobra. No hay desperdicio en el uso. Todo sirve para ser algo más, casi hasta un punto extremo. Reutilizar lo que otro desecho es la base de la economía de este sitio. Reutilizar es, en realidad, el único modo de usar.
La trapera que describe Larra se caracteriza por ser un personaje solitario y suspicaz:

“Registra en los más recónditos rincones, y donde pone el ojo pone el gancho, parecida en esto a muchas personas de más decente categoría que ella”[9]

Podemos ver como, desde el comienzo, se hace una valoración positiva de este personaje, y se lo asocia a virtudes a pesar de su clase. Se la asocia, además, a su herramienta, a ese gancho que aparece casi como una parte vital de su cuerpo. En la misma constitución de la trapera está su oficio; es solo en relación con él.
Se nos dice, además, que “la trapera no es nunca joven: nace vieja”[10]. El oficio de trapera parece ser la culminación de un recorrido. Y así se expresa cuando se cita el caso de la muchacha que pasó por varios oficios y finalmente encontró allí su modo de subsistencia.
El desarrollo de este oficio está representado a partir de una caída. Y es aquí donde podemos establecer el primer punto de contacto entre esta figura y la del trapero antes analizado. En este caso, se trata de una distancia en la representación de uno y otro: mientras la trapera de Larra se consolida como tal a partir de una caída, a partir de un descenso, el trapero de La busca está asociado a la idea de ascenso, de crecimiento. Manuel destaca esto cuando ve la casa y reconstruye de qué modo pudo ir ampliándose. La trapera, por el contrario, ha estado arriba y ha caído, para terminar en ese oficio que no da de vivir.

“Llena, por consiguiente, de recuerdos de grandeza, la trapera necesita ahogarlos en algo, y por lo regular los ahoga en aguardiente”[11]

Ser trapera es una marca negativa. Es una de las cosas que debe lamentar, una de las penas que debe ahogar en alcohol. Frente a esto, para el trapero de La busca su oficio no tiene nada de lamentable, y para la mirada de Manuel y del narrador está caracterizado por valores positivos y deseables.
Algo que acerca a ambas figuras, sin embargo, es la referencia a estos personajes como punto de unión entre elementos disímiles. Manuel admiraba que en la casa del trapero se uniera el mundo del lujo y el de la miseria. Larra, por su parte, caracteriza a la trapera y a su carro como los lugares donde confluyen los más diversos materiales, donde se borran las barreras y las jerarquías:

“En ella vienen a nivelarse todas las jerarquías; en su cesto vienen a ser iguales, como en el sepulcro, Cervantes y Avellaneda; allí, como en un cementerio, vienen a colocarse al lado los unos de los otros: los decretos de los reyes, las quejas del desdichado, los engaños del amor, los caprichos de la moda (…) El cesto de la trapera, en fin, es la realización, única posible, de la fusión, que tales nos ha puesto (…) todo se funde en uno dentro del cesto de la trapera”[12]

Ambos personajes funcionan como condensadores de esta ilusión de igualdad. Conectan, además, dos mundos: el del lujo, en forma de desechos, y el de la miseria; el de la ciudad y el de los suburbios. Pero hay, además, otra conexión. Leemos en el artículo de Larra:

“Me he detenido, distinguiendo en mi descripción a la trapera entre todos los demás menudos oficios, porque realmente tiene una importancia que nadie le negará. Enlazada con el lujo y las apariencias mundanas por la parte del trapo, e íntimamente unida con las letras y la imprenta por la del papel, era difícil no destinarle algunos párrafos más”[13]

La trapera se asocia a la letra, a la imprenta. Ya se había referido anteriormente que “la trapera, con otra educación, sería un excelente periodista y un buen traductor de Scribe; su clase de talento es la misma: buscar, husmear, hacer propio lo hallado; solamente mal aplicado: he ahí la diferencia”. Las tareas del periodista o del traductor tienen un punto de contacto con la de la trapera por poseer una habilidad en común. En el caso del trapero de La busca podemos encontrar una asociación similar. Como ya hemos mencionado, se lo asocia al reciclaje, que no es otra cosa que convertir en algo nuevo lo que ya está usado. Hay un atributo creador asociado a esta figura, cuyo trabajo consta en convertir unas cosas en otras. Pero no solo es un atributo creador sino también creativo: el trapero ha ideado una manera de convertir los restos en una cosa, y sus restos en otra, y así hasta el final.
Respecto del estilo, debemos señalar que Larra hace de su personaje un retrato costumbrista. Lo hace ingresar a su texto en tanto sujeto típico. Además, la caracterización está atravesada, como la del resto de sus personajes, por la sátira y la crítica. En el caso de Baroja, su personaje también tiene algo de tipo. Sin embargo, su descripción no se queda en la pintura del personaje, en su mera descripción, sino que se profundiza más en él. El trapero de Baroja tiene una dimensión de mayor profundidad que la trapera de Larra.
De este modo, a partir del contraste entre ambos personajes, podemos encontrar zonas de contacto y distancias en la composición. Así, podemos observar cómo la misma figura, tomada por dos autores diferentes en distintos momentos, mantiene una serie de rasgos y, al mismo tiempo, marca una distancia.

Bibliografía
Baroja, Pío. La busca. Alianza Editorial, 2008.
Escobar, José. “Costumbrismo entre romanticismo y realismo”. En: www.cervantesvirtual.com
Goytisolo, Juan. “La actualidad de Larra”, en El furgón de cola, Barcelona, Seix Barral, 1982.
Larra, Mariano José de. Artículos reunidos en www.cervantesvirtual.com


[1] Baroja, Pío. La busca. Alianza Editorial, 2008.
[2] Baroja, Pío. Op. Cit.
[3] Baroja, Pío. Op. Cit.
[4] Baroja, Pío. Op. Cit.
[5] Baroja, Pío. Op. Cit.
[6] Baroja, Pío. Op. Cit.
[7] Baroja, Pío. Op. Cit.
[8] Baroja, Pío. Op. Cit.
[9] Larra, Mariano José de. “Modos de vivir que no dan de vivir”, en www.cervantesvirtual.com
[10] Larra, Mariano José de. Op. Cit.
[11] Larra, Mariano José de. Op. Cit.
[12] Larra, Mariano José de. Op. Cit.
[13] Larra, Mariano José de. Op. Cit.