La reposición del sentido en Melville y Hemingway

Al encontrarnos frente a un texto y, más aún, al proponernos analizarlo nos encontramos con una serie de elementos presentados en él. Bastaría ponerlos en relación unos con otros para elaborar una trama interpretativa. Sin embargo, no estaríamos teniendo en cuenta que así como un texto se constituye con todo lo que se dice también lo hace con todo lo que no se explícita en él, con todo lo que se deja fuera de la temática, con los estilos que no se utilizan y con las palabras que no se escriben. Sin llegar a un análisis extremo, incluso, nos encontramos con una porción del contenido del texto que no está explícitamente mencionada pero que cumple un rol directo en su interior: lo aludido. Aquello que se alude no está especificado en el texto de manera directa pero forma parte de su contenido. Existen casos donde lo aludido es perfectamente recuperable a partir de otros elementos textuales; aquí interviene la competencia del lector para restituir lo que falta en el texto a partir del rastreo de indicios, más o menos directos. Existen otros, sin embargo, donde la complejidad de la alusión o la ambigüedad propia del texto dificultan esta restitución de lo faltante. Se suceden, entonces, diferentes lecturas que varían de acuerdo a qué se coloca en ese espacio vacío, sin poder concluir cuál de ellas es la correcta.
En este segundo grupo podemos ubicar el trabajo que Herman Melville y Ernest Hemingway presentan en sus cuentos. Hay en la construcción de sus textos un uso particular de este tipo de alusión que, en relación con los demás recursos desplegados, trabaja con una multiplicidad de sentidos recuperables. Una de las particularidades de sus trabajos, sin embargo, es que aquello que no se nombra en el texto de manera directa está ubicado en el lugar central. Lo que se nos presenta como centro gravitacional del texto es este hueco de sentido sobre el que se efectuará la reposición. Lo que se intentará en este trabajo es, tomando como punto de análisis “Bartleby, el escribiente”, de Herman Melville, y “Colinas como elefantes blancos”, de Ernest Hemingway, demostrar que el texto se construye en estos casos a partir de lo no mencionado, no desde la reposición única y absoluta de lo elidido sino desde las diferentes lecturas que pueden efectuarse sobre los espacios vacíos en el texto. Lo central no sería, entonces, aquello que podemos recuperar de estos textos sino el procedimiento a través del cual, mediante un espacio vacío, se pueden reponer fragmentos diferentes sin que haya una reposición absoluta de ninguno.

Bartleby como categoría vacía

Bartleby funciona en el texto de Melville como una categoría vacía. Lo que el lector sabe de él, en primera instancia, lo sabe porque el abogado cuenta su historia; las referencias a Bartleby y a su comportamiento sólo pueden ser rescatadas a través de la subjetividad del narrador. Las intervenciones directas de este personaje son pocas en relación a la extensión de las consideraciones que el abogado hace sobre él, no solo en número o extensión sino que además parecen no aportar información.
La voz de Bartleby aparece en el texto como repetición ecoica de algo ya dicho, como frase gastada. La frase que repite una y otra vez, “I prefer not to”1, aparece como respuesta a las distintas preguntas que le hacen, como si, incluso, sus palabras estuvieran descontextualizadas; la misma expresión responde a cuestiones diferentes sin variar, lo que nos lleva a pensar que se trata de una frase vaciada de sentido. Como el propio Bartleby, su muletilla toma la forma de un recipiente vacío que se llenará con el significado que otro rescate del contexto y le agregue en su interior.
El lenguaje de Bartleby es el de las palabras que no significan, al menos por sí mismas. Si el lector se propusiera encontrar sentido en sus respuestas, tanto como si buscara sentido en su comportamiento, posiblemente no lo encontraría. Bartleby es un misterio para todos, o al menos para todos aquellos que buscan entenderlo, encontrar una explicación a sus extraños hábitos, encasillarlo, clasificarlo. Esto tal vez sea lo que lleva a que el abogado decida contar su historia y se interese en él: lo más atractivo en Bartleby es que no puede decirse exactamente quién es, qué piensa o por qué actúa de determinada forma. Bartleby es una gran incógnita y, como se refiere al principio de la historia, poco se sabe de él2. Es un personaje vacío, sin historia, con un lenguaje escueto y repetitivo y con una actitud austera. Ante alguien así, de quien no se sabe más que lo que se ve y se escucha, y de quien se ve y se escucha poco más que nada, las posibles respuestas a las preguntas formuladas son muchas.
Constituir una categoría vacía nos indica básicamente dos cosas: en primer lugar, que no se es nada; en segundo lugar, que se puede ser cualquier cosa. ¿Cuánto puede contarse de un personaje de quien no se sabe demasiado? Tal vez ese sea el secreto: no mostrar lo que Bartleby es sino lo que no es. El texto presenta a este personaje como un espacio libre de certezas. Será el lector quien, basándose en lo que lo rodea, repondrá en él un sentido, realizando sobre él la misma operación que la que se realiza sobre sus frases.

