Exilio y campo intelectual: la experiencia argentina

Introducción
Entrada la década de 1970, una serie de golpes de estado irrumpen en algunos países del cono sur. Chile, Argentina y Uruguay padecen tres regimenes que, a pesar de manifestar diferencias, comparten una serie de características comunes que nos permiten poner en línea estos procesos dictatoriales.
El 27 de junio de 1973 ocurre en Uruguay un golpe cívico militar llevado a cabo por el entonces presidente, Juan María Bordaberry, con el apoyo de las Fuerzas Armadas; el 11 de septiembre del mismo año se inicia en Chile la dictadura de Augusto Pinochet; dos años y medio después, el 24 de marzo de 1976, un golpe militar en Argentina lleva al poder a la Junta conformada por Videla, Massera y Agosti. ¿Qué tienen en común estas irrupciones, además de su cercanía temporal? Algunos hechos-causa, como la existencia de movimientos revolucionarios de izquierda, vinculados con la Revolución Cubana o influidos por ella, que fueron perseguidos y reducidos; y algunos hechos-consecuencia, como el modo de llevar a cabo esa persecución y esa reducción: secuestro, tortura, exilio y muerte.
El contexto de la Guerra Fría -que operaba desde el final de la Segunda Guerra Mundial- permite analizar estos hechos dentro del marco de un proceso mayor y más complejo: la batalla librada a nivel mundial entre capitalismo y comunismo. Dentro del plano latinoamericano, estos golpes pueden ser leídos como un intento por detener aquello que la Revolución Cubana había iniciado: la creencia en estos posibles procesos de transformación de la sociedad y la visión de América Latina desde una perspectiva continental. Estas consideraciones nos permiten pensar en conjunto estos procesos dictatoriales de los países ya mencionados.
El campo cultural, tanto desde una perspectiva latinoamericana como desde la perspectiva de las literaturas nacionales, presenta algunos aspectos en común, no solo antes de la irrupción de estas dictaduras sino durante el período de sus desarrollos y en los años posteriores. Los regimenes de estos tres países modificaron la producción cultural, entre otras cosas, mediante dos hechos, la censura y el exilio, que provocaron la creación de nuevas y distintas formas de manifestación. El objetivo de este trabajo es analizar cómo estas irrupciones modifican el plano intelectual y cultural y cómo el exilio opera como elemento dispersor, con todos los problemas que esto acarrea a la hora de pensar la literatura del período. Para ello tomaremos como caso paradigmático el de la Argentina, sin perder de vista que las consideraciones al respecto exceden los límites nacionales y pueden ser útiles para pensar también los casos de Uruguay y Chile.

