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Explorar Brasil: La construcción del Otro en los relatos de viajeros


Un tema que aparece de modo significativo en los relatos de viajeros, principalmente en los que corresponden a los primeros viajes al territorio americano, es el modo de construir la imagen del Otro. Con una serie de rasgos comunes que se repiten como tópicos, pero a partir también de las variaciones en la mirada de cada uno de ellos, quedan configurados en los textos estos sujetos frente a los cuales quien escribe se diferencia. Esta distancia, sin embargo, adquiere matices diversos, que dependen tanto del momento histórico como de la posición de quien narra, el contexto en el cual se escribe y las posibilidades que brinda el género. Este trabajo intentará rastrear estas construcciones en los textos de dos autores -Pero Vaz de Caminha y Pero de Magalhaes Gandavo- a partir del modo en el que aparecen tres ejes: el tópico de la desnudez, la cuestión de la religión y la idea de autoridad.
En el año 1500 arribó a las tierras del actual Brasil una flota portuguesa. Pero Vaz de Caminha, escribano, formaba parte de esa expedición. De esa experiencia surge su Carta[1], en la que intentará dar cuenta al rey de lo que ve en esas tierras. No solo aparece allí ese nuevo territorio sino que también ingresan en el texto estos seres desconocidos que se configurarán como los Otros del relato. Esto implica poseer una serie de características diferenciadoras pero, fundamentalmente, una serie de recursos para construir a quien se coloca en el lugar de la otredad.
La primera referencia a los habitantes del lugar se da inmediatamente después del arribo.

“(…) Había allí dieciocho o veinte hombres pardos, todos desnudos sin ninguna cosa que les cubriera sus vergüenzas. Llevaban arcos en las manos con sus flechas” (pag 98)

El primer elemento que configura la diferencia es la apariencia de estos hombres. Por un lado, el color de su piel, pardo (“como rojizo”, dirá después); por el otro, y de manera significativa por el desarrollo posterior del tema, la desnudez. El cuerpo del indio se presenta al descubierto, despojado de una vestimenta que lo cubra. Sin embargo, la falta que parece mayor en estos sujetos es la vergüenza.

“(…) andan desnudos sin ninguna cobertura ni estiman en nada cubrir ni mostrar sus vergüenzas, y tienen respecto a eso tanta inocencia como en mostrar el rostro” (pag 101)

La cuestión de la vergüenza pasa a ser central. Desde el comienzo se ha hecho referencia a estos sujetos a partir del término “hombres”, con lo cual hay un primer acercamiento entre quien escribe y quien es objeto de la escritura. Sin embargo, frente a la desnudez se funda una diferencia: la vergüenza, atributo de los hombres a partir del castigo de Dios a Adán, no opera sobre estos nuevos sujetos. Se intentará, entonces, una explicación de este hecho, que permita que estos sujetos puedan ser incluidos dentro de la historia cristiana. Tal como puede apreciarse en la cita anterior, esto va a ser atribuido a una supuesta inocencia.
Esto opera con un fin en particular: el de proponer a los indios como sujetos propensos a la evangelización. Para funcionar, esta acción necesitará, además, de algunas consideraciones sobre las creencias.

“(…) Y entonces se estiraron así de espaldas en la alfombra a dormir sin tener ninguna manera de cubrir sus vergüenzas, las cuales no eran circuncidadas y tenían el vello bien rapado y afeitado” (pag 105)

Estos sujetos no ingresan en la categoría de infieles. Son sujetos sin creencias que se plantean como factibles de adoptar las que ellos puedan inculcarles.

“Me parece gente de tal inocencia que, si los entendiésemos y ellos a nosotros, enseguida serían cristianos, porque según parece, no tienen ni entienden ninguna creencia” (pag 135)

Esto es significativo por varios motivos. En primer lugar, la caracterización a partir de la inocencia permite justificar esas diferencias y de ese modo acercar al sujeto a ese Otro. Por otro lado, sin embargo, hay una distancia que se mantiene desde el momento en el que uno de ellos, el sujeto que narra, se encuentra del lado de quienes podrán operar sobre los otros. Aparece constantemente la idea de que son sujetos que deben ser instruidos sobre todo aquello que desconocen, porque las condiciones que los caracterizan posibilitan ese aprendizaje, y son ellos quienes están capacitados para dar esa instrucción.
Frente a todos los motivos de la conquista resulta significativo que Pero Vaz de Caminha se incline por uno que no es el económico ni el expansivo. Si bien puede leerse en su Carta un esfuerzo por medir el territorio, por detallar sus características, el centro queda colocado en la posible empresa evangelizadora:

“Pero me parece que el mejor fruto que en ella se puede hacer será salvar a esta gente, y ésta debe ser la principal simiente que Vuestra Alteza en ella ha de lanzar” (pag 142)

La evangelización es posible porque los sujetos son aptos. A partir de esta caracterización los conflictos parecen superarse, al menos en la medida en la que las diferencias pueden ser explicadas para que diferencien cuando eso sea necesario y acerquen cuando también lo sea. Sin embargo, es otra la cuestión que resulta compleja de resolver, y tiene que ver con otros móviles de la conquista. El concepto de autoridad resulta difícil de ser visto en estos sujetos.