De eso no se habla

El trabajo que realiza Hemingway sobre “Colinas como elefantes blancos” es similar al de Melville. Hay en la trama un espacio vacío que se va delimitando por los acercamientos del texto pero que no deja de configurarse nunca como una incógnita. Pocas son las referencias que nos permiten reconstruir este espacio y poco dicen sobre él; sin embargo, la configuración del texto permite rastrear este vacío y reconocerlo como parte de la trama.
Lo que se elude en este texto es el tema del que conversa la pareja. A partir de sus diálogos podemos acumular algunos datos, casi como rastros de eso que no se menciona. Los personajes, en sus intercambios verbales breves, escuetos y algo ecoicos también, dicen todo lo que sabemos sobre el tema. Algo más puede rastrearse a partir de algunas acciones que efectúan pero es imposible obtener certezas o referencias claras, libres de ambigüedad. Todo lo que tenemos es un lenguaje que no puede reponer por sí mismo lo que falta en la trama.
La complejidad de este texto, sin embargo, excede el hecho de elidir aquello de lo que se habla. La información que nos brinda el texto es fragmentaria, sumamente breve y presenta en su interior otros espacios vacíos. Las actitudes que toman los personajes son ambiguas y el rol fuerte puede tomarlo tanto el hombre como la mujer, dependiendo de la interpretación que se efectúe. Si bien el lenguaje es simple, el modo en el que se lo utiliza deja a su paso incógnitas y sugiere constantemente que hay algo más allá de lo que se dice en esos diálogos, sin llegar a decir jamás qué es.
¿Por qué un texto evitaría nombrar aquello de lo que quiere hablar? ¿Por qué se elaboraría una compleja trama en la que aquello visible parece no estar diciendo nada y, en cambio, escondiendo mucho? Varias podrían ser las respuestas a estos interrogantes. Podríamos pensar, tal vez como primera opción, que hay algo de lo que no se puede hablar, aún si se quisiera hacerlo. Esto explicaría la decisión de incluirlo como parte fundamental del texto, aún sin nombrarlo. Los motivos de esa imposibilidad podrían ser varios también; las trabas pueden ser morales y entonces se evita nombrar algo que atente contra ciertos valores o contra las buenas costumbres, por ejemplo, o bien pueden ser lingüísticas y denotarían la imposibilidad del lenguaje para hablar de determinados temas. Podríamos pensar también que aludir a aquello sin decirlo es manifestar algo sin hacerse cargo completamente de ello; aludiéndolo no lo decimos completamente pero tampoco lo callamos, sino que nos encontramos en un punto intermedio entre ambas acciones. La presentación de un tema de modo vedado responde al deseo o la necesidad de que sea el lector quien lo reponga, y de esto prácticamente no hay dudas; lo que no podemos asegurar es la finalidad de esta operación, es decir, en dónde radicaría la importancia de que el lector reconstruya parte del texto y qué efecto se busca conseguir.
Hasta ahora todo parece estar lejos de las certezas, tanto dentro del texto como en su interpretación. Lo único que podemos asegurar es lo que el texto nos presenta directamente: la existencia de una trama donde no se menciona aquello de lo que se habla. Lo único que tenemos ante nosotros es el texto, lo que en él se dice y un espacio vacío; es sobre estos materiales donde debemos edificar cualquier tipo de interpretación.

