Sexualidad y política en Stella Manhattan

Introducción

Eduardo Costa e Silva es, también, Stella Manhattan. En la novela de Silviano Santiago, que lleva ese nombre, los distintos personajes son varios sujetos diferentes. En esta novela los sujetos se multiplican, multiplican sus identidades: son muchos en el cuerpo de uno, que también se divide para adecuarse a la subjetividad de turno.
La sexualidad y la política producen esta multiplicación. Eduardo construye a Stella, es Stella, para cumplir con el estereotipo que circula de lo que es un homosexual[1]. Marcelo es Caetano cuando combate. Creó a Caetano para que fuera un guerrillero y para que Marcelo pudiera continuar siendo lo otro. Pero Marcelo también es la Marquesa de Santos cuando se trata de ejercer su sexualidad. Del mismo modo, el coronel Vianna se convierte en La viuda negra.
Estas nuevas subjetividades pueden leerse de dos formas: por un lado, como una división del sujeto, que separa de sí y de algún modo corporiza estos estereotipos diferentes de una subjetividad primaria; por el otro, como un modo de hacer convivir, de alguna manera, más de un tipo social, más de un sujeto, en el mismo cuerpo.
El objetivo de este trabajo será analizar de qué modo, en esta novela, la política y la sexualidad plantean dos modos de oposición a las reglas de la sociedad cuando se constituyen como política o sexualidad disidente –esto es, por fuera de la norma-, y de qué modo se relaciona una con la otra.

La sexualidad como (re)productora de subjetividades

En Stella Manhattan hay una multiplicación de la subjetividad a partir de dos ejes: la política y la sexualidad. Ambos obligan al sujeto a crear nuevas identidades respondiendo a ciertos estereotipos. La homosexualidad es el primero de los factores que aparece como productor de nuevas subjetividades. Eduardo Costa e Silva es, también, Stella Manhattan. Eduardo construye a Stella, es Stella, para cumplir con su deseo homosexual. Debe dejar de ser Eduardo para ser ella.
Esto resulta importante para empezar a pensar esta cuestión. Eduardo aparece como una subjetividad primaria, una subjetividad madre, que es la que se ciñe a las reglas del mundo. Eduardo nació como Eduardo, así fue educado por sus padres y eso es lo que se esperaba de él. No pudiendo incluir satisfactoriamente su deseo en este modelo establecido, no pudiendo conciliar esta primera subjetividad con sus propias necesidades, es que surge Stella, que va a condensar su deseo homosexual. Pero para que Eduardo pueda cumplir ese deseo debe ser Stella. Su condición gay debe ser objetivada, debe desprenderse de Eduardo y construir otro sujeto diferente de él.
Este nuevo sujeto también se regirá por un modelo establecido. Al igual que como ocurrirá con la política, hay un estereotipo del homosexual que se toma como modelo. Eduardo construye a Stella con todos los atributos asociados al mundo gay que circulaban en el momento. Stella piensa, habla y actúa con una codificación particular que la inscribe en un lugar social específico. Toma el estereotipo gay y se apropia de él.
Esto separa aún más a Eduardo de Stella, porque ella es, de cierto modo, por oposición a él. Stella tiene aquello de lo que Eduardo no puede gozar, porque para eso nace ella. Stella desea un hombre que la ame, desea el cuerpo de ese hombre, desea convertirse en una estrella. Eduardo no puede desear eso. Por eso Stella es, de algún modo, expulsada de Eduardo. Se la convierte en una subjetividad-otra. Comparten, sin embargo, el mismo cuerpo; y es por eso que se suceden el uno al otro en el uso de ese cuerpo. Conviven, sí, en el mismo lugar, y por eso el mismo texto los nombra simultáneamente a través de la marca de género (“Stella se queda un minuto pensativo”)[2] Pero debe abandonarse una subjetividad para que aparezca la otra:

“Conmigo no”, Eduardo se estremece y suelta un grito al aire, sacando el cuerpo fuera de toda confusión. “Debe ser cosa de Stella, solo puede ser de ella”, y resuelve retarla:
“Vos hace de las tuyas nomás, desde el down hasta el uptown y quien paga el pato soy yo”
“Calmate, Edu, calma, re-lax”, le responde con dureza Stella”[3]

A lo largo del texto Stella y Eduardo van cediéndose mutuamente los espacios. Constantemente aparecen marcas que le recuerdan al lector que comparten el mismo cuerpo, que son el mismo cuerpo, pero al mismo tiempo ponen en evidencia que son dos sujetos diferentes, necesariamente separados. Eduardo habla con Stella, Stella le hace compañía a Eduardo. La cercanía y la distancia entre ambos son constantemente puestas en tensión.
La sexualidad los lleva a construir una nueva subjetividad, a ser otros, a armarse según un estereotipo de homosexual, un estereotipo que parte de cómo se goza, de dónde está colocado el deseo, que siempre es deseo por fuera de la norma. Esto los convierte en sujetos cuestionadores de cierto orden establecido. Frente al deseo como algo predeterminado nos encontramos con sujetos que eligen, que construyen una sexualidad diferente y junto a ella una nueva identidad.

La construcción del sujeto político

La política los obliga también a crear otra subjetividad, un sujeto-otro para cumplir con el estereotipo del hombre que lucha. Para proteger la “identidad primaria” se crea, casi como un requisito, otra identidad, que parte de la utilización de otro nombre, el “nombre de guerra”. Marcelo Carneiro da Rocha se convierte en Caetano para formar parte del grupo de brasileños disidentes que actuaban en Nueva York. Cuando lucha deja de ser Marcelo; sin embargo, esto sobrepasa la mera cuestión del nombre, que de cualquier modo es significativo, ya que en este texto fundamentalmente adquiere una función de tipo adjetiva. Marcelo deja de ser lo que era para convertirse en otro sujeto, que responde a lo que el estereotipo del guerrillero establece.
Este estereotipo está rodeado de cierta moral y ciertos modos de actuar y de pensar. La figura del guerrillero se asocia a una serie de valores que exceden lo político y tienen un vínculo estrecho con lo privado.

Marighela juzgaba peligroso el compromiso de los brasileños con la new left americana, en virtud de los excesos que cometían, tanto en materia sexual cuanto en el terreno de los narcóticos. El ejemplo contestatario americano sería malo para los ya poco preparados guerrilleros brasileños. De allí la orden precisa para Vasco: de ningún modo -terminantemente prohibido, fue la expresión usada- debía acercarse a los grupos de estudiantes blancos, cuyo único alcance revolucionario (según esta versión) era el hedonismo y el libertinaje.[4]

La moral del guerrillero se asocia con cierto tipo de práctica sexual. Resulta significativo, en este sentido, que Marcelo, además de multiplicarse y convertirse en Caetano, sea la Marquesa de Santos. La sexualidad también opera en este caso como disparadora de una nueva subjetividad, pero aquí se suma esta marcada incompatibilidad entre una de estas subjetividades y la otra. Por un lado esto refuerza la separación entre los distintos sujetos que pueden alternarse en el cuerpo de Marcelo. Por otro lado, Marcelo se presenta como un ejemplo del complejo modo en el que podrían convivir ambas identidades, llevando al extremo cierta artificialidad de los estereotipos; si la ética guerrillera propone que el sujeto debe alejarse del hedonismo y las prácticas libidinosas, y la construcción de la sexualidad parte del vínculo que se establezca con el placer, la pregunta inevitable será cómo cumplir con esta moral del hombre que lucha y al mismo tiempo estar atravesado por una sexualidad que para configurarse necesite hacerlo a partir de ese vínculo con el placer.