“Andaba ahí uno que les hablaba mucho a los otros para que se apartasen, pero no me parecía a mí que le tuvieran acatamiento o miedo” (pag 114)
El problema que se plantea es esta dificultad para ver un modo tal vez distinto de autoridad. La concepción que traían los portugueses respecto del gobierno se basaba en el acatamiento y el miedo; eso estaba como fundamento de las prácticas de poder. Frente a esto resulta desconcertante no poder rastrear jerarquías y relaciones de poder entre unos y otros sujetos. Mientras que el capitán aparece como un sujeto diferenciado del resto en los indios parece operar una horizontalidad difícil de comprender. Es el momento en el que los presupuestos de unos y otros sujetos chocan con mayor nitidez y donde puede observarse de manera más clara el límite de las concesiones que pueden darse para hacer a estos sujetos asimilables.
El texto de Pero de Magalhaes Gandavo[2] responde a otras condiciones. Su estructura es la de un tratado, en el que se da cuenta de una serie de características del lugar. La operación que subyace el texto es la de convertir ese espacio en un espacio aprovechable. Para eso se analizan las condiciones del lugar, los ríos, la flora y la fauna, pero también a estos sujetos que aún habitan en el territorio.
El primer aspecto para destacar respecto de la construcción de estos sujetos es una división temporal: por un lado, hay una serie de referencias a sus prácticas que los construyen como sujetos peligrosos, que atentan contra todos, que se ubica en un tiempo pretérito; por el otro, a partir de la reducción de estos grupos, la referencia es hacia la vida en las aldeas de aquellos que  “son de paz, y amigos de los portugueses”[3]. La referencia a la matanza de muchos de ellos opera, de algún modo, como justificación de ciertas prácticas de los portugueses sobre los indios, pero también lo hace como proyección: detrás del texto está la intención de seguir proponiendo el territorio como un espacio aprovechable para lo cual deben introducirse ciertos elementos propios de estos europeos y eliminar aquello que atente contra su proyecto.
Para caracterizar a estos Otros se apela a la idea de ausencia. Este despojo opera en diferentes niveles. El primero de ellos es la desnudez:

“Estos indios andan desnudos sin cobertura alguna, tanto machos como hembras; no cubren parte alguna de su cuerpo, y traen descubierto cuanto la naturaleza les dio” (Pág. 12)

Los cuerpos desnudos continúan siendo un eje clave para la diferenciación. Sin embargo, ya no funcionan como eje central de la diferencia. La mención que se hace de este tópico es escueta en relación a otras características. Si bien hay algo del orden de lo moral, la principal característica deseable que se manifiesta ausente no es la vergüenza. Por sobre ella aparece otra que parece más compleja: la piedad. La representación como sujetos belicosos está reforzada constantemente, pero tal vez lo que plantee de un modo más directo la diferencia sea la referencia a la antropofagia. La idea del cautiverio y el posterior asesinato e ingesta ocupa gran parte de la consideración sobre estos sujetos. A partir de esta práctica, mucho menos asimilable, cambia el eje de la diferenciación. Hay, sin embargo, una particularidad: la práctica antropófaga “es más por venganza y por odio que por gula”[4]. Sumado a la idea de ritual, que aparece en su descripción, hay un intento por codificar esto por fuera de los actos inmotivados, como una práctica indeseable pero que responde a sujetos que aún son recuperables.
El primer atributo, entonces, es esta falta de vestimenta. El segundo se relaciona con otra ausencia: la del sentimiento de piedad. Al igual que en el texto de Pero Vaz de Caminha la falta aparece como atributo:

“La lengua de esta gente toda por la Costa es una: carece de tres letras –scilicet, no se encuentra en la F, ni en la L, ni en la R, cosa digna de espanto, porque así no tiene Fe, ni Ley, ni Rey; y de esta manera viven sin justicia y desordenadamente” (Pág, 12)

No es casual la referencia a la lengua. En primer lugar, esto se debe a la base de conocimientos y a un interés particular del autor en esta área. Además, la cuestión de la lengua ya había aparecido en la carta de Caminha como una barrera. Sin embargo, lo que se destaca de este párrafo es la idea de falta. Los indios poseen, como atributo, la carencia, tanto de fe como de una legalidad y una autoridad. Son sujetos conformados por espacios vacíos que pueden ser llenados.
Respecto a la falta de una autoridad, Gandavo describe algunas características de su organización y confiesa que “no hay, como digo, entre ellos ningún Rey, ni Justicia, solo en cada aldea hay un principal que es como capitán, a quien obedecen por voluntad y no por fuerza[5]. Esto plantea un problema ya que las bases sobre las que se sustentaría el poder difieren de manera significativa entre unos y otros. En línea con la Carta de Caminha, hay una diferencia entre el modo de ejercer el gobierno en uno y otro lado, a tal punto que para ambos viajeros es difícil reconocer entre los indios una autoridad clara y diferenciada. La idea de voluntad, además, plantea que la obediencia es una decisión, es decir que puede ser modificada, con lo cual quien ejerce el gobierno no lo hace de manera permanente.
Respecto a la fe, los indios son caracterizados como sujetos sin culto. “No adoran nada ni consideran lo que hay en la otra vida: gloria para los buenos y pena para los malos. Para ellos el cuidado se acaba en esta vida y las almas mueren con los cuerpos; así viven de manera bestial sin tener en cuenta ni peso ni medida”[6]. De este modo ingresa una dimensión explicativa que pasa a operar sobre los sujetos de forma similar a como opera sobre la geografía, la fauna y la flora. Hay, por un lado, una dimensión que rastrea las características y el funcionamiento de estos sujetos; por el otro, esta explicación intenta dar cuenta del por qué de los desvíos. Si estos sujetos no tienen una ley, no tienen una autoridad ni tienen una religión, y si esta triple ausencia es la causa de su desorden, entonces lo que requieren es una autoridad, una creencia y una ley que cubran esa falta, que es lo que los portugueses pueden darle.
Así, podemos rastrear dos modos en los que aparecen estos sujetos en los textos de quienes llegan al territorio. En ambos casos se puede observar de qué modo la distancia funciona como una categoría operativa: es necesaria para marcar una diferencia que conserve cierto poder, pero al mismo tiempo se hace necesario también quebrarla y acercar a esos sujetos diferentes, hacerlos ingresar al universo de consideración propio, para que sean también parte aprovechable del nuevo territorio con el que se tuvo contacto. Si bien, como se ha desarrollado, la mirada se dirige, en uno y otro caso, desde un lugar diferente, como trasfondo opera la misma necesidad: la de incluir, de algún modo, a estos sujetos-Otros en el nuevo modo de concebir al mundo.