El vacío como eje

Si nos propusiéramos rastrear el elemento central de un texto probablemente lo buscaríamos en todo aquello que el texto dice, en todos los recursos que nos muestra, en las decisiones tomadas entre las múltiples opciones que se tienen. Resulta interesante pensar, entonces, qué ocurre en un texto que tiene su eje en una ausencia. ¿Cómo se organiza un relato alrededor de un espacio vacío?
Tanto el texto de Melville como el de Hemingway presentan esta particularidad. En el primer caso, Bartleby es la figura a partir de la cual se articula el relato. Si bien pueden rastrearse en la trama dos niveles, que corresponden a la historia de Bartleby en sí y a la justificación del abogado de despedirlo respectivamente, este personaje cumple un rol esencial en ambas. Su particularidad, su exotismo, su rareza es la que, según confiesa el narrador, lo lleva a contar su historia*. Incluso el título del cuento es una referencia a él y tal vez a lo único que de él se sepa, su profesión.
En el cuento de Hemingway, por su parte, el relato se estructura casi en su totalidad como un diálogo donde no se menciona el tema del cual se habla. Todo lo que se dice o se hace en el texto se coloca fácilmente en relación con la intervención* de la que se habla, aún sin saber de qué se trata. Sabemos, incluso, que han ocurrido otras cosas antes y ocurrirán otras después de la escena que se presenta en el texto que tendrán relación con ese tema; todas las referencias, ya sean específicamente del tiempo narrado, presentes o futuras, se vinculan con este espacio vacío.
Resulta clave, entonces, en el trabajo sobre estos cuentos, el análisis del elemento elidido y de su ubicación en el centro del texto. Ante la posibilidad de construirlo en torno a un núcleo firme es sin duda llamativa la decisión de erigirlo sobre un terreno poco definido. No puede ser casual, y de hecho ninguna decisión tomada respecto a la construcción de un texto lo es; resta saber por qué se centra el relato en un vacío y qué particularidades presenta esta acción.
Lo primero que podemos destacar es que el texto pasa a hablarnos de ese vacío. Al tomarlo como elemento central todo lo que se construya a su alrededor nos estará remitiendo en última instancia a ese núcleo. En “Colinas como elefantes blancos” puede observarse claramente ya que se constituye no solo como tema del diálogo entre los personajes sino como tema del cuento en general; los personajes nos hablan de ello sin nombrarlo y el texto, sin hacerlo explícito, nos habla de ese hueco en su propia constitución. Ya desde el mismo título se hace evidente: hay un desplazamiento del foco desde lo central, que no se dice, hasta lo superficial, que sí se presenta. Los personajes hablan de las colinas, casi al comienzo, para no hablar de la intervención; el texto nos muestra un diálogo, una situación, una serie de elementos para no hablar de aquello que falta. Sin embargo, eludiendo los personajes el tema del que hablan y evitando el texto hablar del vacío nos ayudan a configurar sus límites. En “Bartlebly, el escribiente” ocurre algo similar. Bartleby es el personaje central del relato y su tema. El texto no nos da demasiada información acerca de él y el abogado aclara que se sabe muy poco de su persona, de su historia o de su vida fuera de la oficina; las únicas intervenciones de su voz son ecos de algo dicho con anterioridad y no aportan información. Sin embargo, al plantear todas estas faltas nos habla de ellas y nos permite constituir a Bartleby como una categoría vacía. El mismo texto, con lo poco que nos dice de él, con todo lo que puede quedar sugerido y con la gran cantidad de datos que calla, posibilita el reconocimiento y la figuración de ese vacío.
Colocar este vacío en el centro del texto nos permite, además, reconstruir una interpretación particular del sentido. Si en ambos cuentos no se define jamás qué es aquello que no aparece explícito en el texto, a qué remite ese vacío o esa elisión, podemos afirmar que, al menos en principio, podría referirse a cualquier cosa. Si bien esta consideración se recorta en el marco del mismo texto, la posibilidad de significar cosas distintas, al menos potencialmente, está presente. El sentido deja de ser algo dado y se convierte en algo que debe restituirse. Esto crea a su vez un tipo particular de lector: aquel que puede rastrear en el texto elementos que le permitan recortar las dimensiones de la incógnita y prefigurar a través de la unión de los indicios que encuentre aquello que el texto no explicita. Hay una importante tarea para el lector de estos cuentos y consiste en interpretar esos espacios vacíos que el texto deja.