Campo intelectual-literario previo
Para caracterizar el campo literario e intelectual del período debemos tener en cuenta algunos aspectos, que José Luis de Diego menciona en su tesis de doctorado : a) en relación a Latinoamérica, existen múltiples enfoques desde los cuales puede caracterizarse el período; b) en relación a Argentina, no hay suficientes trabajos críticos sobre la literatura de finales de los ’60 y de la primera mitad de los ’70; c) relacionando ambas, las evaluaciones del campo literario argentino difieren de lo dicho de Latinoamérica. Siguiendo la línea de su trabajo, podemos destacar dos elementos que permiten vincular el campo específicamente argentino con el latinoamericano: por un lado, la actitud “profesional” de los nuevos escritores, presente de todas maneras desde la generación del ’55; por el otro, una serie de temas y motivos contenidos en el proceso de transformación de América Latina y principalmente la vinculación con los movimientos guerrilleros, la Revolución Cubana y algunos líderes populares y revolucionarios. A grandes rasgos, y corriendo el riesgo de cometer una simplificación, el campo parece determinado por la tensión entre compromiso político e innovación literaria.
De Diego destaca que en este período, en la Argentina, la narrativa se distancia del realismo casi siempre directo de la generación del ’55 y busca experimentar con el lenguaje y la composición novelísticos, a partir de la influencia de los escritores latinoamericanos, ampliamente difundidos a partir del boom. Frente a estos escritores, vinculados con el realismo y el compromiso político y social, coloca a aquellos “decepcionados de los abusos sociologistas y más inclinados en buscar la tensión lírica y cierta elaboración en el lenguaje, que no excluye indagar en la realidad argentina”. El ordenamiento de las figuras preponderantes de la época no es una tarea sencilla; algunas figuras son colocadas a uno y otro lado en diferentes catálogos, otros aparecen en unos y están ausentes en otros. Sin embargo, existen algunas constantes.
Rodolfo Walsh es, tal vez, una de las figuras más complejas y significativas del período. Resulta difícil analizarlo en su contexto literario a partir de las apropiaciones que se han hecho de su obra, fundamentalmente de sus textos periodísticos. Para analizar algunas de las características que se atribuyen a la narrativa del período podemos tomar uno de sus textos más reconocidos y más destacados por la crítica; nos referimos al cuento “Esa mujer” , que forma parte de la colección Oficios terrestres.
El texto se estructura como un diálogo entre un periodista y un coronel en el que el primero busca información sobre el paradero del cadáver de una mujer. Tanto la elaboración formal como los temas tomados de la realidad externa están presentes. En cuanto al primero, el relato consiste en una conversación en la cual se habla de algo que prácticamente no se nombra de manera directa sino a través de referencias que el lector puede reponer. La mujer muerta es referida como “esa mujer”, lo cual, por un lado, borra la referencia, pero por otro la repone: esa mujer, la que no se nombra, no es cualquiera sino esa que justamente no puede nombrarse. En la época del peronismo proscrito, Eva Perón.
Esta marca se refuerza con otras referencias paralelas que permiten rearmar la referencia: aparece la mención al cáncer y una cantidad de referencias al mito de Eva, principalmente a aquella parte que dice que quienes tuvieron su cuerpo sufrieron alguna desgracia. A nivel formal, entonces, tenemos una elaboración particular del relato, que deja fragmentos de información incompletos, que juega con las referencias, que para hablar de algo decide construir un relato donde justamente aquello sea lo que está ausente: la referencia concreta, la mención de Eva, y según han señalado algunos críticos la presencia del sector peronista más afín a su figura, que no aparece sino aludido mediante el término “roñosos”. Al mismo tiempo, el trabajo no se hace sobre la figura de Eva sino sobre el mito que se creó en torno a la desaparición de su cuerpo; es decir que se trabaja a partir de una construcción, de un relato, más que de una figura histórica.
Sin embargo, la referencia a la realidad de ese momento está presente de manera significativa. Por un lado, deslizada en ese recurso formal que construye un relato en el que no se habla de lo que en ese momento no puede hablarse, donde se tematiza esa proscripción. Al mismo tiempo, hace ingresar a un texto literario parte de la realidad externa a él, en este caso parte del pasado más inmediato del país: el peronismo.
Pablo Alabarces sostiene que:

“Prefiero leer entonces (…) los textos de Walsh como nudos centrales en un conjunto discursivo que, desde el ’55 hasta el ’76, se interroga repetida e insistentemente por su contexto, su pasado y su proyecto”

Esta referencia nos sirve para sintetizar lo que acabamos de mostrar: hay en este texto y en otros del escritor en ese período un intento por incorporar a la literatura ese contexto, pero también el pasado, la historia (en este caso reciente), y el futuro o los proyectos. En un contexto en el que la militancia de los intelectuales comienza a ser cada vez mayor esto significa incorporar la dimensión de la política a los textos literarios.
Debemos recordar, sin embargo, que para el año en que se publica este cuento Rodolfo Walsh aún no había comenzado su militancia en Montoneros. Sí había comenzado a perfilarse como un intelectual “comprometido”, principalmente a partir de textos de denuncia como Operación Masacre (1957). Ya en esta época puede verse una unidad entre literatura y política que se reforzará en los años posteriores. Sin embargo, este no es un fenómeno aislado sino que este acercamiento entre ambas prácticas (que, por otra parte, ya había comenzado años atrás, en la generación de escritores anterior) comienza a ser cada vez mayor en muchos escritores.