[1] Pero Vaz de Caminha. Carta del descubrimiento de Brasil, Acantilado, 2008. Las citas corresponden a esta edición.
[2] Pero de Magalhaes Gandavo. Tratado de la tierra del Brasil, que contiene información de las cosas que hay en estas partes, traducción de María Teresa Villares y Viviana Hemsi. Todas las citas corresponden a esta edición.
[3] Op. Cit. Pág 12
[4] Op. Cit. Pág 14
[5] Op. Cit. Pág 12
[6] Op. Cit. Pág 13

Sexualidad y política en Stella Manhattan

Introducción

Eduardo Costa e Silva es, también, Stella Manhattan. En la novela de Silviano Santiago, que lleva ese nombre, los distintos personajes son varios sujetos diferentes. En esta novela los sujetos se multiplican, multiplican sus identidades: son muchos en el cuerpo de uno, que también se divide para adecuarse a la subjetividad de turno.
La sexualidad y la política producen esta multiplicación. Eduardo construye a Stella, es Stella, para cumplir con el estereotipo que circula de lo que es un homosexual[1]. Marcelo es Caetano cuando combate. Creó a Caetano para que fuera un guerrillero y para que Marcelo pudiera continuar siendo lo otro. Pero Marcelo también es la Marquesa de Santos cuando se trata de ejercer su sexualidad. Del mismo modo, el coronel Vianna se convierte en La viuda negra.
Estas nuevas subjetividades pueden leerse de dos formas: por un lado, como una división del sujeto, que separa de sí y de algún modo corporiza estos estereotipos diferentes de una subjetividad primaria; por el otro, como un modo de hacer convivir, de alguna manera, más de un tipo social, más de un sujeto, en el mismo cuerpo.
El objetivo de este trabajo será analizar de qué modo, en esta novela, la política y la sexualidad plantean dos modos de oposición a las reglas de la sociedad cuando se constituyen como política o sexualidad disidente –esto es, por fuera de la norma-, y de qué modo se relaciona una con la otra.

La sexualidad como (re)productora de subjetividades

En Stella Manhattan hay una multiplicación de la subjetividad a partir de dos ejes: la política y la sexualidad. Ambos obligan al sujeto a crear nuevas identidades respondiendo a ciertos estereotipos. La homosexualidad es el primero de los factores que aparece como productor de nuevas subjetividades. Eduardo Costa e Silva es, también, Stella Manhattan. Eduardo construye a Stella, es Stella, para cumplir con su deseo homosexual. Debe dejar de ser Eduardo para ser ella.
Esto resulta importante para empezar a pensar esta cuestión. Eduardo aparece como una subjetividad primaria, una subjetividad madre, que es la que se ciñe a las reglas del mundo. Eduardo nació como Eduardo, así fue educado por sus padres y eso es lo que se esperaba de él. No pudiendo incluir satisfactoriamente su deseo en este modelo establecido, no pudiendo conciliar esta primera subjetividad con sus propias necesidades, es que surge Stella, que va a condensar su deseo homosexual. Pero para que Eduardo pueda cumplir ese deseo debe ser Stella. Su condición gay debe ser objetivada, debe desprenderse de Eduardo y construir otro sujeto diferente de él.
Este nuevo sujeto también se regirá por un modelo establecido. Al igual que como ocurrirá con la política, hay un estereotipo del homosexual que se toma como modelo. Eduardo construye a Stella con todos los atributos asociados al mundo gay que circulaban en el momento. Stella piensa, habla y actúa con una codificación particular que la inscribe en un lugar social específico. Toma el estereotipo gay y se apropia de él.
Esto separa aún más a Eduardo de Stella, porque ella es, de cierto modo, por oposición a él. Stella tiene aquello de lo que Eduardo no puede gozar, porque para eso nace ella. Stella desea un hombre que la ame, desea el cuerpo de ese hombre, desea convertirse en una estrella. Eduardo no puede desear eso. Por eso Stella es, de algún modo, expulsada de Eduardo. Se la convierte en una subjetividad-otra. Comparten, sin embargo, el mismo cuerpo; y es por eso que se suceden el uno al otro en el uso de ese cuerpo. Conviven, sí, en el mismo lugar, y por eso el mismo texto los nombra simultáneamente a través de la marca de género (“Stella se queda un minuto pensativo”)[2] Pero debe abandonarse una subjetividad para que aparezca la otra:

“Conmigo no”, Eduardo se estremece y suelta un grito al aire, sacando el cuerpo fuera de toda confusión. “Debe ser cosa de Stella, solo puede ser de ella”, y resuelve retarla:
“Vos hace de las tuyas nomás, desde el down hasta el uptown y quien paga el pato soy yo”
“Calmate, Edu, calma, re-lax”, le responde con dureza Stella”[3]

A lo largo del texto Stella y Eduardo van cediéndose mutuamente los espacios. Constantemente aparecen marcas que le recuerdan al lector que comparten el mismo cuerpo, que son el mismo cuerpo, pero al mismo tiempo ponen en evidencia que son dos sujetos diferentes, necesariamente separados. Eduardo habla con Stella, Stella le hace compañía a Eduardo. La cercanía y la distancia entre ambos son constantemente puestas en tensión.
La sexualidad los lleva a construir una nueva subjetividad, a ser otros, a armarse según un estereotipo de homosexual, un estereotipo que parte de cómo se goza, de dónde está colocado el deseo, que siempre es deseo por fuera de la norma. Esto los convierte en sujetos cuestionadores de cierto orden establecido. Frente al deseo como algo predeterminado nos encontramos con sujetos que eligen, que construyen una sexualidad diferente y junto a ella una nueva identidad.

La construcción del sujeto político

La política los obliga también a crear otra subjetividad, un sujeto-otro para cumplir con el estereotipo del hombre que lucha. Para proteger la “identidad primaria” se crea, casi como un requisito, otra identidad, que parte de la utilización de otro nombre, el “nombre de guerra”. Marcelo Carneiro da Rocha se convierte en Caetano para formar parte del grupo de brasileños disidentes que actuaban en Nueva York. Cuando lucha deja de ser Marcelo; sin embargo, esto sobrepasa la mera cuestión del nombre, que de cualquier modo es significativo, ya que en este texto fundamentalmente adquiere una función de tipo adjetiva. Marcelo deja de ser lo que era para convertirse en otro sujeto, que responde a lo que el estereotipo del guerrillero establece.
Este estereotipo está rodeado de cierta moral y ciertos modos de actuar y de pensar. La figura del guerrillero se asocia a una serie de valores que exceden lo político y tienen un vínculo estrecho con lo privado.