El espacio del disenso

La política y la sexualidad comparten un atributo en común: además de ser creadoras de subjetividades son espacios desde donde puede producirse un desvío de la norma. La política disidente se manifiesta como un rechazo a la política institucionalizada. Plantea una alternativa que se ciñe a reglas diferentes. La sexualidad, en su plano, realiza la misma acción. Se plantea como un modo de constituirse por fuera de lo que institucionalizó. La sexualidad establecida tiene una variante que llega para demostrar, al igual que como ocurre con la política, que puede haber algo distinto, que puede partirse de un conjunto de pautas diferentes para crear otra cosa, y que lo establecido o lo institucionalizado no es más que eso.
Sin embargo, existe un punto en el que la política y la sexualidad disidentes se distancian, y tiene que ver con la propuesta que de cierto modo aparece en este libro. La figura del guerrillero, que es la figura asociada a la disidencia política, aparece corroída desde un comienzo.
El primer gesto tiene que ver con la equiparación que vimos respecto de la sexualidad. La figura del guerrillero pierde la exclusividad en lo que respecta a la disidencia. El suyo deja de ser el único modo de oponerse a las reglas de la sociedad. La aparición de estos sujetos que plantean una oposición diferente, radical también, y que lo hacen a partir de elementos relativamente similares a los que ellos usan (la necesidad de crear una nueva identidad para esos sujetos, el uso exclusivo de esas identidades en determinados ámbitos y el ocultamiento en otros, el cuestionamiento hacia lo establecido que lo saca del ámbito de lo natural para mostrar que es una convención) demuestran que no hay una única manera de oponerse a determinado sistema de reglas.
El segundo gesto, tal vez más fuerte, marca el momento en el que estas categorías dejan de ser relativamente equivalentes y los atributos de la sexualidad disidente pasan a primer plano. Esta cuestión merece un análisis más detallado.

La sexualidad como nueva disidencia: El atributo de la creatividad

La sexualidad por fuera de la norma aparece como un nuevo modo de disidencia. El primer paso para esto la acercó a la disidencia política, estableciendo lazos de conexión entre ambas. Sin embargo, va a atribuírsele a la sexualidad una característica que la colocará un escalón más arriba en lo que respecta a disidencia.
La sexualidad disidente choca con la imagen del guerrillero en lo que esta reproduce de la sociedad. Esta figura que ataca el orden institucionalizado, parece denunciar el texto, también reproduce parte de su sistema. Esta alternativa revolucionaria a una sociedad conservadora se convierte en conservadora, reproduce la injusticia y se vuelve anquilosada frente a una instancia más revolucionaria de lo establecido, que trastoca más reglas y que plantea un cambio mucho más profundo.
Aparece, entonces, el guerrillero como alguien conservador. Esto se vincula fuertemente con la moral que se asocia a esta figura. La concepción del hombre que se sostiene está vinculada a aspectos que se consideran positivos, que son los que finalmente podrían modificar la sociedad. La denuncia que aquí aparece es que esa moral está asociada al machismo y, por ende, a una serie de prescripciones respecto del uso del cuerpo. La oposición política, la ética revolucionaria asociada a la virilidad, se encuentra aquí con una nueva forma de oponerse a la sociedad que puede incluir –que de hecho incluye- lo que la moral guerrillera dejó afuera, esto es, el placer y el cuerpo.
El atributo que se le otorga a la sexualidad que excede la norma es la capacidad creadora. Paradójico si se piensa en que la primera condena a la homosexualidad, fundamentalmente desde la religión -algo sumamente presente en el texto- tiene que ver con el anulamiento de la reproducción. Aquí se desarrolla, entonces, un concepto de homosexualidad o sexualidad disidente, y un concepto de creatividad, que permiten dar vuelta esta afirmación condenatoria.