“La relación literatura-política, se planta en Walsh como una continuidad. El mismo lo recuerda en “Esa mujer”: "Nuestros grandes políticos llevaban el tintero en el chaleco". Esa vinculación reconoce una historia ética con épocas diferenciadas: del palabrerío doctoral y engañoso a la búsqueda de una eficacia devastadora con textos como dagas que pretenden remover la realidad como en Sarmiento, Mansilla o Hernández.
Esa tensión no sólo le perteneció a Walsh y abarcó a varios compañeros de generación como Francisco Urondo, Roberto Santoro, Juan Gelman, Miguel Ángel Bustos y Haroldo Conti, entre otros creadores con fuertes puntos de contacto en una peripecia generacional que ascendió por el optimismo histórico y cerró en sus derivaciones trágicas”


Este acercamiento entre literatura y política, al mismo tiempo que las acopla produce una tensión: cómo producir textos efectivos sin descuidar –e incluso aprovechando- la innovación formal. En otras palabras: cómo conjugar una revolución en la estética con una revolución en la política.

Escribir en la Argentina desplazada: condiciones de producción
Pensar el exilio es una tarea compleja. Así lo circunscribamos a la experiencia en la Argentina de esos años, la cantidad de variables a tener en cuenta es sumamente amplia. En la acción de dejar el país de cada uno de los intelectuales que lo hicieron confluye una serie de causas diversa; en la experiencia como exiliado, el resultado también se traduce en una cantidad de variantes. Esto si nos limitamos a aceptar que el exilio fue solo de aquellos que se marcharon del país y no consideramos la condición de exiliado interno. Dadas estas posibilidades múltiples, las combinaciones son múltiples también. Tomaremos para el análisis, sin embargo, algunos de los casos más significativos de lo que implicó el exilio para los intelectuales que debieron dejar físicamente el país.
A partir del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, muchos escritores e intelectuales pasaron a formar parte de los perseguidos por el régimen. Algunos fueron encarcelados primero y luego obligados a exiliarse, como es el caso de Antonio Di Benedetto; otros tomaron la decisión de salir del país tras amenazas o incluso antes de que estas pudieran darse, reconociendo que por su ideología o militancia política corrían peligro. Gran cantidad de partidas ocurrieron el mismo año del golpe –David Viñas, Horacio Salas, Humberto Constantini, Osvaldo Soriano, Martín Caparrós, entre otros-, pero también continuaron ocurriendo en los años posteriores. Los lugares de destino eran varios y determinaron, de alguna manera, las prácticas de estos exiliados durante el período. México y Venezuela fueron los más recurrentes dentro de América Latina, mientras que en Europa España y Francia recibieron gran cantidad de exiliados. Muchos se desplazaron entre distintos países durante su exilio –por ejemplo Juan Gelman o David Viñas-.
Dos cosas debemos tener en cuenta a la hora de pensar el ámbito que se creó en estos lugares de destino: por un lado, al ser los países que más exiliados recibieron, el intercambio no solo se produjo entre habitantes del lugar y exiliados argentinos sino con exiliados de otros regimenes similares, como los ya mencionados de Chile y Uruguay; por otro lado, la gran cantidad de exiliados permitió la creación de diversas organizaciones –de tipos también diversos- que los nucleaban . Al respecto de estas organizaciones, que entre otras cosas se ocupaban de organizar y coordinar las denuncias acerca de la situación que atravesaba el país o de resolver problemas laborales y de vivienda de los exiliados que llegaban, resulta importante considerar que permitieron también el contacto y la permanencia de vínculos entre los exiliados argentinos. Esto puede ser leído de manera positiva, como conexión, pero también de manera negativa, como cierto enclaustramiento.
Sí es importante tener en cuenta que estos núcleos permitieron una serie de publicaciones que constituyen parte de la producción de los exiliados en ese período. Las revistas Cambio y Controversia son dos de las más significativas en México. El proyecto de la editorial Tierra del Fuego, por su parte –organizado por Constantini, Viñas y Boccanera, entre otros- publicó varios textos, entre los cuales De Diego destaca la antología 20 cuentos del exilio, que reúne relatos de exiliados latinoamericanos. En Francia se destaca el número especial de Les Temps Modernes que se dedica a la situación argentina, organizado por David Viñas y César Fernández Moreno, en el que participan Juan Carlos Portantiero, Beatriz Sarlo, Noé Jitrik y Juan José Saer, entre otros. En cuanto a revistas, Soriano y Cortázar dirigen Sin Censura e Hipólito Solari Irigoyen está a cargo del periódico de la Oficina Internacional de Exiliados del Radicalismo, La República. La importancia del análisis de estos proyectos recae en que se constituyen como medios para producir en el exilio.
Por otra parte deben considerarse los textos literarios publicados en el exterior por los autores exiliados. Antes de analizar esto, conviene tener en cuenta uno de los problemas que tuvieron estos exiliados, que va a interferir considerablemente en su producción. La posibilidad de insertarse en el mercado laboral de los países de destino fue, en muchos casos, limitada. Dice Horacio Salas:

“Tuvimos que dedicarnos a cualquier cosa, a hacer de todo. Los profesionales argentinos –como por ejemplo los antropólogos, psicólogos, sociólogos- invadieron el mercado artesanal y se los puede ver por todas partes vendiendo chucherías. Los intelectuales hacemos lo que podemos; Héctor Tizón, trabajaba en changas que le permiten subsistir; Daniel Moyano, trabajaba en una fábrica; Antonio Di Benedetto lo hace en una revista médica; Blas Matamoro, escribió un libro de cocina que le redituó lo suficiente, mínimamente, para poder desenvolverse (…)”

En México y Venezuela la inserción en algún tipo de trabajo intelectual fue un poco más sencilla que en Europa. Sin embargo, la reincorporación a las tareas que realizaban dentro de Argentina no fue inmediata en todos los casos. Esto permite pensar de un modo más completo el ámbito de producción del exilio, en el que deben considerarse estas dificultades, junto a aquellas que de por sí se asocian al exilio: desarraigo, pérdidas, relación conflictiva o al menos tensa con la cultura y la lengua del país de destino.
Sin embargo hubo, como adelantamos, una gran cantidad de libros escritos, e incluso publicados en el exilio. La lista es sin duda extensa e incluye, entre otros, Lugar común la muerte, de Tomás Eloy Martínez –publicado en Venezuela en 1979 y luego en Buenos Aires en 1983-, No habrá más penas ni olvido, de Osvaldo Soriano, Cuerpo a cuerpo, de David Viñas y De Dioses, hombrecitos y policías y La larga noche de Francisco Sanctis, de Humberto Constantini –escritos en el exilio y publicados ambos en Buenos Aires en 1984-. La elección de los nombres antes mencionados responde a que son algunas de las obras más conocidas escritas y en algunos casos publicadas en el exilio y permiten mostrar que la actividad literaria de muchos de los escritores que abandonaron el país pudo continuar en el exilio. A pesar de las dificultades que ya mencionamos sobre la inserción de los intelectuales en los países que los recibieron, debemos considerar también que existieron vías para la producción de textos, tanto literarios como de crítica.