Marighela juzgaba peligroso el compromiso de los brasileños con la new left americana, en virtud de los excesos que cometían, tanto en materia sexual cuanto en el terreno de los narcóticos. El ejemplo contestatario americano sería malo para los ya poco preparados guerrilleros brasileños. De allí la orden precisa para Vasco: de ningún modo -terminantemente prohibido, fue la expresión usada- debía acercarse a los grupos de estudiantes blancos, cuyo único alcance revolucionario (según esta versión) era el hedonismo y el libertinaje.[4]

La moral del guerrillero se asocia con cierto tipo de práctica sexual. Resulta significativo, en este sentido, que Marcelo, además de multiplicarse y convertirse en Caetano, sea la Marquesa de Santos. La sexualidad también opera en este caso como disparadora de una nueva subjetividad, pero aquí se suma esta marcada incompatibilidad entre una de estas subjetividades y la otra. Por un lado esto refuerza la separación entre los distintos sujetos que pueden alternarse en el cuerpo de Marcelo. Por otro lado, Marcelo se presenta como un ejemplo del complejo modo en el que podrían convivir ambas identidades, llevando al extremo cierta artificialidad de los estereotipos; si la ética guerrillera propone que el sujeto debe alejarse del hedonismo y las prácticas libidinosas, y la construcción de la sexualidad parte del vínculo que se establezca con el placer, la pregunta inevitable será cómo cumplir con esta moral del hombre que lucha y al mismo tiempo estar atravesado por una sexualidad que para configurarse necesite hacerlo a partir de ese vínculo con el placer.

El espacio del disenso

La política y la sexualidad comparten un atributo en común: además de ser creadoras de subjetividades son espacios desde donde puede producirse un desvío de la norma. La política disidente se manifiesta como un rechazo a la política institucionalizada. Plantea una alternativa que se ciñe a reglas diferentes. La sexualidad, en su plano, realiza la misma acción. Se plantea como un modo de constituirse por fuera de lo que institucionalizó. La sexualidad establecida tiene una variante que llega para demostrar, al igual que como ocurre con la política, que puede haber algo distinto, que puede partirse de un conjunto de pautas diferentes para crear otra cosa, y que lo establecido o lo institucionalizado no es más que eso.
Sin embargo, existe un punto en el que la política y la sexualidad disidentes se distancian, y tiene que ver con la propuesta que de cierto modo aparece en este libro. La figura del guerrillero, que es la figura asociada a la disidencia política, aparece corroída desde un comienzo.
El primer gesto tiene que ver con la equiparación que vimos respecto de la sexualidad. La figura del guerrillero pierde la exclusividad en lo que respecta a la disidencia. El suyo deja de ser el único modo de oponerse a las reglas de la sociedad. La aparición de estos sujetos que plantean una oposición diferente, radical también, y que lo hacen a partir de elementos relativamente similares a los que ellos usan (la necesidad de crear una nueva identidad para esos sujetos, el uso exclusivo de esas identidades en determinados ámbitos y el ocultamiento en otros, el cuestionamiento hacia lo establecido que lo saca del ámbito de lo natural para mostrar que es una convención) demuestran que no hay una única manera de oponerse a determinado sistema de reglas.
El segundo gesto, tal vez más fuerte, marca el momento en el que estas categorías dejan de ser relativamente equivalentes y los atributos de la sexualidad disidente pasan a primer plano. Esta cuestión merece un análisis más detallado.

La sexualidad como nueva disidencia: El atributo de la creatividad

La sexualidad por fuera de la norma aparece como un nuevo modo de disidencia. El primer paso para esto la acercó a la disidencia política, estableciendo lazos de conexión entre ambas. Sin embargo, va a atribuírsele a la sexualidad una característica que la colocará un escalón más arriba en lo que respecta a disidencia.
La sexualidad disidente choca con la imagen del guerrillero en lo que esta reproduce de la sociedad. Esta figura que ataca el orden institucionalizado, parece denunciar el texto, también reproduce parte de su sistema. Esta alternativa revolucionaria a una sociedad conservadora se convierte en conservadora, reproduce la injusticia y se vuelve anquilosada frente a una instancia más revolucionaria de lo establecido, que trastoca más reglas y que plantea un cambio mucho más profundo.
Aparece, entonces, el guerrillero como alguien conservador. Esto se vincula fuertemente con la moral que se asocia a esta figura. La concepción del hombre que se sostiene está vinculada a aspectos que se consideran positivos, que son los que finalmente podrían modificar la sociedad. La denuncia que aquí aparece es que esa moral está asociada al machismo y, por ende, a una serie de prescripciones respecto del uso del cuerpo. La oposición política, la ética revolucionaria asociada a la virilidad, se encuentra aquí con una nueva forma de oponerse a la sociedad que puede incluir –que de hecho incluye- lo que la moral guerrillera dejó afuera, esto es, el placer y el cuerpo.
El atributo que se le otorga a la sexualidad que excede la norma es la capacidad creadora. Paradójico si se piensa en que la primera condena a la homosexualidad, fundamentalmente desde la religión -algo sumamente presente en el texto- tiene que ver con el anulamiento de la reproducción. Aquí se desarrolla, entonces, un concepto de homosexualidad o sexualidad disidente, y un concepto de creatividad, que permiten dar vuelta esta afirmación condenatoria.