La reposición del sentido y las múltiples lecturas

Si el texto presenta en su interior incógnitas, vacíos que pueden ser llenados por el lector y elementos que pueden rastrearse dentro de sí mismo que ayudan a configurar las dimensiones de ese hueco pero, sin embargo, jamás afirma explícitamente de qué habla cuando no habla obtenemos como resultado una proliferación de lecturas diferentes respecto del mismo texto. Tanto en el cuento de Melville como en el de Hemingway que analizamos ocurre lo mismo: dados ciertos elementos, combinados con la particularidad histórico-temporal del lector, su condición social, su experiencia personal y sus lecturas previas, es decir, dadas ciertas condiciones particulares que condicionan una lectura, nos encontramos con interpretaciones diferentes respecto de estos cuentos en las que el elemento que marca de una forma más notoria la lectura es aquel que ha sido colocado en lugar del hueco. Sin intenciones de hacer un relevamiento completo de dichas lecturas y únicamente a modo de esbozo resulta interesante conocer algunas de ellas.*
En el cuento de Melville, Bartleby puede ser interpretado de maneras diversas. Puede ser el hombre que no se adapta a la sociedad y es excluido, apartado de ella, tal vez por guiarse por una moral completamente diferente a la considerada normal o esperable; puede estar denotando esa ruptura casi como un acto de rebeldía al no encajar en el mundo ordenado y organizado del abogado. Puede ser también el hombre alienado por su trabajo, hundido en las repeticiones ecoicas, en las contestaciones casi automáticas y en las frases despojadas de diversidad como si provinieran de una máquina. Puede leerse en Bartleby, incluso, el lenguaje imposibilitado para significar, que no hace más que repetir una y otra vez lo mismo, sin aportar información nueva; que se niega a copiar, a repetir palabras de otro, pero que existe como mera repetición gastada. Bartleby, incluso, puede ser leído como el cuento mismo. La cadencia, las repeticiones, el mecanicismo, los ecos del personaje, son los mismos del cuento en sí. Estaríamos ante el cuento hablando de sí mismo o reflejándose en uno de sus personajes, en este caso en el central. Más allá del mismo cuento, Bartleby puede ser la literatura. Plantea la problemática de la copia, de la repetición de lo ya dicho, que no agrega nada nuevo, que no resignifica; así como el personaje se niega al acto de repetición maquínica, sin intervención alguna, Bartleby, el cuento, se rehúsa a una interpretación de ese tipo.
Respecto al cuento de Hemingway, lo que puede reponerse en lugar del elemento elidido posibilita también múltiples lecturas. En este caso variarán en gran parte en relación al motivo que se considere para justificar la mera alusión y no la presentación directa del tema. Podemos leer desde una intervención quirúrgica por un problema de salud hasta la práctica de un aborto, en la misma línea. Teniendo en cuenta que las dos referencias más directas al tema están representadas por términos como operación e intervención* no es extraño que se efectúen estas asociaciones; sin embargo, se trata de términos ambiguos que bien podrían referirse a cuestiones legales, por lo que la lectura puede realizarse desde esa interpretación. Podemos incluso detenernos en otros aspectos derivados de estas interpretaciones y desplazar el foco hacia ellos; podríamos pensar, por ejemplo, que el sentido que no se manifiesta explícitamente es que el hombre ejerce cierta presión emocional sobre la mujer y la manipula para lograr que haga algo que él desea pero que ella no está segura de hacer, o incluso, en oposición, que es el hombre quien manifiesta su inseguridad constantemente al justificar aquello que la mujer hará solo para sentirse más tranquilo mientras que ella simplemente está nerviosa pero sigue siendo quien refleja valentía.
La posibilidad de reponer distintos elementos en el espacio vacío que presenta el texto permite, como se ha visto, diferentes interpretaciones. Podemos contemplar todas ellas y analizar a partir de qué elementos pudo reconstruirse cada una. Sin embargo, surge un problema si lo que deseamos es reponer un único sentido. ¿Qué ocurre con los demás? ¿Resultan incorrectos? Tomando cualquiera de las lecturas mencionadas, incluso otra, de modo aislado, la primera respuesta sería sí. Sin embargo, las demás interpretaciones siguen existiendo y siguen siendo posibles. ¿Cómo se interpreta, entonces, un texto que por su constitución misma permite ser interpretado de modos diferentes? ¿Cuáles son las limitaciones de la reposición del sentido en este tipo de textos?


