Perú y el problema del indio: José Carlos Mariátegui, Manuel González Prada y Sebastián Salazar Bondy


 “Nadie que nazca, crezca y madure en Lima está libre de la enajenación de la Arcadia Colonial (…) Solo unos cuantos lograron conjurar el hechizo y sortearon las trampas”[1]

Entre finales del siglo XIX y mediados del XX, tres intelectuales realizan aportes significativos al pensar el Perú y la identidad peruana: José Carlos Mariátegui, Manuel González Prada y Sebastián Salazar Bondy. Desde distintos momentos históricos y como parte de proyectos diferentes, estos tres escritores dan un paso significativo: reflexionar acerca de la situación del indio e incluirlo dentro de la República que lo excluyó.
El primero de estos autores es Manuel González Prada. Al pensar el Perú, cambia una concepción tal vez demasiado arraigada: el Perú no son los criollos y extranjeros sino que “la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera”[2]. González Prada habla de otro Perú, el de los indios, a quienes se ha borrado para pensar la nacionalidad. En uno de sus discursos, tal vez el más significativo para pensar esta cuestión[3], denuncia el trato que se les ha dado y, fundamentalmente, que se les sigue dando entonces. “Para extirpar los abusos –explica Gonzáles Prada- habría sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el régimen colonial”. Esta es una consigna que tomarán quienes traten este mismo problema posteriormente: el conflicto en el Perú se da por la permanencia en la República de las tradiciones del Virreinato.

Bajo la República ¿sufre menos el indio que bajo la dominación española? Si no existen corregimientos ni encomiendas, quedan los trabajos forzados y el reclutamiento. Lo que le hacemos sufrir basta para descargar sobre nosotros la execración de las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizamos cacerías y matanzas como las de Amantani, Ilave y Huanta[4]

González Prada denuncia la permanencia de un régimen feudal encubierto detrás del nombre de república democrática. El indio, además, es culpado por los males del país, por el atraso y por el freno a la “civilización”. Sin embargo, lo presenta como un reflejo de lo que se ha hecho con él: no puede esperarse de él otra cosa que lo que se le ha dado[5].
Uno de los aportes más significativos de González Prada es su reflexión acerca del origen de los problemas del indio, elaborando una idea que luego muchos retomarán: el problema del indio no es un problema étnico ni pedagógico sino que se trata de un problema económico y social. ¿Cómo se resuelve? A través de la acción directa. La solución es cambiar humildad y resignación por una respuesta concreta. “El indio –concluye- se redimirá merced a su esfuerzo propio”[6]. No puede ya esperar que su situación cambie, que otro cambie para que él mejore, sino que debe hacer él mismo que su lugar en la sociedad sea diferente.
José Carlos Mariátegui retomará, para sus “Siete ensayos sobre la realidad peruana”, una idea que mencionamos como central para Gonzáles Prada:

“La cuestión indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los ‘gamonales’”[7]

El feudalismo sigue presente en el Perú de entonces. Siguiendo la línea de González Prada, Mariátegui denuncia que la República no ha cambiado el régimen del Virreinato. Aún más,

“Mientras el Virreinato era un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el Virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras”[8]

La República en el Perú necesito de sus indios para consolidarse, como también su economía los necesitó para el trabajo en las tierras y en las minas, pero la independencia que ellos ayudaron a forjar no cambió su situación. La esclavitud y el trabajo gratuito en la colonia y en la República no difieren demasiado. “La República ha restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el régimen de las mitas[9].
Dentro de su ensayo sobre la literatura, Mariátegui opina acerca de González Prada y lo coloca como la posibilidad de una literatura peruana, como la ruptura con el Virreinato, como el germen del nuevo espíritu nacional. Sin embargo, le cuestiona su falta de un programa de acción y su condición de hombre de letras por sobre la de hombre de Estado.

“González Prada no resistió el impulso histórico que lo empujaba a pasar de la tranquila especulación parnasiana a la áspera batalla política. Pero no pudo trazar a su falange un plan de acción. Su espíritu individualista, anárquico, solitario, no era adecuado para la dirección de una vasta obra colectiva”[10]

Si bien reconoce su distancia en muchas ideas, destaca de él el espíritu crítico. Falta en González Prada lo que él ha intentado hacer: un estudio más estadístico y menos literario, un análisis más profundo que pase el simple planteamiento del problema.
Posterior a ambos es Sebastián Salazar Bondy. En su ensayo “Lima la horrible”, de 1964, retoma algunas de las propuestas de los dos autores anteriores y suma a ellas otros elementos para su análisis. Parte de la idea de Lima como vestigio conservador del orden colonial y, más aún, de la defensa y la admiración por aspectos de ese orden. Lima, ciudad “dibujada” por los españoles, aparece como símbolo de lo que hicieron los españoles sobre el Imperio Inca. Lima no es Cuzco con su valor y su tradición sino una ciudad fundada casi por azar, siguiendo normas que se vinculan con la geometría pero que se alejan de todo aquello que le dio valor a la capital del Imperio. Lima es otro de los atropellos sobre los indígenas y tal vez el que simboliza mejor un mal que él denuncia a lo largo de las distintas secciones de su trabajo: el colonialismo, pero más aún, el perricholismo o malinchismo. No es la defensa del orden colonial por parte de los conquistadores españoles sino la admiración por parte de los mismos conquistados. Pensar a Perú desde esta condición no solo toma el problema del indio sino el problema de lo indígena. Es el mismo centro (centro apócrifo) el que condena el pasado indígena y reivindica el virreinal.