Stella Manhattan dramatizaba y al mismo tiempo elogiaba una noción apasionante para aquellos días: que el placer violento, excesivo, desbordante, despreocupado de la utilidad del acto carnal, es decir, despreocupado con la conservación y la reproducción de la especie, no es patológico.[5]

Para elaborar esta idea el texto desarrolla una reflexión acerca del proceso creativo que merece un análisis detallado. A través de una referencia metatextual, de un apartado del texto en la que se plantea el acto mismo de la escritura, se elabora una concepción particular de este proceso.
El primer elemento para destacar, tal vez el más relevante, es la noción de gasto que se toma de Bataille, que el autor reconoce en el prólogo pero también, a partir de una cita, en el propio texto. Hablar de gasto improductivo, como se hace en este caso, implica hablar de un no-retorno, de una pérdida que no se recupera. Por un lado, como reconoce Silviano Santiago en su prólogo, esta noción está estrechamente asociada a una concepción difundida de la homosexualidad que la asocia a la promiscuidad. La canalización de la energía que no produce –o que no reproduce- y que es simplemente gasto tiene en esa asociación un carácter negativo.
Sin embargo, y esto resulta interesante, ese gasto improductivo es trabajado en el texto en relación al arte. Se dice al respecto:

El arte no es ni puede ser norma, es energía desperdiciada, y es algo, una acción por ejemplo –no importa ahora la cuestión de la calidad- producida por una explosión de energía humana y que transborda en un vómito por el mundo del trabajo, por el universo de lo útil, con la audacia y la inepcia de alguien que, al volcar leche en una taza para alimentarse por la mañana, deja que la mayor parte del líquido se desperdicie por la mesa[6]

El arte, desde el comienzo, aparece como opuesto a la norma. Se presenta como desperdicio de energía, como desborde. Pero, conectando todo lo que estuvimos desarrollando, el arte aparece en fuerte oposición respecto del mundo del trabajo y de lo útil. La inepcia y la audacia, que se asociaban habitualmente a la imagen del guerrillero, están en el arte. Pero este arte es el del desborde, es el arte que no quiere un logro retributivo, como ocurre con los sujetos revolucionarios. Frente a la idea de inversión que aparece en los grupos guerrilleros, la propuesta es la de un gasto que no se recupere, donde el foco esté puesto en la misma noción de gasto.
La imagen del guerrillero termina siendo asociada a la idea de conservación. Frente a eso, el sujeto del arte se rebela:

Me rebelo contra esa energía originariamente economizada para el mejor tránsito del cuerpo por el mundo hostil, pero que acaba por convertirse en acumulación, me rebelo y es por eso que busco ejemplos de energía que rebalsan como vómito por el mundo del trabajo, del negocio.[7]

Y continúa:

Dentro de la sociedad actual, capitalista o comunista, la única manera de rebelarse contra el régimen de trabajo, contra el elogio del trabajo a toda costa, de la competitividad, de la meritocracia, es hacer un arte que sea desperdicio de energía[8]

El punto en el que la sexualidad como modo de disidencia sobrepasa a la política tiene que ver con una moral, asociada al guerrillero, que reproduce cierto conservadurismo de la sociedad. Lo que parece decir este texto al respecto es que incluso un guerrillero, que intenta a través de una revolución cambiar a fondo la sociedad, continúa reproduciendo las mismas reglas.
La creatividad, entonces, está estrechamente relacionada con el planteo acerca de la sexualidad. En este sentido, la disidencia respecto de lo establecido es mucho más profunda en quien enfrenta las reglas del mundo desde ese ámbito.
Marcelo, que resulta un personaje clave para pensar estas cuestiones, dice al respecto:

La diferencia entre la loca y el heterosexual es que éste –sea hombre o mujer- ya tiene estilos de vida codificados, y el proceso por así decir de madurez no es nada más que asumir uno de los estilos ya perfectamente plasmados por las generaciones pasadas. Es por eso (…) que el heterosexual es tan poco inventivo cuando llega a la edad de la razón, habla la lengua de casi todos, mientras que la loca alcanza la madurez por el constante ejercicio de la imaginación en libertad, inventando cada día su lenguaje, que por eso mismo tiene necesidad de ser pintoresco. La loca tiene que crear un estilo que termina siendo su manera de encajar sin neurosis y con éxito dentro de la comunidad que es obligatoriamente heterosexual[9]

Quien ejerce una sexualidad que está por fuera de la norma crea. Según las palabras de Marcelo, el homosexual, la loca, debe construirse un estilo, y de ese modo debe construirse a sí mismo. La creación de su propia subjetividad, de su propia identidad, requiere de este esfuerzo creativo.
El acto de creación artística se plantea como un desperdicio de energía y aparece en el texto asociado a la multiplicidad de sujetos. No hay un sujeto único que escribe sino que este es atravesado por otro, exterior al anterior o parte del mismo, que no permite que la escritura se haga desde un lugar único; se plantea como una discusión de voces que conviven en ella.
La multiplicidad de voces se extiende a la cantidad de lenguas mezcladas que aparecen, a las referencias a un proceso de traducción que debe aclararse constantemente para recordar que hubo una traducción, en los paratextos, en la variedad de los textos que se incluyen (citas de autoridad, canciones, marcas o nombres de sitios reconocidos). De este modo, el mismo texto aparece como un texto múltiple, en el que necesariamente conviven voces diferentes, incluso voces que discuten entre sí. El texto se construye del mismo modo en el que lo hacen estos sujetos: a partir del reconocimiento de que no hay una unidad, o que esta misma unidad está atravesada por lo múltiple.
En este sentido, Marcelo es un personaje clave: como guerrillero es Caetano; cuando ejerce su sexualidad, es la Marquesa de Santos. Marcelo necesitó multiplicarse y crear dos subjetividades-otras diferentes. Ninguna de ellas es Marcelo, como ocurría con los demás personajes, pero en este caso se suma que su identidad política y su identidad sexual están separadas una de la otra. Conviven en el mismo cuerpo al menos tres sujetos diferentes.