Stella Manhattan dramatizaba y al mismo tiempo elogiaba una noción apasionante para aquellos días: que el placer violento, excesivo, desbordante, despreocupado de la utilidad del acto carnal, es decir, despreocupado con la conservación y la reproducción de la especie, no es patológico.[5]

Para elaborar esta idea el texto desarrolla una reflexión acerca del proceso creativo que merece un análisis detallado. A través de una referencia metatextual, de un apartado del texto en la que se plantea el acto mismo de la escritura, se elabora una concepción particular de este proceso.
El primer elemento para destacar, tal vez el más relevante, es la noción de gasto que se toma de Bataille, que el autor reconoce en el prólogo pero también, a partir de una cita, en el propio texto. Hablar de gasto improductivo, como se hace en este caso, implica hablar de un no-retorno, de una pérdida que no se recupera. Por un lado, como reconoce Silviano Santiago en su prólogo, esta noción está estrechamente asociada a una concepción difundida de la homosexualidad que la asocia a la promiscuidad. La canalización de la energía que no produce –o que no reproduce- y que es simplemente gasto tiene en esa asociación un carácter negativo.
Sin embargo, y esto resulta interesante, ese gasto improductivo es trabajado en el texto en relación al arte. Se dice al respecto:

El arte no es ni puede ser norma, es energía desperdiciada, y es algo, una acción por ejemplo –no importa ahora la cuestión de la calidad- producida por una explosión de energía humana y que transborda en un vómito por el mundo del trabajo, por el universo de lo útil, con la audacia y la inepcia de alguien que, al volcar leche en una taza para alimentarse por la mañana, deja que la mayor parte del líquido se desperdicie por la mesa[6]

El arte, desde el comienzo, aparece como opuesto a la norma. Se presenta como desperdicio de energía, como desborde. Pero, conectando todo lo que estuvimos desarrollando, el arte aparece en fuerte oposición respecto del mundo del trabajo y de lo útil. La inepcia y la audacia, que se asociaban habitualmente a la imagen del guerrillero, están en el arte. Pero este arte es el del desborde, es el arte que no quiere un logro retributivo, como ocurre con los sujetos revolucionarios. Frente a la idea de inversión que aparece en los grupos guerrilleros, la propuesta es la de un gasto que no se recupere, donde el foco esté puesto en la misma noción de gasto.
La imagen del guerrillero termina siendo asociada a la idea de conservación. Frente a eso, el sujeto del arte se rebela:

Me rebelo contra esa energía originariamente economizada para el mejor tránsito del cuerpo por el mundo hostil, pero que acaba por convertirse en acumulación, me rebelo y es por eso que busco ejemplos de energía que rebalsan como vómito por el mundo del trabajo, del negocio.[7]

Y continúa:

Dentro de la sociedad actual, capitalista o comunista, la única manera de rebelarse contra el régimen de trabajo, contra el elogio del trabajo a toda costa, de la competitividad, de la meritocracia, es hacer un arte que sea desperdicio de energía[8]

El punto en el que la sexualidad como modo de disidencia sobrepasa a la política tiene que ver con una moral, asociada al guerrillero, que reproduce cierto conservadurismo de la sociedad. Lo que parece decir este texto al respecto es que incluso un guerrillero, que intenta a través de una revolución cambiar a fondo la sociedad, continúa reproduciendo las mismas reglas.
La creatividad, entonces, está estrechamente relacionada con el planteo acerca de la sexualidad. En este sentido, la disidencia respecto de lo establecido es mucho más profunda en quien enfrenta las reglas del mundo desde ese ámbito.
Marcelo, que resulta un personaje clave para pensar estas cuestiones, dice al respecto:

La diferencia entre la loca y el heterosexual es que éste –sea hombre o mujer- ya tiene estilos de vida codificados, y el proceso por así decir de madurez no es nada más que asumir uno de los estilos ya perfectamente plasmados por las generaciones pasadas. Es por eso (…) que el heterosexual es tan poco inventivo cuando llega a la edad de la razón, habla la lengua de casi todos, mientras que la loca alcanza la madurez por el constante ejercicio de la imaginación en libertad, inventando cada día su lenguaje, que por eso mismo tiene necesidad de ser pintoresco. La loca tiene que crear un estilo que termina siendo su manera de encajar sin neurosis y con éxito dentro de la comunidad que es obligatoriamente heterosexual[9]