La ambigüedad del hueco

Las preguntas planteadas son sin duda complejas y nos obligan a contemplar muchos factores. Sin embargo, el objetivo de este trabajo es demostrar la construcción de estos textos a partir de sus múltiples lecturas, es decir, contemplando la existencia de lecturas diferentes e intentando desarrollar una postura superadora. Hemos mencionado como trabaja cada uno de los cuentos analizados con la construcción del vacío dentro de la trama, cómo se coloca ese vacío en el lugar central del texto, cómo se disponen los demás elementos en relación a ese núcleo y finalmente cómo se repone lo que falta en los textos. Nos resta comprobar de qué modo el mismo hueco de sentido organiza en torno de sí mismo todas las lecturas posibles.
Como hemos visto, la construcción de un espacio vacío dentro de estos textos permite, al menos potencialmente, cualquier reposición. Ante la ausencia de un elemento podemos colocar cualquier otro que quepa en ese espacio, es decir, cualquiera habilitado por las mismas reglas internas del texto. Si ante la posibilidad de nuclear los elementos en torno a una idea fuerte que cree lazos estables, definidos y prefigurados optamos por hacerlos girar en torno a un vacío que los reordenará y entablará relaciones entre ellos de acuerdo a qué se restituya dentro de él, es inevitable ver en esa decisión una clara intencionalidad. Organizar un texto en torno a la posibilidad de un movimiento de sus elementos internos, es decir, contemplando la posibilidad de distintas interpretaciones nos da la pauta de que no existe, desde el comienzo, una única interpretación para esa ausencia. La pregunta ahora no será qué es lo que en estos textos falta sino cómo esa falta configura un modo particular de asignarles sentido.
La principal diferencia con las lecturas anteriormente mencionadas es que el sentido no se buscará en una respuesta única sino en la contemplación de respuestas potenciales. En los textos analizados, entonces, Bartleby ya no será el portador de la moralidad diferente o el hombre alienado o el lenguaje o el cuento, sino que reunirá en su figura todas esas interpretaciones potenciales. Lo mismo ocurre en el texto de Hemingway, donde la particularidad reside en la capacidad de referirse a cualquier tipo de intervención, sea médica, legal o de otro tipo, y el foco puede colocarse tanto en el tema planteado como en lo que ese tema puede denotar. La productividad de este recurso se basa en la suma de sentidos asignables a la categoría vacía presente en los cuentos.
El hueco puede llenarse con cualquiera de estas interpretaciones porque potencialmente contiene a todas ellas. Lo que resulta interesante de esto es que al mismo tiempo que es cualquiera de ellas o es todas, no es ninguna. Existe una imposibilidad de asignar sentido a esta categoría vacía, al menos en términos absolutos. No es útil entonces preguntarse qué significa Bartleby o de qué habla la pareja porque no existe una respuesta única. En estos cuentos no importa tanto qué se reponga como la posibilidad potencial de reponer cualquier elemento y la imposibilidad absoluta de reponer uno solo ignorando el complejo procedimiento alrededor de esta forma particular de estructurar los textos.

Bibliografía

Hemingway, Ernest. Colinas como elefantes blancos, en “Hombres sin mujeres”, Ediciones Librerías Fausto, Argentina, 1977.

Melville, Herman. Bartleby, el escribiente, La Ciudad, 1979



1 La mención de la frase en el idioma original responde a que de ese modo es más clara la descontextualización de la frase. En la traducción como “Prefiero no hacerlo” no es tan evidente el hecho de que no especifica qué es lo que no quiere hacer.

2 “Bartleby (…) el más extraño que yo he visto o de quien tenga noticia. De otros copistas yo podría escribir biografías completas; nada semejante puede hacerse con Bartleby. No hay material suficiente para una plena y satisfactoria biografía de este hombre. Es una pérdida irreparable para la literatura. Bartleby era uno de esos seres de quienes nada es indagable, salvo en las fuentes originales: en este caso, exiguas. De Bartleby no sé otra cosa que la que vieron mis asombrados ojos, salvo un nebuloso rumor que figurará en el epílogo”. En Herman Melville, Op. Cit.


Monografía presentada para Literatura Norteamericana, Cátedra Costa Picazo, 1º cuatrimestre de 2009