Conclusión

En Stella Manhattan hay una multiplicación de la subjetividad a partir de dos ejes: la política y la sexualidad. Ambos obligan al sujeto a crear nuevas subjetividades respondiendo a ciertos estereotipos. Las lecturas de una y otra se cruzan, pero difieren en un punto central: la idea de desperdicio de energía. La sexualidad disidente, frente a la disidencia política, se plantea como poseedora del atributo de la creatividad.
De este modo, el texto presenta una alternativa a la oposición que plantea la figura del guerrillero, basada en elementos en común pero con un punto de partida diferente. Frente al guerrillero latinoamericano, machista, dotado de una ética sumamente conservadora, el homosexual aparece como aquel que puede subvertir el orden sin la necesidad de restringir el deseo, haciendo un uso particular del cuerpo. Aquel que elige una sexualidad que está por fuera de la norma, entonces, da un paso más allá y plantea una nueva forma de oposición, incluso más extrema, que pone en discusión la figura misma del revolucionario para plantear un modo alternativo de combatir las normas de la sociedad.

Bibliografía

Aguilar, Gonzalo. “Dame un beso, mi amor”: configuración cultural del guerrillero en el pasaje de las políticas (El beso de la mujer araña de Manuel Puig y Stella Manhattan de Silviano Santiago), Simposio Internacional de Literatura Argentina, Universidad Federal de Santa Catarina, 2010
Santiago, Silviano. Stella Manhattan, Buenos Aires, Corregidor, 2004.


[1] Al respecto, señala Gonzalo Aguilar: “(…) si el imaginario social utiliza los estereotipos para simplificar y a menudo demonizar al otro, ese otro (Molina o Stella Manhattan), en respuesta, se apodera de ellos para convertirlos en un escenario de sus propios deseos y fantasías”. En Aguilar, Gonzalo. “Dame un beso, mi amor”: configuración cultural del guerrillero en el pasaje de las políticas. Simposio Internacional de Literatura Argentina, Universidad Federal de Santa Catarina, 2010.

[2] Santiago, Silviano. Stella Manhattan, Buenos Aires, Corregidor, 2004. Pag. 39. Todas las citas corresponden a esta edición.

[3] Op. Cit., Pág. 53-54


[4] Op. Cit., Pág. 180


[5] Op. Cit., Pág. 13


[6] Op. Cit., Pág. 81


[7] Op. Cit., Pág. 89


[8] Op. Cit., Pág. 89


[9] Op. Cit., Pág. 217

Representaciones del otro en los Naufragios de Álvar Nuñez



El choque con el otro diferente y desconocido lleva a que se construya una idea de éste, a partir de aquello que se tiene. En primera instancia, un ideario acerca de lo que se esperaba encontrar; en segundo lugar, una serie de caracterizaciones de otros diferentes; en tercer lugar, una autorepresentación, a partir de la cual, básicamente por diferencia pero también veremos que por identificación, se construirá la imagen del otro. Si aceptamos la idea de que el yo se define por oposición al otro, y viceversa, debemos reconocer que a lo largo del texto estos términos tendrán una movilidad notable. Quienes se encuentran incluidos dentro de la idea de otros en un comienzo, luego pasaran a formar parte de un nosotros, y viceversa. Así, al mismo tiempo que se define y se representa al otro, se caracteriza y delimita un yo, y un nosotros como extensión de este. Analizaremos entonces las representaciones del otro que aparecen en Naufragios, de Álvar Nuñez cabeza de Vaca, teniendo en cuenta este doble movimiento que representa definir y definirse, construir una representación y al mismo tiempo autorepresentarse.
Ante el choque con lo diferente surge la necesidad de definirlo. Esto se aplica tanto al nuevo espacio como a los seres que en él habitan, sus prácticas y costumbres. Se construye así una representación de esto nuevo. Pero, ¿Cómo definir aquello tan diferente? En primer lugar, podemos rastrear una serie de descripciones que se hacen a partir de la diferenciación. En una primera instancia, a partir del aspecto:
“Tienen los hombres la una teta horada de una parte a otra, y algunos hay que las tienen ambas, y por el agujero que hacen, traen una caña atravesada, tan larga como dos palmos y medio, y tan gruesa como dos dedos; traen también horado el labio de abajo, y puesto en el un pedazo de la caña delgada como medio dedo”[1]
De este modo, se los representa a partir de estas características que llaman la atención por no ser compartidas, por resultar extrañas. Otra de las características a partir de la cual se los representa es la desnudez.
“Toda la gente de esta tierra anda desnuda; solas las mujeres traen en sus cuerpos algo cubierto con una lana que en los árboles se cría. Las mozas se cubren con unos cueros de venados”[2]

