Versiones de la Revolución Mexicana en el horizonte sesentista: Elena Garro y Juan Rulfo


“Extraña épica del desencanto, entre estas dos
exclamaciones perfila Los de abajo su verdadero
espectro histórico. La dialéctica interna de la
obra de Mariano Azuela abunda en dos extremos
verbales: la amargura engendrando la fatalidad
y la fatalidad engendrando la amargura”1


¿Por qué, para hablar de obras cercanas a la década del ’60, colocar al comienzo una cita sobre una obra casi cincuenta años anterior? Porque la novela de Azuela, que abre el ciclo de la Novela de la Revolución Mexicana, contiene las líneas que los escritores posteriores retomarán para aquellas ficciones que tematicen este período histórico. De las palabras de Carlos Fuentes podemos tomar un concepto central que puede servirnos como punto de partida para nuestro análisis: “épica del desengaño”.
Los de Abajo es, en principio, una novela extraña, que se aleja de las de la época. Más allá de la innovación en el lenguaje a partir de la inclusión de registros propios de grupos populares, presenta también una innovación estructural. No tiene un argumento, al menos en el sentido tradicional de un texto narrativo, ni se dirige hacia una meta clara, sino que se presenta como un camino, como un desarrollo hacia un fin que se desconoce. Más allá de la discusión acerca de la conciencia o no de este escritor sobre este tipo de estructuración, la misma novela expresa lo que los personajes en otro plano narran: un proceso carente de metas claras y definidas, que parece ir más por sí mismo que estar determinado por la voluntad de alguien. En otras palabras, la Revolución se narra desde lo que se cuenta, pero mucho más desde cómo se lo hace.
La Revolución aparece en esta novela desde una perspectiva desencantada. Esta fatalidad y esta amargura de las que habla Fuentes, que se determinan mutuamente, nos brindan una imagen triste de este proceso. Si bien es un relato muy prematuro (se escribe durante el proceso revolucionario) la Revolución ya se ha desplegado y ha actuado sobre la sociedad de una manera significativa. Sin la distancia que tendrán los escritores posteriores y observando el proceso desde su mismo interior, la Revolución se vive ya como algo arrasador. Los intentos por parte de los personajes de definir lo que significa una revolución dan testimonio de lo complejo que resulta comprender lo que está ocurriendo.
La incapacidad de comprender la experiencia de la Revolución, su velocidad y lo complejo de su desarrollo estará, junto con otros temas como el problema de la tierra, el caciquismo, la corrupción, presente en los distintos textos que narren tanto el período como la época posterior. Sin embargo, si acerca de Los de Abajo puede discutirse la existencia o no de una epicidad, en las obras de los ’50 y ’60 eso se ha perdido. La distancia temporal permite un mayor acercamiento hacia una visión global del proceso revolucionario, del que puede comprenderse un poco más la magnitud pero del que, fundamentalmente, se conocen ya los resultados y las consecuencias.
El primer lugar donde podemos rastrear esa desilusión es en la construcción de los paisajes: el pueblo estático y silencioso de Los recuerdos del porvenir, la monotonía de sus días, la tierra árida y reseca de “Nos han dado la tierra”. Leemos en el primero: “Desde esta altura me contemplo: grande, tendido en un valle seco. Me rodean una montañas espinosas y unas llanuras amarillas pobladas de coyotes (…) Hay días como hoy en los que recordarme me da pena” . Y en el segundo: “Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un agujero en la tierra y dejando una plasta como la de un salivazo. Cae sola. Nosotros esperamos a que sigan cayendo más y las buscamos con los ojos. Pero no hay ninguna más. No llueve. Ahora si se mira el cielo se ve a la nube aguacera corriéndose muy lejos, a toda prisa. El viento que viene del pueblo se le arrima empujándola contra las sombras azules de los cerros. Y a la gota caída por equivocación se la come la tierra y la desaparece en su sed” . Aún más, lo que refuerza esta mirada llena de tristeza es la consciencia de un pasado mejor que se ha perdido: “Solo olvido y silencio. Y sin embargo en la memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros, poblado de carreras y de gritos (…)” . Tal vez, el de la revolución idealizada.
A los paisajes se suman las conductas de los personajes: desgano, falta de incentivo, resignación. Se trata de la desilusión y el desencanto que dejó una revolución que solo trajo violencia y promesas incumplidas. La sensación es de desolación: se ha llevado a cabo la revolución, se ha combatido, pero la situación no se ha modificado:

“El camino que cruzaba la Sierra para llegar al mineral atravesaba ‘cuadrillas’ de campesinos devorados por el hambre y las fiebres malignas. Casi todos ellos se habían unido a la rebelión zapatista y después de unos breves años de lucha habían vuelto diezmados e igualmente pobres a ocupar su lugar en el pasado”.

Dentro de las promesas incumplidas tal vez la más destacable sea la repartición de la tierra. Los distintos gobiernos revolucionarios la tuvieron como consigna; hubo, incluso, una reforma que se ocupó de quitarle las tierras a la Iglesia para cambiarlas de manos, lo que tuvo como consecuencia, junto a otras medidas que acompañaron a ésta, el inicio de la Guerra Cristera y, finalmente, la acumulación de grandes extensiones de tierra en manos de pocos individuos.