¿Quién está escribiendo nuestra literatura? Polémicas entre “las dos Argentinas”
Muchas son las polémicas que se dieron durante los años de dictadura y exilio y que continuaron en años posteriores. Dos de las más significativas a la luz de lo que estamos analizando son la polémica entre Cortázar y Liliana Heker y la polémica que abrió el artículo de Luis Gregorich “La literatura dividida”. Resumiremos brevemente qué se discutía en cada una de ellas.
La polémica entre Liliana Heker y Julio Cortázar revive de algún modo la discusión acerca de la posibilidad del compromiso del intelectual desde fuera de su país. La discusión puede traducirse en la pregunta acerca de cuál es el lugar desde el que mejor puede verse lo que está ocurriendo en la Argentina. Heker valorizará la mirada desde adentro y cuestionará cierta victimización del lugar del exiliado; Cortázar afirmará, entre otras cosas, que desde adentro se limitan las posibilidades de cuestionar. Al mismo tiempo, ambos se acusan mutuamente de reproducir respecto a esta cuestión los mismos argumentos que sostenían los sectores conservadores: Cortázar con su idea de que para opinar hay que irse y Heker a partir del listado de motivos de exilio en el que se evita mencionar la represión política, las persecuciones y las muertes.
La polémica que instala el artículo de Gregorich, por su parte, pone en escena una disputa entre los escritores que se marcharon y aquellos que se quedaron en el país. De este modo, el campo intelectual argentino quedaría dividido entre estos dos sectores, entre los cuales habría una importancia diferente. La encuesta que publica en 1977 en el diario La Opinión sostiene que son pocos los intelectuales que deben optar por el exilio. Esta encuesta abre el debate; uno de los que le responden es Noé Jitrik, quien sostiene que entre los que se quedaron hay matices, es decir, hay colaboradores, indiferentes y exiliados internos. En 1981 la polémica se reabre con un artículo publicado en Clarín en el que sostiene que los escritores exiliados no son relevantes ni en número ni en calidad. Esto genera una gran cantidad de respuestas que se extienden hasta después del fin de la dictadura.
Ambas polémicas tienen algo en común: las discusiones dividen a la Argentina en dos –una, la que permaneció físicamente en el territorio; otra, la que se diseminó por distintos países a partir del exilio- y las posturas reivindican a una de las dos por sobre la otra. Esto resulta importante para nuestro análisis ya que una de las consecuencias que dejó el exilio en el campo intelectual fue esta división que desplazó o al menos relegó la polémica anterior sobre el compromiso del escritor. Ya no se divide el campo entre escritores comprometidos y escritores no comprometidos sino entre aquellos que padecieron el régimen dentro del país y aquellos que sufrieron sus consecuencias afuera. El problema que esto presenta es que se intenta cierta homologación entre ambas polémicas que obliga a colocar el compromiso o bien en los que se fueron (y los que se quedaron serían cómplices) o bien en los que se quedaron (y los que se fueron habrían escapado para no resistir). El exilio opera, entonces, como una marca que impide pensar estas dos situaciones como consecuencia del mismo proceso: la dictadura militar argentina . De este modo, la incidencia de la dictadura en el campo intelectual, además de la censura y la gran cantidad de desapariciones que sin duda modifican el plano intelectual, además de una serie de tópicos recurrentes, se traduce también en esta separación, que continúa operando luego de la restitución de la democracia en 1983 y será determinante para pensar la organización de los intelectuales en el período inmediatamente posterior.

Dictadura y después: apuntes para pensar el plano literario post 1983
Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Roberto Santoro y Heraldo Conti fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura militar argentina; Humberto Constantini, Osvaldo Bayer y Juan Gelman se exiliaron; algunos regresaron pronto, otros tardaron más tiempo, e incluso algunos no volvieron a vivir en el país. Esta dispersión y estas pérdidas generadas por la irrupción de la última dictadura modificaron sustancialmente el plano intelectual.
Aquellos que se habían exiliado y habían permanecido fuera del país durante esos años traían consigo dos marcas significativas: el desarraigo del exilio y la experiencia del contacto con otros exiliados y no exiliados, con otra cultura e incluso con otra lengua. Quienes regresaron al país lo hicieron casi como si fuesen otros. A pesar del lugar común que implica esto a la hora de hablar de exiliados –“el que se fue no es el que volvió”- la realidad es que la reinserción no fue sencilla. Por un lado, como pudimos ver, una serie de polémicas intentaban repartir responsabilidades y culpabilidades. Por otro lado, al igual que al llegar al país de destino del exilio, al regresar a la Argentina la reinserción laboral fue compleja.