La vestimenta juega aquí un papel definitorio a la hora de construir la imagen del otro, así como la de sí mismo.
“Y llegados a nosotros, se espantaron mucho de vernos de la manera que estábamos, y recibieron muy gran pena por no tener qué darnos; que ninguna otra ropa traían sino la que tenían vestida” [3].
Otro de los aspectos a partir de los que se construye la representación del otro son sus costumbres. Nuevamente, primero desde cierta extrañeza y luego ya desde la familiaridad, se define a ese otro a partir de sus prácticas. Un primer caso que podemos tomar es la descripción que se realiza de ellos respecto del modo en que toman la muerte:
“Es la gente del mundo que más aman a sus hijos y mejor tratamiento les hacen; y cuando acaece que a alguno se le muere el hijo, llóranle los padres y los parientes, y todo el pueblo, y el llanto dura un año cumplido” [4]
Puede observarse aquí una humanización del indio. La imagen de estos se aleja de la visión extraña; toma distancia de la imagen salvaje y se acerca a la humana. Es de gran importancia el llanto, al cual se alude también en otras descripciones de este estilo, que acerca al otro a la imagen misma del yo. Otro tópico que resulta significativo a la hora de analizar las representaciones del otro que aparecen en este texto es el del alimento. Las costumbres alimenticias presentan una importancia significativa en dos niveles: tanto para alejarse de ese otro, es decir, definir (en este doble movimiento que mencionamos, de definir y definirse) por oposición, como para, como veremos luego, rastrear esta inclusión del yo en este grupo provocando un cambio de perspectiva: el otro ya no será el indio, sino el español. En un primer momento se narran las costumbres del otro como completamente extrañas. En una alusión a la ingesta de caballos[5] se muestra ésta como una transgresión. Sin embargo, luego se relatan hechos de características similares con mucha naturalidad. En el Capítulo XXII, puede observarse esto en el título: “Cómo nos partimos después de haber comido los perros”. Dentro de la narración, se toma este hecho sin ninguna extrañeza, lo cual muestra una adaptación al grupo que antes había sido caracterizado como extraño y diferente. La alimentación, que es en un comienzo un rasgo que los diferencia, a lo largo del texto será signo de la adopción de una nueva identidad intermedia. Ya no resulta atroz la ingesta de estos animales que para los españoles son domésticos; el sujeto se aleja de la identidad española y adopta costumbres de los indios. Esto resultará significativa hacia el final del texto: el sujeto ya no se identifica totalmente con el español, pero al mismo tiempo tampoco lo hace con los indios. Comparte con estos últimos algunas prácticas y las marcas que le dejó esa experiencia, pero no es uno de ellos; del mismo modo, comparte con los españoles la lengua, pero existe entre ambos una mirada extraña en la que no pueden reconocerse como iguales.
“ Mas todo esto los indios lo tenían en muy poco o nada de lo que les decían; antes, unos con otros entre sí platicaban, diciendo que los cristianos mentían, porque nosotros veníamos de donde salía el Sol, y ellos donde se pone; y que nosotros sanábamos los enfermos, y ellos mataban los que estaban sanos; y que nosotros veníamos desnudos y descalzos, y ellos vestidos y en caballos y con lanzas; y que nosotros no teníamos cobdicia de ninguna cosa, antes todo cuanto nos daban tornábamos luego a dar, y con nada nos quedábamos, y los otros no tenían otro fin sino robar todo cuanto hallaban, y nunca daban nada a nadie”[6] 
Se pone aquí en boca de los indios el reconocimiento de las diferencias. Se encuentra así el sujeto entre dos identidades con las que no puede identificarse completamente.
Como dijimos anteriormente, la representación del indio a partir de sus costumbres comienza por la oposición con las costumbres del español. Convive una primera mirada desde los valores europeos con una segunda mirada, la de la adaptación. Es aquí donde la representación del otro cambia, y lo hace al mismo tiempo en que cambia la representación que tiene de sí mismo el sujeto. Comienzan a aparecer, entonces, como ya adelantamos, aquellas representaciones que parten de una visión desde esta posición intermedia, donde no se identifica el sujeto ni con unos ni con otros. Además de la escena donde se naturaliza la ingesta de perros, tenemos otro momento donde se construye una representación de aquel que es otro, ya no del indio, sino del español. Se trata de la escena de la antropofagia, donde son los españoles los que la practican:
“ y cinco cristianos que estaban en rancho en la costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno solo, que por ser solo no hubo quien lo comiese (…) De este caso se alteraron tanto los indios, y hobo entre ellos tan gran escándalo, que sin duda si al principio ellos lo vieran, los mataran, y todos nos viéramos en grande trabajo”.[7] 
Aquí el otro que construye el sujeto no es el indio; aquí el otro, el diferente, es el español. Al reprobar esta práctica, el sujeto se delimita y dentro de lo que no forma parte de su autorepresentación está el español; por el contrario, se acerca al indio, con el cual comparte la visión sobre esta práctica.
Hasta aquí analizamos las diferentes formas en que el sujeto construyó la representación del otro, distinguiendo dos momentos: una instancia donde el otro, es decir, el diferente, es el indio, al que se describe desde cierta extrañeza y desde una mirada europea; y una segunda instancia, donde el diferente, el otro, es el español. En ambos casos, la construcción del otro se encuentra ligada indisolublemente a la manera en que el sujeto se concibe y se representa a sí mismo. A partir de la delimitación del yo delimita otro, y a medida que los límites identitarios del yo cambian cambia también la extensión de la idea de otro. La particular característica que presenta este texto en relación a las representaciones del otro es que esta se construye a partir de un yo cambiante, con lo que constantemente recorre el texto esta doble definición, al mismo tiempo, del yo y el otro.


[1] Capítulo XIV, pág. 83 - Todas las citas corresponden a Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, “Naufragios”, Losada, 2007
[2] Capítulo XV, pág. 87
[3] Capítulo XIII, pág. 80
[4] Capítulo XIV, pág. 83
[5] Capítulo XII, pág. 77
[6] Capítulo XXXIV, pág. 163
[7] Capítulo XIV, pág. 82

Parcial presentado para Literatura Latinoamericana I, Cátedra Colombi, 2º cuatrimestre de 2008

Casa-grande y senzala: modos de construcción del espacio[1]



“La casa de hacienda colonial contiene esta  realidad intercultural como
ningún otro escenario. Se constituyó en el lugar más simbólico del nuevo
mundo, ya que  edificó con materiales del suelo americano, en territorios
que habían  sido  humanizados  por  tribus  indígenas, con  mano de obra
esclava africana  y con concepciones  espaciales e ideológicas europeas,
                        la industria más estable de la época”[2]