“El pueblo limeño hizo carne de su ser una concepción de sí mismo y de la existencia totalmente falsa. La misma que hoy evoca tercamente la casta privilegiada para mantener sin mutaciones la deformidad de la sociedad”[11]

La época colonial aparece idealizada. “La aristocracia limeña segrega a la mayoría india y mestiza dentro del sistema cerrado de las castas. Le ha fabricado, para conformarla, la fantasía de la Arcadia Colonial, que si lo fue, fue Arcadia para ella y solo para ella”[12]. El sistema social de la colonia se mantiene aún en la República. A través de este pasado mítico, y mientras siga valorizándoselo por sobre el otro pasado, sobrevive un sistema que excluye a gran parte de la población.
El problema que surge al analizar la identidad peruana es que se ha adoptado una cultura que se sustenta en el pasado, un pasado que aparece como hipnotizador, un pasado que fascina, pero que al mismo tiempo niega gran parte del pasado del país. No solo se ha ido borrando al indio en términos físicos sino que se ha dejado de lado como base del sistema que rige. Sobre los indígenas se construyó el Perú; necesitó borrarse a Cuzco como capital para fundar Lima, y ahora se borra lo indígena para construir la peruanidad.
Uno de los factores que menciona dentro de aquellos que propiciaron esta visión es la instrumentación de la fe católica para suplantar la “idolatría”:

“Dios fue una de las armas de la conquista, lo fue también de la colonia y su sistema expoliador y lo es ahora de los promotores de la visión idílica de los tiempos virreinales y su retrógrado objetivo”[13]

Tanto González Prada como Mariátegui también mencionan los aspectos negativos de esta implementación. El primero la plantea como un freno para la acción de los propios indios; éstos no deberían esperar misericordia de sus opresores sino emprender por sí mismos la liberación. El segundo menciona la incidencia de los sujetos evangelizadores y de su acción en la consolidación del virreinato. Dice, además, que “los frailes contribuyeron a la organización virreinal no sólo con la evangelización de los infieles y la persecución de las herejías, sino con la enseñanza de artes y oficios y el establecimiento de cultivos y obrajes”[14]. Respecto al arte, Salazar Bondy desarrolla la reproducción de la visión colonial en el arte a partir de ese comienzo vinculado con la imposición del cristianismo: “el indio o el mestizo que en el taller del maestro europeo tomó el pincel, tuvo previamente que deponer su condición de nativo”[15]. Se lo obligó a representar el tema católico y la autoridad del señor hispánico; lo que sigue es perpetuación.
Vinculado al tema del arte está el de las letras. Estos tres autores señalan la incidencia de los hombres de letras en la consideración cultural. González Prada pide la unión entre obreros e intelectuales y señala que ambos deben marchar juntos, aliarse para las conquistas que deben realizarse. Mariátegui, por su parte, reconoce también la incidencia de los hombres de letras en la cultura, tanto para perpetuar un modelo como para avanzar en la construcción de otra concepción de lo peruano. Salazar Bondy plantea algo similar, destacando negativamente la influencia que tiene la ciudad limeña en sus escritores. Sin embargo, destaca también a aquellos escritores que pudieron sortear esta condición, entre ellos González Prada y Mariátegui, en quienes destaca una concepción que puede rescatar al indio y que no reproduce el mito idealizado de la colonia.
Como vimos, hay en Perú, podemos decir que desde González Prada en adelante, un intento por pensar la realidad peruana que se despega de los discursos colonialistas. Estos tres autores, con análisis determinados sin duda por la época en la que cada uno escribió, presentan una idea distinta de la peruanidad, en la que se reconoce el sometimiento del indio y en la que intenta incluírselo.


[1] Salazar Bondy, Sebastián. Lima la horrible. México, 1964.
[2] González Prada, Manuel. Páginas Libres. Horas de lucha. Biblioteca Ayacucho, 1985.
[3] Nos referimos a “Nuestros indios”, en González Prada, Manuel. Páginas Libres. Horas de lucha. Biblioteca Ayacucho, 1985.
[4] Ibid
[5] En palabras de González Prada: “El indio recibió lo que le dieron: fanatismo y aguardiente”.
[6] Ibid
[7] Mariátegui, José Carlos. Op. cit.
[8] Ibid
[9] Ibid
[10] Ibid
[11] Salazar Bondy, Sebastián. Op. cit.
[12] Ibid
[13] Ibid
[14] Mariátegui, José Carlos. Op. cit.
[15] Salazar Bondy, Sebastián. Op. cit.