Quien ejerce una sexualidad que está por fuera de la norma crea. Según las palabras de Marcelo, el homosexual, la loca, debe construirse un estilo, y de ese modo debe construirse a sí mismo. La creación de su propia subjetividad, de su propia identidad, requiere de este esfuerzo creativo.
El acto de creación artística se plantea como un desperdicio de energía y aparece en el texto asociado a la multiplicidad de sujetos. No hay un sujeto único que escribe sino que este es atravesado por otro, exterior al anterior o parte del mismo, que no permite que la escritura se haga desde un lugar único; se plantea como una discusión de voces que conviven en ella.
La multiplicidad de voces se extiende a la cantidad de lenguas mezcladas que aparecen, a las referencias a un proceso de traducción que debe aclararse constantemente para recordar que hubo una traducción, en los paratextos, en la variedad de los textos que se incluyen (citas de autoridad, canciones, marcas o nombres de sitios reconocidos). De este modo, el mismo texto aparece como un texto múltiple, en el que necesariamente conviven voces diferentes, incluso voces que discuten entre sí. El texto se construye del mismo modo en el que lo hacen estos sujetos: a partir del reconocimiento de que no hay una unidad, o que esta misma unidad está atravesada por lo múltiple.
En este sentido, Marcelo es un personaje clave: como guerrillero es Caetano; cuando ejerce su sexualidad, es la Marquesa de Santos. Marcelo necesitó multiplicarse y crear dos subjetividades-otras diferentes. Ninguna de ellas es Marcelo, como ocurría con los demás personajes, pero en este caso se suma que su identidad política y su identidad sexual están separadas una de la otra. Conviven en el mismo cuerpo al menos tres sujetos diferentes.

Conclusión

En Stella Manhattan hay una multiplicación de la subjetividad a partir de dos ejes: la política y la sexualidad. Ambos obligan al sujeto a crear nuevas subjetividades respondiendo a ciertos estereotipos. Las lecturas de una y otra se cruzan, pero difieren en un punto central: la idea de desperdicio de energía. La sexualidad disidente, frente a la disidencia política, se plantea como poseedora del atributo de la creatividad.
De este modo, el texto presenta una alternativa a la oposición que plantea la figura del guerrillero, basada en elementos en común pero con un punto de partida diferente. Frente al guerrillero latinoamericano, machista, dotado de una ética sumamente conservadora, el homosexual aparece como aquel que puede subvertir el orden sin la necesidad de restringir el deseo, haciendo un uso particular del cuerpo. Aquel que elige una sexualidad que está por fuera de la norma, entonces, da un paso más allá y plantea una nueva forma de oposición, incluso más extrema, que pone en discusión la figura misma del revolucionario para plantear un modo alternativo de combatir las normas de la sociedad.

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo. “Dame un beso, mi amor”: configuración cultural del guerrillero en el pasaje de las políticas (El beso de la mujer araña de Manuel Puig y Stella Manhattan de Silviano Santiago), Simposio Internacional de Literatura Argentina, Universidad Federal de Santa Catarina, 2010
Santiago, Silviano. Stella Manhattan, Buenos Aires, Corregidor, 2004.


[1] Al respecto, señala Gonzalo Aguilar: “(…) si el imaginario social utiliza los estereotipos para simplificar y a menudo demonizar al otro, ese otro (Molina o Stella Manhattan), en respuesta, se apodera de ellos para convertirlos en un escenario de sus propios deseos y fantasías”. En Aguilar, Gonzalo. “Dame un beso, mi amor”: configuración cultural del guerrillero en el pasaje de las políticas. Simposio Internacional de Literatura Argentina, Universidad Federal de Santa Catarina, 2010.

[2] Santiago, Silviano. Stella Manhattan, Buenos Aires, Corregidor, 2004. Pag. 39. Todas las citas corresponden a esta edición.

[3] Op. Cit., Pág. 53-54


[4] Op. Cit., Pág. 180


[5] Op. Cit., Pág. 13


[6] Op. Cit., Pág. 81


[7] Op. Cit., Pág. 89


[8] Op. Cit., Pág. 89


[9] Op. Cit., Pág. 217