“Los conflictos laborales y políticos de la reinserción de los exiliados en la vida social en Argentina agravó la fractura. Los exiliados volvían –con matices que iban desde la arrogancia hasta la humildad- a ocupar los lugares de los que habían sido desplazados, y todo conflicto laboral era, a la vez, político”

De Diego menciona que el gobierno radical intentó una política de repatriación, pero ésta no ofrecía puestos de trabajo ni expectativas cercanas de conseguirlos. Esto provocó, una vez más, un proceso de adaptación difícil, similar en algún punto al vivido al comienzo en el exilio.
Las disputas entre intelectuales, como vimos, crecieron, pero también se modificaron. Al intentar restaurar la democracia una serie de discursos tuvieron que neutralizarse. La discusión por el compromiso se convirtió en una discusión por la responsabilidad, tanto a nivel intelectual (intelectuales funcionales al gobierno de facto) como a nivel exclusivamente político (discusiones acerca de la responsabilidad de los grupos guerrilleros en los sucesos de 1976). La proliferación de discursos que manifestaban alternativas de izquierda necesitaban ser reemplazados por un discurso por encima de esas diferencias que pudiera sustentar el proyecto democrático.

Conclusiones (provisorias)
El exilio es solo uno de los resultados de las dictaduras del cono sur de la década del ’70, entre ellas la argentina. Sin embargo, resulta significativo para pensar las modificaciones en el campo intelectual, no solo por su dispersión sino porque las polémicas que generó dificultaron una visión más amplia de este proceso, que no solo unía a los que se fueron y los que se quedaron como parte de una misma experiencia, la dictadura, sino que ponía en línea a estas dictaduras entre sí.
Esta reflexión es importante, fundamentalmente en un contexto en el que, de algún modo, resurgen visiones que consideran a América Latina como unidad. Esos discursos que habían sido acallados por las dictaduras –por ejemplo, Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, fue censurado en Argentina, Chile y Uruguay y le valió al autor el exilio-, que analizaban la historia común del continente, reaparecen hoy en otros discursos que ponen en línea procesos históricos de distintos países del continente y que los piensan desde esa misma visión continental.
Así, el exilio no solo es una de las tantas consecuencias que provocó la dictadura militar sino que es una de las más significativas para pensar el campo intelectual del período e incluso el posterior. Se trata, sin duda, de un período complejo de analizar, pero también hacerlo desde la noción de exilio implica la dificultad de pensar en una serie de condiciones distintas que influyen en cada caso particular. El análisis desde esta noción no pretende agotar el estudio sobre la época sino aportar un enfoque particular que intente pensar de qué modo una de las consecuencias de las dictaduras, el exilio, influye decisivamente en el ordenamiento del plano intelectual.

Bibliografía

Cortázar, Julio y Heker, Liliana. Cartas publicadas en El Ornitorrinco, nº 10, 1980. Icluye: carta personal y “Carta a una escritora argentina”, de Cortázar, y la respuesta de Liliana Heker. Reproducida en Abanico, revista de letras de la Biblioteca Nacional, Marzo de 2005.

De Diego, José Luis. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986), La Plata, Ediciones Al Margen, 2001.

-----------------------------“La transición democrática: intelectuales y escritores”, en La Argentina democrática: los años y los libros, Prometeo Libros, 2007.

Heker, Liliana. “Exilio y literatura”. Publicada originalmente en El Ornitorrinco, nº 7, enero-febrero de 1980. Reproducida en Abanico, revista de letras de la Biblioteca Nacional, Marzo de 2005.

Walsh, Rodolfo. “Esa mujer”, en Los oficios terrestres, Buenos Aires, De la flor, 1986. La primera edición es de 1965.


Monografía presentada para la materia Problemas de Literatura Latinoamericana, cátedra Viñas, 1º cuatrimestre de 2010.