“En aquellos días empezaba una nueva calamidad política; las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia se habían vuelto tirantes. Había intereses encontrados y las dos facciones en el poder se disponían a lanzarse en una lucha que ofrecía la ventaja de distraer al pueblo del único punto que había que oscurecer: la repartición de las tierras”

La Revolución carece de un objetivo único, claro y definido con anterioridad. ¿Por qué puede, entonces, mirársela como a un fracaso? Tal vez porque, si bien no tuvo una meta delineada, las promesas que se hicieron en su interior fueron incumplidas. Tal vez porque no se constituyó como la expresión de esa gran parte de la sociedad que participó en ella sino que la superó, fue más que el deseo de un pueblo, pero al mismo tiempo terminó convirtiéndose en el deseo de algunos, de aquellos que sí obtuvieron algún beneficio particular. Tal vez porque, como dice Fuentes respecto a lo que narra Azuela, “las matrices políticas, familiares, sexuales, intelectuales y morales del antiguo orden, el orden colonial y patrimonialista, no han sido transformadas en profundidad” . Hay un orden trágico en la revolución, y se da cuando ella se vuelve sobre sí misma.
Pero, si la Revolución fracasó, al menos dejó la pregunta por la identidad. Estas construcciones de paisajes y personajes posteriores a la Revolución configuran una imagen del país y de su gente marcada fuertemente por la quietud y el silencio. Hay una profunda pena (“Nada más fácil entre mi gente que esa rápida aparición de la pena” ) y una constante sensación de espera eterna (“No. Nadie venía. Nadie se acordaba de nosotros. Solo éramos la piedra sobre la cual caen los golpes repetidos como una imperturbable gota de agua (…) ¿Qué esperábamos? No lo sé, solo sé que mi memoria es siempre una interminable espera” ). Hay también, en la construcción de estas imágenes, la expresión de una religiosidad particular, que reúne el culto católico con la superstición. Por un lado podemos pensar en la fuerte reacción de las beatas de Recuerdos del porvenir ante el cierre de la Iglesia y la aparición de los carteles con la leyenda “Viva Cristo Rey”; por el otro, en las sucesivas recurrencias a la superstición para interpretar la realidad:

“‘Déjalos allá’. ¡Cinco sílabas!, y trató de llegar a su cama de cinco zancadas (…) Así evitó oscuras desdichas que la acechaban en el porvenir”

En una sociedad que ha tenido una fuerte marca católica a partir de la Conquista, pero que aún así logró mantener, al menos en las fusiones, parte de las creencias precolombinas , este tipo de religiosidad se configura como un elemento sumamente importante a la hora de pensar la identidad.
Para analizar las versiones que se dan de la Revolución Mexicana en este período también es importante tener en cuenta el desarrollo general de la narrativa a nivel latinoamericano. Si bien el realismo mágico es posterior, tanto Juan Rulfo como Elena Garro están vinculados a ese estilo.
El realismo mágico se desarrolló muy fuertemente en las décadas del ’60 y ‘70, producto de las discrepancias entre dos visiones que convivían en Latinoamérica en ese momento: la cultura de la tecnología y la cultura de la superstición. Este nuevo estilo sirve para hablar de la Revolución Mexicana por la época: convive un México moderno y “científico” con una cultura de la superstición y los ritos. Sin embargo, surge una pregunta: ¿Cómo podemos escribir sobre la revolución desde una perspectiva pesimista y desencantada del mundo en textos que se vinculan de algún modo con el realismo mágico que, entre otras cosas, crea una imagen un poco idílica del territorio? La respuesta puede estar en que no se construye lo latinoamericano como paraíso absoluto sino como lugar seco, inmóvil, triste, pero donde aún queda la posibilidad de lo milagroso. Así, por ejemplo, tenemos en Los recuerdos del porvenir la milagrosa detención del tiempo que permite que Felipe y Julia huyan a salvo del General Rosas y sus hombres.
En 1916, Mariano Azuela escribe Los de Abajo. Desde esta novela pueden rastrearse los tópicos que serán característicos de esta narrativa. El relato de la Revolución Mexicana se plantea como un relato complejo, que intenta dar cuenta de una violencia difícil de narrar, que hace un esfuerzo por expresar la experiencia de esos años pero se encuentra con las limitaciones que le impone la dificultad para percibir el fenómeno en toda su extensión. El relato de la Revolución es, como la Revolución misma, una experiencia fragmentaria, relativamente desordenada, atravesada por muchas voces y que, fundamentalmente, supera la experiencia personal. Hacia la década del ’60 la posibilidad de narrar la Revolución es diferente. La novela de Azuela, sin embargo, sigue funcionando como horizonte previo, ya sea como influencia directa, ya como primer planteo de una mirada particular y de tópicos que se van a repetir en los distintos relatos.


1 Fuentes, Carlos. La Ilíada descalza. En Mariano Azuela, Los de abajo, edición crítica a cargo de Jorge Ruffinelli.