Gilberto Freyre decide contar Brasil. Para eso, buscará aquello que lo caracteriza, aquello que lo hace particular. De este modo no solo deberá describir una serie de características sino que, además, buscará su explicación. Contar Brasil se convierte, de este modo, en explicarlo.
Para eso recurre a una metáfora espacial: la de la casa-grande y la senzala. Por un lado, porque se asocia a un momento particular de la historia de Brasil, en el que buscará gran parte de las explicaciones que necesita; por el otro, porque esta estructura se manifiesta, tal como puede verse en la cita inicial, como el espacio privilegiado de la hibridez, concepto que resulta fundamental en el texto de Freyre. La casa-grande y la senzala imponen un espacio en el cual se harán posibles una serie de relaciones que configurarán la cultura brasileña.
En primer lugar, se asocia a un par que opera como fondo de la explicación histórica: la combinación de esclavitud y monocultivo que caracterizó a un modelo económico, que es también modelo político –de jerarquías y modos de ejercer el poder– y cultural. Como antecedente del sujeto brasileño está este condicionante, que no será el de la raza ni el del medio sino el de un modo de ser y una cultura que nace en el espacio de la casa-grande y la senzala en la medida en la que esta estructura impone una serie de relaciones entre los señores y los esclavos.
En segundo lugar, el esquema de la casa-grande y la senzala reúne una particular hibridez. Se trata de una división de los espacios que genera, a su vez, una división de tareas, que separa a unos de otros, pero que, al mismo tiempo e indefectiblemente, produce el contacto. Porque el centro del análisis de Freyre no se encuentra tanto en el modo en el que cada uno de estos espacios adquiere características propias, como en las características de un tercer espacio, intermedio, en el que la casa-grande y la senzala se tocan.
Hay un primer nivel metafórico en esta consideración. El sistema económico, que ya caracterizamos por este binomio esclavitud-monocultivo, fue muy provechoso. Esto generó, tal como lo señala Freyre, un ingreso cada vez mayor de esclavos, que poco a poco se ocuparon de una mayor cantidad de tareas, produciendo un desplazamiento desde las plantaciones hacia los espacios del señor. Esto, que para él es la causa de un tópico importante como es la ociosidad, generó además un contacto diferente. Podemos caracterizarlo como uno de los primeros puntos de contacto entre estos dos espacios opuestos.
Un aspecto importante en este sentido, que tiene un claro ejemplo en relación al ocio, es el modo en que va a plantearse la lectura sobre los aspectos culturales, dentro de los cuales la hibridez cumple un rol central. Freyre señala que la causa de la ociosidad se ha intentado leer, incorrectamente, en el consumo de azúcar, cuando en realidad “el azúcar no tuvo por cierto responsabilidad tan directa en la flojera de los hombres. La tuvo, sin embargo, y grande, como causa indirecta: exigiendo esclavos, repeliendo la policultura”[3] Nuevamente aparece este binomio del que hablamos, y lo hace para colocarse como causa. Los aspectos culturales no van a leerse en un determinismo genético ni en un determinismo del medio sino en un modelo, que es económico pero que también es cultural, y es el que se representa a través de la casa-grande y la senzala.
Un segundo nivel de este espacio de contacto, que opera tanto de forma metafórica como concreta, tiene que ver con un ámbito particular, que conecta la casa-grande con la senzala: la cocina. “Exenta de la casa grande, aunque adosada a esta en algunos casos”, como señala Martínez Toro[4], la cocina se presenta como el espacio privilegiado para producir la hibridez. Esto, en primer lugar, se debe a que el producto que de allí salía combinaba, principalmente, tres elementos: la receta portuguesa, el aporte proveniente de las costumbres de los esclavos (generalmente manifiesto en el agregado de ciertos condimentos, pero también en las técnicas utilizadas) y el condicionamiento que brindaba el suelo en el que estaban. De este modo, en la cocina no solamente van a conjugarse estas dos culturas sino que van a modificarse en relación al espacio en el que están. La cocina repite lo que ocurre con la misma casa-grande en su totalidad: una base europea que debe adaptarse a las condiciones específicas, tanto de los sujetos como del propio clima y el acceso a ciertos materiales.
Además, la cocina se configura como un espacio de gran circulación, conectando a los sujetos de ambos espacios. Es en la cocina, como señala Freyre, donde los niños blancos toman contacto con la lengua de los esclavos, por ejemplo. Y en relación a este espacio particular, en línea con lo que plantea Freyre, con el espacio que le da al aporte negro, no es casual que sea ésta la concreción del espacio intermedio. En primer lugar, porque más allá de las jerarquías, el control de la cocina estaba en manos de las esclavas. Dentro y fuera, al mismo tiempo, de la Casa-grande, este espacio permite que el poder lo tengan las negras. Además, estas aparecen como aquellas que producen la hibridez, ya que son ellas las que pueden llevar a cabo la acción sincrética combinando ingredientes de diferente procedencia y creando ese producto nuevo, diferente, que reúne armónicamente –en la medida en la que esto es posible– las diferencias.
El espacio en el texto de Freyre funciona como espacio de hibridez, pero de una hibridez particular. Raúl antelo, para hablar de su texto, elige la noción de “proliferación diseminada de lo híbrido”[5]: en Casa-grande y senzala la hibridez aparece expandida a lo largo de todo el texto y no se limita simplemente a un ámbito. La hibridez parece estar por todos lados, en los múltiples puntos de contacto entre esclavos y señores. Esto genera, además, una proliferación de espacios donde unos y otros puedan encontrarse, de manera más o menos directa. Así, la idea que está detrás de este texto es que esta hibridez está atravesando todas las prácticas. A partir del esquema de la casa-grande y la senzala, que opera como explicación concreta de lo brasileño y como metáfora de la brasileñidad, se espacializa la idea de que lo brasileño es esta múltiple hibridez, este contacto desde muchos puntos entre la cultura que trajeron consigo los portugueses y la que aportaron los esclavos africanos, atravesada, a su vez, y no determinada, por lo que el propio suelo, el clima y las condiciones le ofrecían para su desarrollo.


[1] El siguiente texto centra su análisis en el capítulo V de Casa-grande y senzala, de Gilberto Freyre. Todas las citas corresponden a Freyre, Gilberto. Casa-grande y senzala, Ayacucho, Venezuela, 1973.
[2] Op. cit. Pág. 230
[3] Op. cit. Pág. 387
[4] Martínez Toro, Pedro. “Casa Grande y Senzala y el mundo nuevo híbrido y mestizo”, en Poligramas, nº 29,julio de 2008.
[5] El término se extrajo de “Gran industria y favela”, de Raúl Antelo. En Radar libros, 30 de abril de 2000.

Parcial presentado para Literatura Brasileña y Portuguesa , Cátedra Aguilar, 1º cuatrimestre de 2011